– En cualquier caso retiene una experiencia que puede sernos muy valiosa.
– ¿A quién?
– A Cataluña.
Los ojos de Carvalho divagaron hacia una tienda de productos de espionaje que se abría al pie de la Torre de les Arts y Charo le siguió la mirada para después atrapársela e insistir en su demanda de moderación, de atención, que lo hiciera por ella, que no se precipitara. Carvalho se recostó en el respaldo de la silla para oír el razonamiento de Quimet sobre la necesidad de que Cataluña tuviera su propio servicio de información.
– Nos consta que están operando en nuestro territorio no sólo los servicios de información del Estado español o los de Francia, e incluso enviados de la Padania de Bossi, sino también los que se han constituido en otras comunidades autónomas, muy especialmente en el País Vasco, donde el PNV ha dispuesto de servicios de información desde hace más de cincuenta años, cuando Irala y Galíndez colaboraban con los norteamericanos.
– ¿Qué espían los vascos a los catalanes?
– Les interesa saber qué espiamos nosotros.
– De seguir con esta lógica, sin duda, todo el mundo tendrá que espiar a todo el mundo para saber qué espía.
– No lo reduzca al absurdo. Es probable que esa situación acabe por cuajar. Pero, en el terreno de lo concreto, nosotros hemos detectado la actuación de espías al servicio de poderosos grupos de presión económicos que podrían desvirtuar la idea misma de Cataluña: ¿Ha oído usted hablar de «Región Plus»?
– No lo suficiente.
– No es el momento, pero le adelanto que estamos ante una conspiración diabólica de la internacional popular, de la internacional socialista, en respaldo del nacionalismo español, aliadas con poderosos sectoresfinancieros para crear una nueva entidad regional multinacional que pueda competir con y arruinar incluso la identidad de Cataluña: la creación de un poderoso triángulo económico Toulouse-Barcelona-Milán que pasará por encima de los límites emocionales y nacionales de Cataluña. A eso se le llama Región Plus. El gobierno francés y el italiano colaborarían con el español en el proyecto con tal de arruinar el potencial escisionista de la Padania de Bossi y de la Cataluña Norte, por no mentar ya lo que sería una reivindicación occitana. Ni la Padania de Bossi existe, ni Occitania tiene posibilidad de emerger, pero Cataluña es y está, es y está en peligro. Lo que no consiguió el franquismo puede conseguirlo el economicismo apatrida. De prosperar, esa nueva base y territorio de intereses económicos puede inutilizar la idea misma de Cataluña. Destruir nuestra identidad. ¿Cómo podemos sentirnos miembros de un triángulo? ¿Vamos a inaugurar el patriotismo geométrico? Necesitamos hombres como usted, Carvalho.
Ahora era el detective el que escrutaba a Charo para que le ratificara las buenas intenciones de Quimet. ¿Se está quedando conmigo? ¿Es un vacileta? Y los ojos de Charo le contestaban: No. Va en serio, por favor aguanta. Quimet le tendía una tarjeta.
– Acuda a esta dirección y piense que las apariencias engañan. Cuando llegue enseñe la tarjeta y diga simplemente: De bon matí quan els estels es ponen… [4] .
– ¿No lo podríamos dejar en: Patufet, on ets? [5] .
Los ojos de Charo le estaban riñendo. Quimet reía.
En la tarjeta se anunciaba otra tienda, ésta de biodietética y salud llamada: «Lluquet i Rovelló.» Pretextó una urgencia y dejó a los dos socios sacando conclusiones. Era la hora del almuerzo y quiso localizar La Estrella de Plata, donde se servían tapas vanguardistas ideadas por un tal Dídac López, tapas milenaristas. Dejó la Villa Olímpica entregada a sus ciclistas, a sus bañistas tan partidarios del mar como de lo gratis y sus restaurantes de gambas, con la excepción del Talaia, donde se podía comer una síntesis de la nueva cocina metafísica de Ferran Adriá y neococina étnico-mediterránea, y marchó en dirección al Pla del Palau. Tuvo que luchar como en sus mejores tiempos de karateka para conseguir un lugar en la barra de La Estrella de Plata y pedir un repertorio de un corazón de alcachofa con un huevo de codorniz y caviar o un buñuelo de flor de calabacín relleno de foie-gras homologado. Si bien cuatro canapés exquisitos le habían abierto el apetito, al mismo tiempo le impedían seguir agrediendo su mezquina economía planteándose siquiera una comida modesta. Ya no se trataba de ahorrar para la vejez, sino de ahorrar insuficientemente para la nada. Una reciente consulta de sus finanzas le arrojaba el balance de diez millones de pesetas que a plazo fijo le rendían quince mil pesetas al mes. Eso era todo lo que tenía, a no ser que se vendiera la casa de Vallvidrera y se fuera a vivir bajo un puente con las quince mil pesetas de renta mensual. Así que se lió el presupuesto a la cabeza y marchó hacia el restaurante Sr. Parellada, donde Ramón, en otro tiempo héroe del rock catalán y ahora responsable también de la Fonda Europa de Granollers, le hacía precios especiales o al menos le invitaba a una copa. Quería comer cocina catalana, empezar a identificarse totalmente con la causa y pidió escudella barrejada [6] y peus de pare amb cargols [7], consciente de que la escudella barrejada es la resaca de las mejores escudellas, los restos de sus esplendores y que los pies de cerdo con caracoles son anticalóricos y nulos portadores del colesterol.
– ¿Algún caso entre manos?
Preguntó Ramón antes del postre de rodajas de naranja al jugo de naranja con fragmentos de corteza confitada.
– Debo terminar de encontrar al asesino del testigo de Luzbel. No sabe usted en qué lío me he metido. No creo en la religión verdadera y me meto en una religión falsa. Por otra parte puedo tener otro caso mayestático: salvar una nación.
– ¿Qué nación?
– No tiene el nombre puesto al día. Una nación errante por el desierto durante siglos acaba perdiendo hasta el nombre.
Al entrar en el despacho vio que la suerte estaba echada. Biscuter le había dejado sobre la mesa el parto de una llamada del fax.
Basta ya de pelar la pava, no tenemos tiempo que perder (temo que inicie sus vacaciones, y nos quedemos en «suspenso»; eso de tener que trasladar a septiembre lo que pudo haber sido y no fue no va conmigo). No me gustó su autógrafo.
Cuando se ha podido pintar Las Meninas -las de Velázquez-, uno no puede conformarse con haber hecho un chiste de Mingote, por buenos que sean el chiste y su autor. Pero es que, por lo que sé o me han dicho, su vida ha penetrado en las dimensiones del simulacro y me consta lo mal que lo pasó usted en su investigación de Madrid sobre el asesinato del financiero mecenas, y no digamos ya durante su larga estancia en Buenos Aires, una huida hacia adelante. Lo de Madrid lo juzgo más criticable. Usted vivió aquella experiencia y la contó a quienes le interesaba contarla, jugando con la singularidad de transgredir el principio de Pauli (dos cuerpos no pueden ocupar, a la vez, el mismo espacio al mismo tiempo). Un crimen que según usted comete «El autor» de una novela que se presentaba a un concurso literario; el tema: los entresijos económicos, políticos, literarios en el fallo de un premio. Un espejo perfecto en el que puedes caminar hacia dentro o hacia fuerasin apenas darte cuenta: genial. Un remedo de cómo Velazquez concibió Las Meninas; haciendo que el autor, incluso el espectador sean parte de la composición; un planteamiento insólito con resultado de: espléndido. Es «el cuadro», ni Vermeer merece con Delft tanto elogio. En cuanto al planteamiento: 10.
Estoy pensando que… salvo que me lo permita, expresamente, no puedo continuar, mi buena educación me lo impide; ¿es mucho pedir que responda con un sí o un no, simple y llanamente?