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No estés triste, a pesar de que la única canción que se me ocurre sea:.

Qué noches tan negras para la prisión,

lloran los candados

late el corazón.

No estés triste, porque triste estás guapísimo, Oso Cavernario.

A veces le daba por el poema escalonado.

Pasmada y anfibia

zarandeada en un mar

geométrico de gestos,

comunes, dispares y definitivos.

Azules, azules, azules gestos

peldaños, trechos, tramos de la travesía.

O le cubría de reproches que a Carvalho le sentaban como besos.

Tú eres el único capaz de estar en silencio desgranando el alma; recaudando impuestos; con artesanal y taimado zarpazo; aristotélico y exacto; embozado y cruel; moroso y desuñado acariciador. De todo superviviente. Qué fantástica intuición fue llamarte Oso Cavernario: omnívoro, solitario, hibernador quite al escollo, lamedor imperativo, cálido y feroz, feroz. ¡El lobo! ¡el lobo! ¡el lobo! Sin duda ya, tienen razón los días laborables y se descubre que los festivos son inútiles aplazamientos, falsificaciones del supuesto octavo día de la semana.

Adolescente o semiadulto estuviste buscando ese octavo día guiado por la melancolía de un magnífico y borracho escritor polaco, Marek Hasklo, por cierto, no rehabilitado ni por Wojtila ni por la CÍA. Quizá el octavo día de la semana sólo sea una tarde, un encuentro, una ausencia morbosa, aquel instante que será pétalo momificado entre las páginas tabiques del caserón de la propia memoria. Esa novela. La memoria.

A solas ya frente al año 2000, montaña de segundos, habrá que darles sentido antes de que sea el tiempo el que marque nuestra intención de vida e hipoteca de historia.

Tampoco será el año 2000 el octavo día de la semana, presiente la viscera del presentimiento del que suscribe, alertado Oso Cavernario. ¡Feliz año 2000! A riesgo de ser injusta con cuantos me rodean, el 6 de enero quisiera recibir el regalo más inesperado, impresionante, estremecedor, tú para mí, todo para mí, mío, sólo mío, mío, mío. Eres un Hedonista puro, que concienzudamente escoge -criba- dentro del saco del placer, eligiendo qué, quién, cuándo, cómo, dónde. Eres como un propietario de viviendas que alquilas al mejor postor, tienes algunos okupas… una bastante insubordinada, esa mujer que tiene la osadía de tumbarse en una gandula a la vista de todos en tu salón, y que te encuentras hasta en la sapa, se está pasando un montón: ¡ lo superarás! Dime, ¿ qué sería de ti si yo no te quisiera tanto?

Ciertamente, qué sería de ti, Pepe Carvalho si Yes no te quisiera tanto, si Charo no te quisiera tanto, si Biscuter no dependiera tanto de ti. Pero sobre todo erael amor de Yes el que le revitalizaba con tanta fuerza que debía oponerle un descomunal miedo al fracaso y al ridículo.

¿Sabes qué?, tengo unas ganas terribles de verte.

He pensado en discutir contigo sobre 3 o 4 cuestiones -cualesquiera-, para empezar. Imagino que debes de estar canturreando cualquier cosa, ¿lo haces frecuentemente?, si es así, por lo menos me gustaría pensar que, ahora, el repertorio es más romántico.

Cuando yo era una niña me enseñaron que un signo de interrogación era una pregunta que demandaba una respuesta. Contesta a la pregunta anterior y después a la que sigue. Ya sé que no podremos vivir nunca juntos, pero podríamos escribir algo juntos: ¿qué te parece una canción de amor? Por más que te empeñes, nunca volverás a casa. Yo ya me entiendo y tú me entiendes.

Sospecho que te estás sintiendo arrastrado a sentir algún tipo de enamoramiento hacia mí, y me preocupa. Te explico, para ti yo no soy el motor de tus pensamientos, sueños, ilusiones…, soy algo tan positivo como todo eso (no estoy haciendo juicios de valor) pero distinto: alguien nuevo, halagador, refrescante, puede que ingeniosa incluso, guapita. El giro que han dado tus expresiones hacia mí me hacen recordar aquello de: «Las mujeres para follar precisan enamorarse. Los hombres, si es preciso, para poder follar se enamoran…»

Estoy revisando todo, cuanto creía y practicaba, en mi relación de pareja; a mi desgaste personal, aunque sin intención, estoy añadiendo el de otros. Puede que debido a la piel que me estoy dejando en el camino, no me siento culpable, aunque no dejo en ningún momento de saberme responsable. Yo he hecho de Mauricio algo más que un marido. Le he hecho desde que me hizo caso cuando le hice la maldita invitación a Katmandú.

Cómo iba yo a imaginar todo esto, qué es lo que me sedujo, por qué se añora a alguien sin haberlo tenido antes, qué hace que conozcas sus miedos, sus (en mi opinión) maravillosas ilusiones, tan pueriles como pasajeras (en la suya). Le veo como un complejo y antagónico ser.

Nota: Conviene saber que las palomas mensajeras no saben ir a ningún sitio, sólo saben regresar.

Delante del espejo y probando camisones, pijamas, túnicas, clámides, quimono, chilabas, y demás trapos; con el único afán de presumir ante ti, fuiste muy generoso. Te limitaste a aprobar tanto cuando me los ponía, como cuando me los quitaba; finalmente me aconsejaste un pijama lindo, de estampados muy contrastados y de corte masculino. Me abrochaste hasta el último botón.

¿ Te das cuenta? Asistes a todos los momentos de mi vida y te veo hasta en las lechugas que troceo, no te enfades, porque eres todo cuanto desearía tocar y donde desearía estar. Esos momentos que acondiciono o escamoteo se han convertido en el objetivo del día, luego arrastro mis pies hacia la otra realidad, (tengo que arrastrarlos para apartarme de ti) y cuando llego a Mauricio y los chicos les mimo como si regresara de un viaje, trato de compensarles por mi ausencia aunque muy pronto se percibe que no he llegado y ya me estoy marchando.

Nunca volvería a casa. Tal vez Yes diseñaba la casa que les haría posible como pareja, la que habían construido en el bosque o en la sesión de tarde en una cama que les recordaba. O se refería a la cotidianidad, a la sofisticada cotidianidad de un detective, personajefronterizo y voyeur que jamás debería convertirse a sí mismo en materia de contemplación. O no volver a casa era una maldición más total, más esencial, a manera de pequeñas sensaciones, anticipos del gran fracaso final.

De momento decidió seguir sin contestar las misivas de Yes y ponerse al teléfono la próxima vez que le llamara Charo.

La voz de Charo sonaba llorosa.

– ¿Dónde te habías metido? Nadie me sabía dar señales de ti. Como si se te hubiera tragado la tierra. Pepe, vida mía. ¡Van a por Quimet! Está destrozado. Ya sabes. Los teléfonos.

¿Qué sabía de los teléfonos? Que estaban intervenidos. No había más remedio pues que conectar la radio, monótonamente insistente en las noticias repetidas desde las seis de la mañana y en este caso eran las emisoras en lengua catalana las que mejor reflejaban el acontecimiento. Se habían encontrado pruebas de que el financiero Joaquim Rigalt i Mataplana estaba implicado en un asunto de financiación ilegal de partidos políticos y de organizar tramas extralegales con propósitos prevaricadores. Así que la lucha por el pospoder se radicalizaba y, según decían las noticias, el presidente Pujol había declarado que Rigalt i Mataplana nada tenía que ver con las estructuras administrativas del gobierno autonómico, pero que personalmente era un amigo de más de cincuenta años y que esa amistad estaba por encima de cualquier complicación, aunque tampoco tenía por qué afectar a la vida política catalana. Rigalt i Mataplana no tenía ningún cargo oficial.A oscuras sobre el procedimiento para el derribo permaneció Carvalho hasta que a media mañana recibió en su despacho de las Rambles la llamada del inspector Lifante. Le convocaba a una reunión en la Jefatura Superior de Policía, aunque si lo prefería, enviaba a unos inspectores a por él. Carvalho prefirió caminar y meterse en la escalera de Jefatura con la presión sanguínea controlada, desde la evidencia de que en aquel edificio ya se podía entrar y salir sin que te pusieran las esposas ni la mano encima. Lifante merodeaba por los despachos y dejaba a Carvalho en la reserva de su dedicación a la espera de que se preocupara. Se encerró en su despacho y Carvalho vio cómo pasaba un camarero con una bandeja, donde bailaba un vermut rojo con sifón y un plato de aceitunas, y se metió en el cubil de Lifante. Calculó el tiempo necesario para consumir una docena de aceitunas como el que debía esperar para el encuentro, pero dependía de la voluntad masticatoria del inspector. Igual era un teólogo de la alimentación de los que mastican treinta y cuatro veces una aceituna o un grano de arroz. Algo de eso había porque aún pasó una hora hasta que se abrió la puerta y Lifante en persona le invitó a entrar. Sobre la mesa el vaso y el plato vacíos.