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Radek estableció el cuartel general de su Sonderkommando 1005 en la ciudad polaca de Lodz, a unos ochenta kilómetros al sureste del campo de exterminio de Chelmno. La dirección exacta era Geheime Reichssache y solamente la conocían unos pocos jefes de las SS. Toda la correspondencia se enviaba a través del departamento de Eichmann en Berlín.

Radek se decidió por la cremación como el método más efectivo para eliminar los cadáveres. Ya se había intentado antes quemarlos con lanzallamas, pero con resultados poco satisfactorios. Radek utilizó sus conocimientos de ingeniería para diseñar un método que pudiera incinerar hasta dos mil cadáveres a la vez. Empapaban con gasolina gruesos troncos de madera de hasta nueve metros de largo y los colocaban sobre bloques de cemento. Colocaban los cadáveres por capas, entre los troncos: cuerpos, troncos, cuerpos, troncos, cuerpos… Luego encendían una hoguera entre los bloques de cemento y en cuestión de minutos comenzaba a arder toda la pira. Cuando se apagaba el fuego, aplastaban los restos calcinados y los dispersaban con maquinaria pesada.

El trabajo sucio lo hacían los trabajadores judíos. Radek los organizó en tres equipos: el primero desenterraba las fosas, el segundo transportaba los cadáveres desde las fosas hasta las piras y el tercero removía las cenizas para recoger cualquier objeto de valor. Al final de cada operación, nivelaban el terreno y plantaban árboles para ocultar lo hecho. Por último mataban a los esclavos y quemaban sus cuerpos. De esta manera protegían el secreto de Aktion 1005.

Acabada su misión en Chelmno, Radek y el Sonderkommando 1005 se trasladaron a Auschwitz para vaciar las fosas, que ya estaban a rebosar. A finales del verano de 1942, habían aparecido graves problemas de contaminación y salud en Belzec, Sobibor y Treblinka. Los acuíferos que abastecían de agua a los guardias y a las unidades del ejército acantonadas en las proximidades estaban contaminados por las filtraciones de las fosas. En algunos casos, la delgada capa de tierra que cubría los cadáveres había resultado insuficiente, y el hedor resultaba insoportable. En Treblinka, los SS y los asesinos ucranianos que colaboraron con ellos ni siquiera se molestaban en sepultar los cuerpos. El día en que Franz Stangl llegó para asumir el mando del campo, el hedor de Treblinka se olía desde una distancia de treinta kilómetros. Los cadáveres ocupaban casi todo el largo de la carretera hasta el campo, y en los andenes de la estación de ferrocarril se apilaban los cuerpos. Stangl se quejó de que no podía comenzar su trabajo hasta que alguien se encargara de limpiar la zona. Radek ordenó que se abrieran las fosas y se quemaran los cadáveres.

En la primavera de 1943, el avance del Ejército Rojo obligó a Radek a dejar a un lado los campos de exterminio en Polonia para ocuparse de los otros campos más al este, en el territorio soviético ocupado. No tardó mucho en estar de nuevo en Ucrania. Radek conocía el lugar exacto donde se habían enterrado los cadáveres, porque él había coordinado las tareas de los escuadrones de la muerte. A finales del verano, el Sonderkommando 1005 abandonó Ucrania para ir a Bielorrusia, y en setiembre se encontraba en los estados bálticos de Lituania y Latvia, donde habían sido exterminadas las comunidades judías.

Rivlin cerró el expediente y lo apartó con una expresión de asco.

– Nunca sabremos cuántos cadáveres incineraron Radek y sus hombres. La masacre era demasiado grande para conseguir ocultarla del todo, pero Aktion 1005 consiguió eliminar gran parte de las pruebas y una vez finalizada la guerra resultó prácticamente imposible hacer un cálculo preciso del número de muertos. El trabajo de Radek fue tan concienzudo que, en algunos casos, las comisiones polacas y rusas que investigaban la Shoah no encontraron ningún rastro de las fosas comunes. En Babi Yar, la limpieza de Radek llegó a tal extremo que, después de la contienda, los rusos lo convirtieron en un parque. Ahora, por desgracia, como no hay restos, corre la ridícula afirmación de que el Holocausto es una gran mentira. Todavía estamos sufriendo las consecuencias de las acciones de Radek.

Gabriel pensó en las Páginas de Testimonios en la Sala de los Nombres, las únicas lápidas de millones de víctimas.

– Max Klein me juró que había visto a Ludwig Vogel en Auschwitz en el verano o principios del otoño de 1942 -dijo Gabriel-. A la vista de lo que acaba de explicarme, diría que es posible.

– Así es, si aceptamos que Vogel y Radek son la misma persona. No hay duda de que el Sonderkommando 1005 de Radek actuaba en Auschwitz en 1942. Probar que Radek se encontraba allí en una fecha determinada será casi imposible.

– ¿Qué fue de Radek después de la guerra?

– Mucho me temo que poco. Intentó escapar de Berlín disfrazado de cabo de la Wehrmacht. Lo arrestaron como sospechoso de haber pertenecido a las SS y lo enviaron al campo de prisioneros de Mannheim. Consiguió escapar en los primeros meses de 1946. Qué hizo después, es un misterio. Al parecer consiguió salir de Europa. Se dijo que lo habían visto en los países típicos: Siria, Egipto, Argentina, Paraguay, pero no hubo ninguna confirmación. Los cazadores de nazis iban a por los peces gordos, como Eichmann, Bormann, Mengele o Müller. Radek consiguió escapar. Además, el secreto de Aktion 1005 estaba tan bien guardado que el tema apenas si se mencionó en los juicios de Nuremberg. Nadie sabía gran cosa.

– ¿Quién controlaba Mannheim?

– Era un campo de prisioneros bajo jurisdicción norteamericana.

– ¿Sabemos cómo consiguió escapar de Europa?

– No, pero parece lógico que recibió ayuda.

– ¿ODESSA?

– Pudo haber sido ODESSA, o cualquiera de las otras redes de ayuda nazis. -Rivlin vaciló un segundo-. También pudo haber sido la muy conocida y antigua institución con sede en Roma que superó a todas las demás a la hora de ayudar a la fuga de los criminales de guerra.

– ¿El Vaticano?

– ODESSA no le llegaba ni a los tobillos al Vaticano a la hora de financiar y dirigir una red de esas características. Dado que Radek era austriaco, es casi seguro de que recibiera la ayuda del obispo Hudal.

– ¿Quién era Hudal?

– Albis Hudal era un austriaco antisemita y ferviente partidario nazi. Utilizó su posición como rector del Istituto Pontificio Santa Maria dell’Anima, el seminario alemán en Roma, para ayudar a centenares de oficiales de las SS a escapar de la justicia, incluido Franz Stangl, el comandante de Treblinka.

– ¿Qué clase de ayuda les proporcionó?

– Para empezar, un pasaporte de la Cruz Roja con una nueva identidad y el visado para algún país lejano. También les dio dinero y les pagó los pasajes.

– ¿Llevaba algún registro?

– Sí, pero todos sus documentos están guardados en el Istituto Pontificio.

– Necesito toda la información que tenga del obispo Aloïs Hudal.

– Le prepararé una carpeta.

Gabriel cogió la foto de Radek y se la quedó mirando. Le sonaba de algo. Era una cosa que llevaba pugnando por salir a la superficie desde que Rivlin había comenzado su explicación. Entonces recordó los bocetos al carboncillo que había visto por la mañana en el museo de arte del Holocausto, y sobre todo aquel del niño acurrucado a los pies de un monstruo de las SS, y supo de inmediato dónde había visto antes el rostro de Radek.

Se levantó con tanta violencia que hizo caer la silla.

– ¿Qué pasa? -exclamó Rivlin.

– Conozco a ese hombre -afirmó Gabriel, sin desviar la mirada de la foto.