Выбрать главу

No nos dan comida suficiente para sobrevivir, sólo lo justo para que vayamos muriendo poco a poco de hambre, sin dejar de servir al Reich. Desaparece mi período y después los pechos. No tardo mucho en tener el mismo aspecto de aquellos seres semihumanos que había visto en mi primer día en Birkenau. El desayuno es un tazón de agua gris que ellos llaman «té». La comida es una sopa rancia, que comemos en el lugar donde estamos trabajando. Algunas veces, puede haber un trocito de carne. Algunas de las chicas no quieren comerlo porque no es «kosher». No observo las leyes referidas a los alimentos mientras estoy en Auschwitz-Birkenau. No hay Dios en los campos de exterminio, y odio a Dios por habernos abandonado a nuestro destino. Si hay carne en mi tazón, me la como. La cena consiste en un trozo de pan. Más que de harina está hecho de serrín. Aprendemos a comernos la mitad a la noche y guardar el resto para la mañana y así tener algo en el estómago antes de ir a trabajar a los campos. Si te desplomas mientras trabajas, te dan una paliza. Si no puedes levantarte, te cargan en un carretón y te llevan a la cámara de gas.

Así es nuestra vida en el campamento de mujeres de Birkenau. Nos despertamos. Sacamos a las muertas de los camastros, las afortunadas que han muerto pacíficamente mientras dormían. Bebemos nuestro té gris. Salimos al patio para que pasen lista. Marchamos al trabajo en ordenadas filas de cinco. Comemos nuestra comida. Nos golpean. Regresamos al campamento. Nos pasan lista. Comemos nuestro pan, dormimos y esperamos a que todo comience de nuevo. Nos hacen trabajar los sábados. Los domingos, su día sagrado, no trabajamos. Cada tres domingos, nos afeitan. Todo de acuerdo con el programa. Todo excepto las selecciones.

Aprendemos a preverlas. Como los animales, nuestros instintos de supervivencia están muy afinados. La población del campo es la señal de advertencia más fiable. Si el campo está muy lleno, habrá una selección. Nunca hay una advertencia previa. Después de pasar lista, nos ordenan que formemos en la Lagerstrasse, a la espera de que llegue nuestro turno de aparecer delante de Mengele y sus seleccionadores, a esperar nuestra oportunidad de demostrar que aún somos capaces de trabajar, que merecemos seguir viviendo.

La selección tarda un día entero. No nos dan comida ni nada de beber. Algunas ni siquiera llegan a la mesa donde Mengele hace de dios. Son «seleccionadas» mucho antes por los sádicos de las SS. Una bestia llamada Taube se divierte obligándonos a hacer «ejercicios» mientras esperamos para demostrar a los seleccionadores nuestro buen estado físico. Nos ordena que hagamos flexiones y después que hundamos los rostros en el fango y que no nos movamos. Taube tiene un castigo especial para cualquier muchacha que se mueva. Pone los pies sobre la cabeza de la víctima y le aplasta el cráneo.

Finalmente, nos encontramos delante de nuestro juez. Nos mira de pies a cabeza, toma nota de nuestro número. «Abre la boca, judía.» Levanta los brazos. Intentamos mantenernos sanas en esta pocilga. Pero es imposible. Una garganta irritada puede significar que vayas a las cámaras de gas. Las pomadas y los ungüentos valen demasiado para desperdiciarlos con los judíos, así que un corte en la mano puede ser motivo de que te manden a la muerte la próxima vez que Mengele esté reduciendo la población.

Si pasamos la inspección visual, nuestro juez nos somete a una última prueba. Señala una zanja y dice: «Salta, judía.» Estoy delante de la zanja y apelo a mis últimas fuerzas. Si llego al otro lado viviré, al menos hasta la próxima criba. Si caigo, me cargarán en un carretón y me llevarán a las cámaras de gas. La primera vez que paso por esta locura, pienso: «soy una judía alemana de buena familia nacida en Berlín. Mi padre era un pintor famoso. ¿Por qué salto esta zanja?» Después, sólo pienso en llegar al otro lado y caer de pie.

Roza es la primera de mi nueva familia en ser seleccionada. Tiene la mala fortuna de estar sufriendo un fuerte ataque de malaria en el momento de una gran selección, y no hay manera de ocultarlo al ojo experto de Mengele. Regina le suplica al Diablo que la escoja a ella también para que su hermana no muera sola en la cámara de gas. Mengele sonríe y veo la separación entre los dientes. «No tardarás en seguirla, pero todavía puedes trabajar un poco más. Ve a la derecha.» Es la única vez en mi vida que me alegro de no tener una hermana.

Regina deja de comer. No parece darse cuenta de las palizas cuando no trabaja. Ya está del otro lado. Ya está muerta. En la siguiente gran selección, espera pacientemente en la interminable cola. Soporta los «ejercicios» de Taube y mantiene el rostro hundido en el fango para que él no le aplaste el cráneo. Cuando por fin llega a la mesa de los seleccionadores, se lanza sobre Mengele e intenta apuñalarlo en un ojo con el mango de su cuchara. Uno de los SS le dispara en el estómago.

Mengele está muy asustado. «¡No malgasten el gas! ¡Arrójenla al fuego viva! ¡Al horno con ella!»

Cargan a Regina en una carretilla. Miramos cómo se la llevan y rezamos para que muera antes de llegar al crematorio.

En el otoño de 1944 comenzamos a oír los cañones rusos. En septiembre suenan por primera vez las alarmas antiaéreas del campo. Vuelven a sonar tres semanas más tarde, y las baterías antiaéreas efectúan sus primeros disparos. Aquel mismo día, el «Sonnderkommando» del crematorio IV se amotina. Atacan a los guardias de las SS con picos y martillos, y consiguen incendiar sus barracones y el crematorio antes de que los ametralIen a todos. Una semana más tarde caen bombas en el campo. Nuestros amos comienzan a mostrar signos de tensión. Ya no parecen invencibles. Algunas veces incluso parecen un poco asustados. Esto nos da cierto placer y un mínimo de esperanza. Dejan de utilizar las cámaras de gas. Todavía nos matan, pero tienen que hacerlo ellos mismos. A los condenados los fusilan en las cámaras o cerca del crematorio V. Muy pronto comienzan a desmantelar los crematorios. Nuestras esperanzas de supervivencia aumentan.

La situación se deteriora durante el otoño y el invierno. Escasea la comida. Cada día, son muchas las mujeres que mueren de hambre y cansancio. El tifus causa estragos. En diciembre, las bombas aliadas caen sobre la fábrica de combustible y caucho sintético. Unos pocos días más tarde, los aliados atacan de nuevo, y esta vez varias bombas alcanzan el barracón donde funciona la enfermería de las SS, dentro de Birkenau. Mueren cinco oficiales. Los guardias se muestran más irritables, imprevisibles. Los evito. Intento hacerme invisible.

Llega el Año Nuevo. Estamos en 1945. Nos damos cuenta de que Auschwitz se muere. Rezamos para que sea pronto. Discutimos qué hacer. ¿Debemos esperar a que los rusos nos liberen? ¿Debemos intentar fugarnos? Si conseguimos cruzar las alambradas, ¿adónde iremos? Los campesinos polacos nos odian tanto como los alemanes. Esperamos. ¿Qué otra cosa podemos hacer?

A mediados de enero, huelo a humo. Miro a través de la puerta del barracón. Hay hogueras en todos los campos. El olor es diferente. Por primera vez, no están quemando cadáveres. Están quemando papeles. Están quemando las pruebas de sus crímenes. La ceniza vuela y se deposita sobre Birkenau como la nieve. Sonrío por primera vez en dos años.

Mengele se marcha el 17 de enero. El final está cerca. Poco después de medianoche, nos hicieron salir de los barracones. Nos dijeron que evacuaban todo el campo de Auschwitz. El Reich todavía necesitaba nuestros cuerpos. Los sanos caminarían. Los enfermos se quedarían, librados a su suerte. Formamos en filas de cinco y emprendimos la marcha.