– ¿Alguna amenaza grave?
Una vez más, Donati se tomó su tiempo para responder.
– Tenemos noticias de algunas acciones por parte de grupos integristas en la región del Languedoc; son personas convencidas de que el Concilio Vaticano Segundo fue una obra del demonio y de que todos los papas, desde Juan XXIII, han sido herejes.
– Creía que la Iglesia estaba llena de esas personas. Yo mismo tuve que vérmelas con un amable grupo de prelados y legos llamado Crux Vera.
Donati sonrió al oír el comentario.
– Ese grupo está cortado con el mismo patrón, excepto que, a diferencia de Crux Vera, no tienen una base de poder dentro de la curia. Son ajenos, bárbaros que golpean las puertas. El Santo Padre tiene muy poco control sobre ellos, y las cosas comienzan a calentarse.
– Avísame si te puedo ayudar.
– Ten cuidado, amigo mío. Podría tomarte la palabra.
Les sirvieron los filetti di baccalà. Donati los roció con zumo de limón y se metió en la boca un buen trozo. Acabó de pasarse el bocado con un trago de vino y se reclinó en la silla, con una expresión de la más absoluta felicidad. Para un sacerdote que trabajaba en el Vaticano había pocas cosas que el mundo temporal pudiera ofrecerle más apetecibles que una comida en una plaza romana iluminada por el sol. Se comió otro trozo y después le preguntó a Gabriel cuál era el motivo de su visita.
– Se podría decir que estoy trabajando en un asunto relacionado con el trabajo de la comisión histórica.
– ¿Cómo es eso?
– Tengo razones para sospechar que, poco después de acabada la guerra, el Vaticano quizá ayudó a escapar de Europa a un oficial de las SS llamado Erich Radek.
Donati dejó de masticar y en su rostro apareció una expresión grave.
– Ten cuidado con las palabras que usas y las suposiciones que haces, amigo mío. Es muy posible que el tal Radek recibiera ayuda de alguien en Roma, pero no fue del Vaticano. -Creemos que fue el obispo Hudal, que estaba en el Istituto Pontificio Santa Maria dell'Anima.
La tensión desapareció del rostro de Donati.
– Por desgracia, el buen obispo ayudó a muchos nazis fugitivos. Eso no lo niega nadie. ¿Por qué crees que ayudó a Radek?
– Parece la deducción más lógica. Radek era austriaco y católico. Hudal era el rector del seminario alemán y confesor de la comunidad alemana y austriaca. Si Radek vino a Roma en busca de ayuda, es fácil suponer que acudiera al obispo Hudal.
– Eso es algo que no se puede negar -admitió Donati-. El obispo Hudal estaba muy interesado en proteger a sus conciudadanos de lo que consideraba las ansias de venganza de los aliados. Pero eso no significa que supiera que Erich Radek fuera un criminal de guerra. ¿Cómo podía saberlo? Italia estaba llena de millones de desplazados cuando acabó la guerra, y todos buscaban ayuda. Si Radek acudió a Hudal y le contó alguna historia triste, es probable que recibiera refugio y ayuda.
– ¿Hudal no tendría que haber preguntado a un hombre como Radek por qué huía?
– Quizá hubiese sido prudente, pero pecarías de ingenuo si creyeras que Radek le hubiese respondido la verdad. Hubiese mentido, y el obispo Hudal no hubiese podido demostrarlo.
– Un hombre no se convierte en fugitivo sin una razón, Luigi, y el Holocausto no era un secreto. El obispo Hudal seguramente sabía que estaba ayudando a los criminales de guerra a escapar de la justicia.
Donati esperó a que el camarero les sirviera la pasta que habían pedido de segundo para responder.
– Debes entender que había muchas organizaciones e individuos que, en aquellos años, ayudaban a los refugiados, dentro y fuera de la Iglesia. Hudal no era el único.
– ¿De dónde sacó el dinero para financiar sus operaciones?
– Siempre afirmó que el dinero era de los fondos del seminario.
– ¿Tú te lo crees? Cada uno de los oficiales de las SS a los que Hudal ayudó necesitaba dinero de bolsillo, un pasaje, un visado y una nueva vida en algún país extranjero, además de alojarlos y darles de comer en Roma hasta que pudieran embarcar. Se cree que Hudal facilitó todo eso a centenares de miembros de las SS. Eso es mucho dinero, Luigi, cientos de miles de dólares. Me resulta difícil aceptar que el Istituto dispusiera de tanta calderilla.
– Según tú, alguien le suministraba el dinero. -Donati enrolló la pasta en el tenedor con gran habilidad-. Alguien, digamos, como el Santo Padre.
– El dinero tuvo que salir de alguna parte.
Donati dejó el tenedor y entrelazó las manos con una expresión pensativa.
– Hay pruebas que sugieren que, efectivamente, el obispo Hudal recibió dinero del Vaticano para financiar su organización de ayuda a los refugiados.
– No eran refugiados, Luigi. Al menos, no todos. Muchos eran culpables de crímenes horrendos. ¿Me estás diciendo que Pío XII no tenía idea de que Hudal estaba ayudando a criminales de guerra a escapar de la justicia?
– Digamos que con las pruebas documentales existentes y los testimonios de los testigos que aún viven, sería muy difícil demostrar la acusación.
– No sabía que habías estudiado Derecho canónico, Luigi.
– Gabriel repitió la pregunta, lentamente, con el énfasis de un fiscal en las palabras más importantes-. ¿El papa sabía que Hudal estaba ayudando a los criminales de guerra a escapar de la justicia?
– Su Santidad se opuso a los juicios de Nuremberg porque creía que sólo servirían para debilitar todavía más a Alemania y para fortalecer a los comunistas. También creía que los aliados buscaban la venganza y no la justicia. Es muy posible que el Santo Padre supiera que Hudal estaba ayudando a los nazis y lo aprobara. -Donati señaló el plato de pasta, que Gabriel no había probado, con la punta del tenedor-. Será mejor que te la comas antes de que se enfríe.
– He perdido el apetito.
Donati hundió el tenedor en la pasta de Gabriel.
– ¿Qué se supone que hizo el tal Radek?
Gabriel le hizo un rápido resumen de la ilustre carrera del Sturmbannführer Erich Radek de las SS. Comenzó por su trabajo en la oficina de la emigración judía, dirigida por Adolf Eichmann, en Viena y concluyó con las actividades de Aktion 1005. Cuando Gabriel acabó el relato, también Donati había perdido el apetito.
– ¿De verdad creyeron posible que podrían ocultar todas las pruebas de un genocidio semejante?
– No estoy seguro de que lo creyeran posible, pero sí que tuvieron un considerable éxito. Debido a hombres como Radek nunca sabremos cuántas personas murieron exactamente en la Shoah.
Donati contempló por unos momentos su copa de vino.
– ¿Qué quieres saber de la ayuda del obispo Hudal a Radek?
– Es indudable que Radek necesitaba un pasaporte. Para conseguirlo, Hudal tuvo que recurrir a la Cruz Roja Internacional. Quiero saber el nombre que figuraba en el pasaporte. Radek también necesitaba un lugar de destino, y un visado. -Gabriel hizo una pausa-. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero el obispo Hudal llevaba un registro, ¿no?
Donati asintió lentamente.
– Los documentos privados del obispo Hudal están guardados en los archivos del Istituto. Como puedes suponer, están sellados.
– Si hay alguien en Roma que puede abrirlos, ése eres tú, Luigi.
– No podemos presentarnos sin más allí y pedir ver los documentos del obispo. El actual rector es el obispo Theodor Drexler y no es ningún tonto. Necesitaremos una excusa, una tapadera como dicen en tu oficio.
– La tenemos.
– ¿Cuál es?
– La comisión histórica.
– ¿Estás proponiendo decirle al rector que la comisión ha solicitado los documentos de Hudal?
– Exactamente.