Shamron se detuvo un momento para suministrar el nombre del Moisés: el general Reinhard Gehlen, jefe del Estado Mayor del ejército alemán en el frente oriental, el jefe del espionaje nazi en el frente ruso.
– El hombre valía su peso en oro -dijo Carter, y señaló a Shamron con un gesto-. Gehlen fue uno de los pocos hombres que tuvo las pelotas de decide a Hitler la verdad de la campaña rusa. Hitler se enfadaba tanto con él que en más de una ocasión amenazó con mandado a un manicomio. Cuando se acercaba el final, Gehlen decidió salvar el pellejo. Ordenó a sus oficiales que microfilmaran todos los archivos relacionados con la Unión Soviética y que los guardaran en bidones herméticos. Enterraron los bidones en las montañas de Baviera y Austria, y luego Gehlen y todos sus oficiales superiores se entregaron a un grupo del servicio de contrainteligencia.
– Para gran alegría de vosotros, que lo recibisteis con los brazos abiertos -declaró Shamron.
– Tú hubieses hecho lo mismo, Ari. -Carter cruzó los brazos y dedicó unos momentos a contemplar el fuego. Gabriel casi escuchaba cómo contaba hasta diez para controlarse-. Gehlen era la respuesta a nuestras plegarias. El hombre se había pasado años espiando a la Unión Soviética y nos iba a enseñar todo lo que sabía. Lo trajimos a este país y lo alojamos a unos kilómetros de aquí, en Fort Hunt. Tenía a todos los servicios de seguridad norteamericanos comiendo de su mano. Nos dijo lo que queríamos escuchar. El estalinismo era la maldad en su estado más puro. Stalin intentaba debilitar a las naciones occidentales europeas desde dentro y luego atacadas militarmente. Stalin tenía ambiciones globales. «Pero no temáis -nos dijo Gehlen-. Tengo redes, topos, células dormidas. Sé todo lo que hay que saber de Stalin y sus sicarios. Juntos, lo aplastaremos.»
Carter se levantó para servirse otra taza de café.
– Gehlen tuvo su corte en Fort Hunt durante diez meses. Era un negociador muy duro, y mis predecesores estaban tan embobados que accedieron a todas sus demandas. Nació la Organización Gehlen. Se trasladó a unas instalaciones cerca de Pullach, en Alemania. Nosotros lo financiábamos, le dábamos directivas. Él dirigía la organización y contrataba a los agentes. Al final, su organización se convirtió en una extensión virtual de la agencia.
Carter volvió a sentarse en su sillón.
– Obviamente, dado que el objetivo primario de la Organización Gehlen era la Unión Soviética, el general contrató a hombres que ya habían trabajado en territorio soviético. Uno de los hombres que quería era un joven brillante y enérgico llamado Erich Radek, un austriaco que había sido jefe del SD en el Reichskommissariat Ukraine. En aquel entonces, Radek estaba prisionero en uno de nuestros campos de detención en Mannheim. Se lo entregamos a Gehlen y muy pronto estaba en el cuartel general de la organización en Pullach, dedicado a reactivar sus viejas redes en Ucrania.
– Radek era del SD -dijo Gabriel-. Las SS, el SD y la Gestapo fueron declaradas organizaciones criminales después de la guerra y había una orden de arresto contra todos sus miembros. Sin embargo, ustedes permitieron que Gehlen lo contratara.
Carter asintió lentamente, como si el alumno hubiese respondido la pregunta correctamente pero hubiese pasado por alto el punto más importante.
– En Fort Hunt, Gehlen juró que no contrataría a los antiguos oficiales de la SS, del SD y la Gestapo. Era un juramento que ninguno de nosotros esperaba que cumpliera.
– ¿Sabía que Radek estaba vinculado a las actividades de los Einsatzgruppen en Ucrania? -preguntó Gabriel-. ¿Sabía que ese joven brillante y enérgico había intentado ocultar el mayor crimen de la historia?
Carter sacudió la cabeza.
– En aquel entonces no se conocía la magnitud de las atrocidades nazis. En cuanto a Aktion 1005, nadie había oído hablar de ello, y en el expediente de Radek en las SS no hay ninguna mención de su traslado a Ucrania. Aktion 1005 era un asunto de máximo secreto en el Reich, y los asuntos de máximo secreto del Reich nunca se ponían por escrito.
– Estará de acuerdo conmigo, señor Carter -intervino Chiara-, en que el general Gehlen debía de estar al corriente del trabajo de Radek.
Carter enarcó las cejas, como si le sorprendiera que Chiara tuviese el don de la palabra.
– Quizá, pero dudo mucho que a Gehlen le importara. Radek no fue el único miembro de las SS que acabó trabajando para la organización. Al menos otros cincuenta entraron en la agencia, entre ellos unos cuantos que, como Radek, estaban vinculados con la Solución Final.
– Mucho me temo que tampoco les importó a los controladores de Gehlen -opinó Shamron-. Aceptaban a cualquier cabrón, siempre que fuera anticomunista. ¿No fue ése uno de los principios rectores de la agencia a la hora de reclutar agentes durante la guerra fría?
– En las infames palabras de Richard Helms: «No somos scouts. Si quisiéramos ser scouts, nos hubiésemos unido a los scouts.»
– No parece preocuparle mucho, Adrian -señaló Gabriel.
– No soy persona dada al histrionismo, Gabriel. Soy un profesional, como usted y su legendario jefe. Trato con el mundo real, no con el mundo como me gustaría que fuese. No me disculpo por las acciones de mis predecesores, de la misma manera que usted y Shamron no se disculpan por las de los suyos. Algunas veces, los servicios de inteligencia deben utilizar los servicios de hombres malvados para conseguir unos fines que son buenos: un mundo más estable, la seguridad nacional, la protección de nuestros amigos. Los hombres que decidieron emplear a Reinhard Gehlen y Erich Radek jugaban a un juego tan viejo como el mundo, el juego de la Realpolitik, y sabían jugarla muy bien. No reniego de sus acciones, y no estoy dispuesto a aceptar que sea precisamente usted quien los juzgue.
Gabriel se inclinó hacia adelante con las manos entrelazadas, los codos apoyados en las rodillas. Notaba el calor del fuego en el rostro. Sólo servía para aumentar su rabia.
– Hay mucha diferencia entre utilizar a individuos malvados como fuentes y contratarlos como agentes de inteligencia. Erich Radek no era un simple criminal. Era un asesino en masa.
– Radek no participó personalmente en el exterminio de los judíos. Su participación tuvo lugar después de los hechos.
Chiara comenzó a sacudir la cabeza, incluso antes de que Carter acabara la respuesta. El director delegado frunció el entrecejo. Era obvio que comenzaba a lamentar haber permitido su presencia en la habitación.
– ¿Tiene alguna objeción referente a lo que acabo de decir, señorita Zolli?
– Sí. Obviamente no sabe gran cosa de Aktion 1005. ¿A quién cree que Radek utilizó para abrir las fosas comunes y eliminar los cadáveres? ¿Qué cree que hizo con ellos cuando acabaron el trabajo? -Al no obtener respuesta, anunció su veredicto-. Erich Radek es un asesino en masa, y usted lo contrató como espía.
Carter asintió como si reconociera la derrota. Shamron se acercó al sofá por atrás y apoyó una mano en el hombro de Chiara para contener su fogosidad. Luego miró a Carter y le pidió una explicación por la falsa fuga de Radek. Carter pareció relajarse ante la perspectiva de pasar a un tema menos peliagudo.