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– Ah, sí, la fuga de Europa. Es ahí donde las cosas comienzan a ser interesantes.

Erich Radek no tardó en convertirse en el hombre más importante del general Gehlen. Ansioso por salvar a su protegido del arresto y el enjuiciamiento, Gehlen y sus controladores norteamericanos le crearon una nueva identidad: Ludwig Vogel, un austriaco que había servido en las filas de la Wehrmacht y que había desaparecido en los últimos días de la guerra. Durante dos años, Radek había vivido en Pullach como Vogel, y su nueva identidad había funcionado sin problemas. La situación cambió en el otoño de 1947, con el comienzo del Caso 9 en los procesos de Nuremberg: el juicio de los Einsatzgruppen. El nombre de Radek sonó repetidas veces durante el juicio, y también el nombre en código de la operación secreta para destruir las pruebas de las matanzas cometidas por los Einsatzgruppen: Aktion 1005.

– Gehlen se alarmó -dijo Carter-. Radek aparecía como desaparecido en las listas oficiales, y Gehlen quería que siguiera siendo así.

– Así que enviaron a un hombre a Roma que se hizo pasar por Radek -manifestó Gabriel-, y se aseguraron de que dejara pistas más que suficientes para que cualquiera que lo buscara siguiese un rastro falso.

– Efectivamente.

– ¿Por qué utilizasteis la ruta vaticana en lugar de vuestra propia red de fugas? -preguntó Shamron.

– ¿Te refieres a la red de la contrainteligencia?

Shamron cerró los ojos por un momento y asintió.

– La red de la contrainteligencia se usaba casi exclusivamente para los desertores rusos. Si enviábamos a Radek por esa ruta, hubiera quedado claro que estaba trabajando para nosotros. Utilizamos la ruta vaticana para reafirmar sus credenciales como criminal de guerra nazi que se fugaba de los tribunales aliados.

– Qué astuto, Adrian. Perdona la interrupción. Por favor, continúa.

– Radek desapareció. De vez en cuando, la organización alimentaba la historia de la fuga filtrando a los diversos cazadores de nazis la noticia de falsos reconocimientos en diversas capitales de Sudamérica. Estaba viviendo en Pullach, por supuesto, y trabajaba para Gehlen con el nombre de Ludwig Vogel.

– Patético -murmuró Chiara.

– Era 1948 -replicó Carter-. Entonces las cosas eran diferentes. Los juicios de Nuremberg ya habían acabado, y todas las partes habían perdido el interés en que siguieran. Los médicos nazis habían vuelto a sus consultorios. Los profesores nazis volvían a dar clases en las universidades. Los jueces nazis presidían de nuevo los juicios.

– Y un asesino en masa nazi llamado Erich Radek era ahora un importante agente norteamericano que necesitaba protección -señaló Gabriel-. ¿Cuándo regresó a Viena?

– En 1956, Konrad Adenauer convirtió la organización de Gehlen en el servicio de inteligencia de la Alemania Federaclass="underline" el Bundesnachrichtendienst, más conocido como el BND. Erich Radek, el actual Ludwig Vogel, trabajaba de nuevo para el gobierno alemán. En 1965 regresó a Viena para organizar una red y asegurarse de que el nuevo gobierno austriaco continuara dando su apoyo a la OTAN y al mundo occidental. Vogel era un hombre del BND y la CIA. Trabajamos juntos en su tapadera. Limpiamos sus expedientes en el Staatsarchiv. Le creamos una compañía para que la dirigiera, la Danube Valley Trade and Investment, y le facilitamos contratos para garantizar que la empresa fuese un éxito. Vogel era muy buen empresario y, al cabo de poco tiempo, los beneficios de la empresa estaban financiando todas nuestras redes austriacas. En resumen, Vogel era todo lo que podíamos soñar, no sólo en Austria sino en toda Europa. Era el espía perfecto. Cuando cayó el Muro, se acabó su trabajo. Además ya se había hecho mayor. Acabamos nuestra relación, le dimos las gracias por su trabajo y nos despedimos. -Carter levantó las manos-. Mucho me temo que aquí se acaba la historia.

– No es verdad, Adrian -afirmó Gabriel-. De lo contrario, no estaríamos aquí.

– ¿Se refiere a las alegaciones hechas contra Vogel por Max Klein?

– ¿Lo sabía?

– Vogel nos avisó de que podríamos tener un problema en Viena. Nos pidió que intercediéramos. Le respondimos que no podíamos hacer nada.

– Así que se ocupó de resolver el problema por su cuenta.

– ¿Está sugiriendo que Vogel ordenó el atentado en la Oficina de Reclamaciones e Investigaciones de Guerra?

– También sugiero que ordenó el asesinato de Max Klein para silenciarlo.

Carter se tomó unos segundos antes de responder.

– Si Vogel está involucrado, habrá utilizado tantos intermediarios que nunca conseguirá acusarlo directamente. Además, el atentado y el asesinato de Max Klein son asuntos austriacos, no israelíes, y a ningún fiscal austriaco se le ocurrirá iniciar una investigación criminal en la que podría estar implicado Ludwig Vogel. Es una vía muerta.

– Se llama Radek, Adrian, no Vogel, y la pregunta es por qué. ¿Por qué a Radek le preocupaba tanto la investigación de Eli Lavon que tuvo que recurrir al asesinato? Incluso si Eli y Max Klein hubiesen podido probar de manera concluyente que Vogel era en realidad Erich Radek, ningún fiscal austriaco lo hubiese llevado a juicio. Es demasiado viejo. Ha pasado mucho tiempo. No quedaba ningún testigo vivo, ninguno excepto Klein, y a Radek jamás lo hubiesen condenado en Austria con la palabra de un viejo judío. Por lo tanto, ¿por qué recurrir a la violencia?

– Me parece que ahora me explicará una teoría.

Gabriel volvió la cabeza y le murmuró a Shamron unas palabras en hebreo. Shamron le entregó el expediente con todo el material que había recopilado en el curso de la investigación. Gabriel sólo sacó una cosa: la fotografía que se había llevado de la casa de Radek en la Salzkammergut, donde aparecía Radek con una mujer y un adolescente. La dejó sobre la mesa y le dio la vuelta para que la viera Carter. El hombre de la CIA miró por un segundo la foto y luego a Gabriel.

– ¿Quién es ella? -preguntó Gabriel.

– Su esposa, Monica.

– ¿Cuándo se casó con ella?

– Durante la guerra. En Berlín.

– No había ninguna mención a la aprobación de una boda en su expediente de las SS.

– Había muchas cosas que no se anotaron en el expediente de Radek en las SS.

– ¿Qué pasó cuando se acabó la guerra?

– Ella se fue a vivir a Pullach con su verdadero nombre. El niño nació en 1949. Cuando Vogel regresó a Viena, el general Gehlen consideró que no era seguro para Monica y su hijo que fueran a vivir con él. La agencia compartió su opinión. Se dispuso que Monica se casara con un empleado en la red de Vogel. Ella vivía en Viena, en una casa contigua a la de Vogel. Él iba a verlos por la noche. Al final, construimos un pasaje entre las dos casas para que Monica y el niño pudieran moverse libremente sin miedo a ser descubiertos. No sabíamos quién podía estar vigilando. A los rusos les hubiese encantado pillarlo y hacer que se pasara a su bando.

– ¿Cómo se llamaba el niño?

– Peter.

– ¿Y el agente que se casó con Monica Radek? Por favor, díganos su nombre, Adrian.

– Creo que ya sabe su nombre, Gabriel. -Carter vaciló, y después añadió-: Se llamaba Metzler.

– Peter Metzler, el hombre que está a punto de convertirse en el canciller de Austria, es el hijo de un criminal de guerra nazi llamado Erich Radek, y Eli Lavon estaba dispuesto a descubrirlo.

– Eso parece.

– A mí me parece un excelente motivo para un asesinato, Adrian.

– Bravo, Gabriel -exclamó Carter-. Pero ¿qué puede hacer al respecto? ¿Convencer a los austriacos de que presenten cargos contra Radek? Buena suerte. ¿Publicar que Peter Metzler es el hijo de Radek? Si lo hace, también hará público que Radek era nuestro hombre en Viena. Pondrá a la agencia en una situación muy comprometida, precisamente en un momento en que está librando una campaña global contra unas fuerzas que desean destruir mi país y el suyo. También conseguirá que se congelen las relaciones entre su servicio y el mío en un momento en que necesitan desesperadamente nuestro apoyo.