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La muchacha estaba ahora de pie junto a la ventana mirando las luces del centro de San Francisco.

—Mis padres decían que si él hubiese vivido no hubiéramos perdido la guerra —murmuró.

—Muy bien —continuó Wyndam-Matson—. Supongamos ahora que el gobierno canadiense o cualquiera encontrara las planchas con que se imprimieron unos sellos de correo. Y la tinta. Y una provisión de…

—No creo que uno de éstos haya pertenecido a Franklin Roosevelt —dijo la muchacha.

Wyndam-Matson rió entre dientes. —De eso se trata. Tengo que probártelo con algún documento. Un certificado de autenticidad. Y de este modo todo es una estafa, una ilusión colectiva. ¡El valor histórico está en el certificado, no en él objeto mismo!

—Muéstrame el certificado.

—Enseguida.

Incorporándose, Wyndam-Matson fue al estudio y descolgó de la pared el certificado enmarcado del Instituto Smithsoniano. El certificado y el encendedor le habían costado una fortuna, pero valían la pena, pues le permitían probar que tenía razón que la palabra “falsificado” no significaba nada realmente, pues la palabra “genuino” tampoco tenía sentido.

—Un Colt 44 es un Colt 44 —le dijo a la muchacha mientras volvía a la sala—. Es una cuestión de calibre y forma, no de fecha de fabricación. Es una cuestión de…

La muchacha extendió la mano. Wyndam-Matson le dio el documento.

—De modo que es auténtico —dijo la muchacha al fin.

—Sí, éste. —Wyndam-Matson alzó el encendedor que tenía una larga raya en un costado.

—Creo que me voy a ir ahora —dijo la muchacha—. Te veré alguna otra noche.

Dejó el certificado y el encendedor y fue hacia el dormitorio donde tenía la ropa.

—¿Por qué? —gritó Wyndam-Matson, agitado, siguiéndola—. Ya sabes que no hay ningún peligro. Mi mujer estará afuera varias semanas. Ya te expliqué la situación. Un desprendimiento de retina.

—No es eso.

—¿Qué entonces?

—Por favor —dijo Rita—, consígueme un pedetaxi mientras me visto.

—Te llevaré yo a tu casa —gruñó Wyndam-Matson.

La muchacha se vistió, y luego mientras Wyndam-Matson iba al ropero a buscarle el abrigo, se paseó por la sala. Parecía pensativa, ausente, hasta un poco deprimida quizá. El pasado entristece a la gente, reflexionó Wyndam-Matson. Maldita sea, ¿por qué se le habría ocurrido sacar el tema? Pero demonios, era tan joven. Lo más probable era que no hubiese oído nunca el nombre de Roosevelt.

Rita se arrodilló junto a la biblioteca.

—¿Leíste esto? —preguntó sacando un libro.

Wyndam-Matson acercó los ojos miopes. Una cubierta de colores brillantes. Una novela.

—No —dijo—. Mi mujer compra esas cosas. Lee mucho.

—Tendrías que leerla.

Sintiéndose aun decepcionado, Wyndam-Matson tomó el libro y miró el título. La langosta se ha posado.

—¿No es uno de esos libros prohibidos en Boston? —preguntó.

—Prohibido en todos los Estados Unidos. Y en Europa, por supuesto.

La muchacha había ido hacia el vestíbulo y ahora estaba allí, esperando.

—He oído hablar de este Hawthorne Abendsen —dijo Wyndam-Matson.

En realidad nunca había oído el nombre. Y no recordaba nada del libro, excepto que era muy popular en ese momento. Otra moda. Otra locura colectiva. Se inclinó y metió el volumen en el estante.

—No tengo tiempo para leer obras populares de ficción. Estoy demasiado ocupado con el trabajo.

Las secretarias, pensó ácidamente, leían esa basura, solas, en cama, antes de dormir. Un menguado sustituto de la realidad, que temían y deseaban.

—Una de esas historias de amor —dijo mientras abría malhumorado la puerta del vestíbulo.

—No —dijo la muchacha—. Una historia de guerra. —Y añadió mientras iban por el pasillo hacia el ascensor: —Dice lo mismo que mis padres.

—¿Quién? ¿Ese Abbotson?

—Sí. Sostiene la teoría de que si Joe Zangara no lo hubiese matado, Roosevelt habría sacado a EEUU de la depresión, y luego de armar al ejército…

Se interrumpió. Habían llegado al ascensor y había otra gente esperando.

Más tarde, mientras iban por las calles nocturnas en el Mercedes Benz de Matson, Rita prosiguió: —Según Abendsen, Roosevelt hubiese sido un presidente tremendamente enérgico. Tanto como Lincoln. Nos dejó una muestra en el año que fue presidente, con todas esas innovaciones. El libro es una obra de ficción. Quiero decir que es un relato novelado. Roosevelt no es asesinado en Miami. Continua su mandato y lo reeligen en 1936, de modo que es presidente hasta 1940, hasta los primeros años de la guerra. ¿Entiendes? Es todavía presidente cuando Alemania ataca a Inglaterra, a Francia y a Polonia. Es testigo de todo eso y prepara al país. Garner fue un presidente realmente mediocre. Podía haber evitado muchas cosas. Y luego, en 1940, hubieran elegido a un demócrata y no a Bricker, y…

—De acuerdo con ese Abelson —interrumpió Wyndam-Matson.

Miró a la muchacha. Dios, leían un libro, pensó, y luego charlaban toda la vida.

—El libro dice que en 1940, después de Roosevelt, el presidente habría sido Rexford Tugwell, y no un aislacionista como Bricker. —La muchacha hablaba ahora animadamente, moviendo las manos. Las luces del tránsito se le reflejaban en la cara tersa —Y Tagwell hubiera continuado la política antinazi de Roosevelt, y Alemania no se hubiera atrevido a auxiliar al Japón en 1941. No habrían cumplido el tratado. ¿Entiendes? —Se volvió hacia Wyndam-Matson y le apretó el hombro. —¡Y Alemania y el Japón habrían perdido la guerra!

Wyndam-Matson se rió.

Mirándolo, buscando algo en la cara de Wyndam-Matson —y él no podía saber qué y además tenía que observar los otros coches —Rita dijo: —No es un chiste. Hubiese sido realmente así. Los Estados Unidos hubieran podido derrotar a los japoneses, y…

—¿Cómo? —interrumpió Wyndam-Matson.

—Está todo explicado en el libro. —La muchacha calló un momento. —Es una novela —dijo al fin—, y hay muchas partes de ficción, por supuesto. Tiene que ser un libro entretenido, pues si no la gente no lo leería. Hay un tema de interés humano también. La historia de dos jóvenes. El muchacho está en el ejército norteamericano, y la chica… Bueno, de cualquier modo el presidente Tugwell es realmente inteligente, y descubre enseguida las intenciones de los japoneses… No está prohibido hablar de esto —dijo con una voz ansiosa—. Los japoneses han permitido la venta del libro en el Pacífico. Me dijeron que muchos de ellos están leyéndolo. Es muy popular en las Islas. Está provocando muchas discusiones.

—Escucha —dijo Wyndam-Matson—. ¿Qué dice de Pearl Harbor?

—El presidente Tugwell es tan inteligente que tiene todos los barcos en alta mar. De modo que los japoneses no destruyen la flota norteamericana.

—Ya veo.

—De modo que no hubo realmente ningún Pearl Harbor. Atacaron, pero sólo hundieron unos botecitos.

—¿Y el libro se llama La langosta algo?

—La langosta se ha posado. Es una cita de la Biblia. —Y como no hubo Pearl Harbor, los japoneses fueron derrotados. No, el Japón hubiera ganado de cualquier modo. Aun sin Pearl Harbor.

—En el libro la flota norteamericana impide que tomen las Filipinas y Australia.

—Las hubieran tornado de todos modos. La flota de ellos era superior. Conozco bastante bien a los japoneses, y estaban destinados a dominar el Pacífico. Los Estados Unidos eran un país en decadencia desde la primera guerra mundial. Todas las naciones aliadas estaban ya arruinadas antes de la guerra, espiritualmente y moralmente arruinadas.

—Y los alemanes no hubiesen tomado Yalta —dijo Rita, con terquedad—. Churchill se hubiera mantenido en el poder y hubiese guiado a Inglaterra a la victoria.