—La Civilización de la Co-Prosperidad —dijo la radio —ha de hacer una pausa y considerar si en nuestra tarea por proveer una igualdad equilibrada entre las responsabilidades y deberes mutuos unidos a las remuneraciones… —La jerga típica de los jerarcas, notó Frink —… no hemos perdido la perspectiva de los campos futuros en que se desarrollarán las empresas de los hombres, ya sean nórdicos, o japoneses, o negros…
Mientras se vestía, Frink rumió complacido su sátira. El clima es schón, tan schún. Lástima que no haya aire para respirar…
Sin embargo, era un hecho indiscutible. El Pacífico había descuidado la colonización de los planetas. Había trabajado —se había empantanado, en realidad —en Sudamérica, Mientras los germanos se esforzaban por lanzar al espacio enormes construcciones robóticas, los japoneses seguían incendiando las junglas del interior del Brasil, y construyendo rascacielos de barro para los ex cazadores de cabezas. Cuando los japoneses pusieran en órbita su primer satélite, los alemanes ya se habrían apoderado de todo el sistema solar. Como decían los amenos libros de historia de otros tiempos: los alemanes se habían demorado en fruslerías mientras el resto de Europa daba los últimos toques a los imperios coloniales. Sin embargo, reflexionó Frink, esta vez no serían los últimos. Habían aprendido la lección.
Y en ese momento se acordó del experimento nazi en África. La sangre se le detuvo en las venas, titubeó, y siguió su marcha.
Esas vastas ruinas desiertas.
La radio dijo:
—…hemos de considerar, sin embargo, y con orgullo, el énfasis que pusimos siempre en las necesidades físicas fundamentales de las gentes, de todas las posiciones, las aspiraciones subespirituales que…
Frink apagó la radio. Poco después, más tranquilo, la encendió de nuevo.
Cristo en el potro de tormento, pensó. África. Para los fantasmas de las tribus muertas. Barridas para levantar un país de… ¿qué? ¿Quién podía saberlo? Quizá ni siquiera los arquitectos de Berlín. Una tropa de autómatas que construía y se afanaba. ¿Construía? Pulverizaba. Ogros salidos de una exhibición paleontológica, dedicados a la tarea de tallar el cráneo de un enemigo transformándolo en recipiente, mientras toda la familia recoge aplicadamente las sobras —los sesos crudos primero —para preparar una comida. Luego, con los huesos de las piernas, herramientas útiles. Realmente económico, no sólo comerse a la gente que a uno no le gusta sino también servirla en los cráneos de la misma gente. ¡Los primeros técnicos! El hombre prehistórico vestido con una chaqueta esterilizada en el laboratorio de alguna universidad de Berlín, haciendo experimentos con los posibles usos que se pueda dar a los cráneos, la piel, las orejas, la grasa de los otros. Ja, Herr Doktor. Una nueva aplicación del dedo gordo, mire. La articulación puede adaptarse al mecanismo de un encendedor automático. Caramba, si Herr Krupp pudiera producirlos en serie…
Lo horrorizaba, este pensamiento: el antiguo caníbal pariente del hombre florecía ahora, gobernaba el mundo una vez más. Le esquivamos el cuerpo durante un millón de años, pensó Frink, y aquí está de nuevo. Y no sólo como adversario, sino también como amo.
…podemos deplorar —decía la radio, la voz de los hombrecitos de Tokio. Dios, pensó Frink, y los llamábamos monos a esos enanitos estevados tan poco aficionados a instalar hornos de gas como a fundir a sus mujeres en cera —… y hemos deplorado a menudo en el pasado la terrible pérdida de seres humanos en esta lucha fanática que pone a la mayoría de los hombres completamente fuera de la comunidad legal. —Ellos, los japoneses, insistían tanto en el cumplimiento de las leyes. —… Citando a un santo occidental que todos conocen: —“¿De que le sirve al hombre ganar el mundo sí pierde el alma?”
La radio hizo una pausa. Frink, que se anudaba la corbata en ese instante, también hizo una pausa. Era el momento de la ablución matinal.
Tengo que pactar con ellos aquí, se dijo. Me pongan o no en la lista negra, sería la muerte para mí si yo dejara el territorio controlado por los japoneses y me fuera al Sur o a Europa… a cualquier lugar del Reich.
Tengo que reconciliarme con Wyndam-Matson.
Sentado en la cama, con tina taza de té tibio al lado, Frink sacó su ejemplar del I Ching. Tomó del cilindro de cuero las cuarenta y nueve varitas de milenrama. Esperó un momento hasta que se le tranquilizó la mente y pudo formular la pregunta.
—¿Cómo he de hablarle a Wyndam-Matson para estar en buenos términos con él?
Escribió la pregunta en la tableta y luego comenzó a manipular los tallos hasta que obtuvo el primer trazo, Un ocho. Había eliminado ya la mitad de los sesenta y cuatro hexagramas. Dividió los tallos y obtuvo el segundo trazo. Pronto, pues era un experto, completó las seis líneas. Miró el hexagrama y no necesitó recurrir al libro para identificarlo. Era el hexagrama Decimoquinto. Ch’ien. Modestia. Ah. El humilde será ensalzado, el orgulloso caerá. Las familias poderosas conocerán la humillación. No tenía que consultar el texto. Lo conocía de memoria. Un buen augurio. El oráculo lo aconsejaba favorablemente.
Y sin embargo, se sentía un poco decepcionado. Había algo de fatuo en el hexagrama. Decimoquinto. Demasiado “todo va bien”. ¿Qué otro camino le quedaba sino el de la modestia? Y sin embargo, la idea tenía algo de nuevo ahora. Al fin y al cabo no podía imponerse a Wyndam-Matson. Tenía que aceptar el hexagrama. Era el momento adecuado, cuando hay que pedir, esperar, tener fe. La providencia lo llevaría otra vez a su viejo empleo, o quizá a otro mejor.
No había líneas. Ningún nueve, ningún seis. Trazos 9 estáticos todos, No había un segundo hexagrama.
Una nueva pregunta entonces. Se preparó de nuevo, y dijo en voz alta: —¿La veré alguna vez a Juliana?
Juliana era su mujer. O mejor dicho su ex mujer.
Se habían divorciado hacía un año, y no la veía desde hacía meses. En realidad ni siquiera sabía dónde vivía ahora. Había dejado San Francisco, evidentemente, y quizá los Estados del Pacífico.. Los amigos comunes no sabían nada de ella, o preferían callar.
Movió rápidamente los tallos, clavando los ojos en la mesa. ¿Cuántas preguntas habla hecho ya acerca de Juliana? Aquí llegaba el hexagrama, nacido de los cambios pasivos y azarosos de los tallos. Cambios casuales, y sin embargo profundamente enraizados en el momento actual, en los lazos particulares que unían su propia vida con todas las otras vidas y partículas del universo. El hexagrama representaba con sus trazos continuos y discontinuos la, situación. Frink, Juliana, la fábrica de la calle Gough, las misiones comerciales gobernantes, la exploración de los planetas, el billón de materias químicas de África, que ahora no eran ni siquiera cadáveres, las aspiraciones de miles de hombres que arrastraban una vida miserable en las casuchas de San Francisco, los locos de Berlín de caras serenas y planes maniáticos… todo se unía en este momento mientras manipulaba los tallos de milenrama, en busca de la sabiduría exactamente apropiada recogida en un libro que había nacido en el siglo treinta antes de Cristo. Un libro creado por los sabios chinos durante un período de cinco mil años, analizado, perfeccionado. Una cosmología y ciencia codificada antes que Europa aprendiera a dividir.
El hexagrama. Frink sintió que se le encogía el corazón, Cuarenta y cuatro. Kou. El encuentro. Juicio sobrio. La doncella es poderosa. No hay que desposar a la doncella. Otra vez el hexagrama le hablaba de Juliana.