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—El señor Baynes, a quien he conocido —dijo el señor Tagomi —y que estuvo visitándome en mi casa, se presentó como ciudadano sueco. Sin embargo nuestros informes privados indican que es alemán y ocupa Tina alta posición. Digo esto porque…

—Por favor, continúe…

—Gracias. General, la agitación del señor Baynes a propósito de este encuentro me ha llevado a pensar que todo esto tiene algo que ver con las perturbaciones políticas en, el Reich.

El señor Tagomi no mencionó otro hecho, que él había notado: el general no había podido presentarse a la hora prevista.

—Señor —dijo el general—, ahora está usted a la pesca de información, no informando.

En los ojos del anciano hubo un centelleo amable y paternal, sin ninguna malicia.

El señor Tagomi aceptó la observación. —Señor, ¿mi presencia aquí es sólo una formalidad para confundir a los espías nazis?

—Por supuesto —dijo el general—, estamos interesados en mantener una cierta apariencia. El señor Baynes es representante de las industrias Tor-Am de Estocolmo, un perfecto hombre de negocios. Y yo soy Shinjirb Yatabe.

El señor Tagomi pensó: Y yo soy de veras Tagomi.

—Es indudable que los nazis han seguido las idas y venidas del señor Baynes —dijo el general. Tenía puestas las manos en las rodillas, y se sentaba muy derecho, como si, pensó Tagomi, estuviese oliendo un lejano caldo de carne—. Pero para demoler esta ficción tendrán que recurrir a arbitrios legales. Este es el propósito primero: no poner trampas, pero exigir el cumplimiento de ciertas formalidades, si se presenta el caso. Entiende usted que para detener al señor Baynes no basta con que le peguen un tiro… lo que harían enseguida si el hombre viajara… bueno, sin esta protección verbal.

—Ya veo —dijo el señor Tagomi. Parecía un juego, decidió. Pero ellos conocían la mentalidad nazi, de modo que el juego tenía quizá cierta utilidad.

El intercomunicador zumbó en el escritorio. La voz del, señor Ramsey: —Señor, el señor Baynes está, aquí. ¿Lo hago pasar?

—¡Sí! —gritó casi el señor Tagomi.

La puerta se abrió y apareció el señor Baynes, pulcramente vestido, la ropa planchada y bien cortada, el rostro compuesto.

El general Tedeki se levantó y fue al encuentro de Baynes. Tagomi se levantó también. Los tres hombres saludaron con una reverencia.

—Señor —dijo el señor Baynes al general—, soy el capitán R. Wegener del servicio de contrainteligencia de la marina del Reich. Queda entendido que no represento a nadie excepto a mí mismo y a algunas gentes anónimas; ninguna oficina o departamento de cualquier orden del gobierno del Reich.

 —Herr Wegener —dijo el general—, entiendo que no invoca usted ninguna representación oficial de ninguna rama del gobierno del Reich. Yo estoy aquí como parte civil y no oficial que a causa de la posición que ha ocupado en el ejército imperial tiene acceso a ciertos círculos de Tokio, que desearían —enterarse de lo que usted tiene que decir.

Raro discurso, pensó el señor Tagomi, pero nada desagradable, y hasta con cierta cualidad casi musical. En verdad, un alivio refrescante.

Los hombres se sentaron.

—Sin más preámbulos —dijo el señor Baynes —quisiera informarle a usted y a aquellos a quienes usted tiene acceso que un proyecto del Reich llamado Löwenzahn, Diente de León, se encuentra en una etapa avanzada:

—Sí —dijo el general, asintiendo, como si lo hubiera oído antes, pero, pensó el señor Tagomi, de veras interesado en lo que el señor Baynes tenía que decir.

—Diente de León —dijo el señor Baynes —consiste en un incidente fronterizo entre los Estados de las Montañas Rocosas y los Estados Unidos.

El general asintió, con una leve sonrisa.

—Tropas de los Estados Unidos serán atacadas y reaccionarán atravesando la frontera y chocando con las tropas de los EEMR estacionadas allí. Las tropas de los EE.UU. tienen mapas detallados que muestran las instalaciones del ejército en el Medio Oeste. Este es el primer paso. El segundo paso consiste en una declaración del Reich en relación con el conflicto. Un grupo de paracaidistas voluntarios de la Wehrmacht vendrá a ayudar a las tropas estadounidenses. Sin embargo, todo esto es aún camuflaje.

—Sí —dijo el general, escuchando.

—El propósito básico de la operación Diente de León —dijo el señor Baynes —es un devastador ataque nuclear a las Islas, sin aviso previo de ninguna clase.

El señor Baynes calló.

—Con el propósito de barrer del mapa a la familia real, las bases militares, la mayor parte de la marina imperial, la población civil, las industrias, los recursos —dijo el general Tedeki—. Y las posesiones de ultramar serán absorbidas por el Reich.

El señor Baynes no dijo nada.

—¿Qué más? —preguntó el general.

El señor Baynes parecía confundido.

—La fecha, señor —dijo el general.

—Todo ha cambiado —dijo el señor Baynes —a causa de la muerte de Bormann. Eso creo al menos. No estoy ahora en contacto con la Abwehr.

Al cabo de un rato el general dijo: —Adelante, Herr Wegener.

—Nuestra recomendación es que el gobierno japonés intervenga en los asuntos domésticos del Reich. O por lo menos esto es lo que vine a recomendar. —Ciertos grupos favorecen en el Reich la operación Diente de León, y otros se oponen. Se esperaba que la facción opositora tomara el poder luego de la muerte del canciller Bormann.

—Pero mientras usted estaba aquí —dijo el general Herr Bormann murió y la situación política tomó otro camino. El doctor Goebbels es ahora canciller del Reich. El levantamiento ha terminado. —El general hizo una pausa —¿Qué opina este grupo de la operación Diente de León?

—El doctor Goebbels es partidario de la operación —dijo el señor Baynes.

Los otros no lo miraban y el señor Tagomi cerró los ojos.

—¿Quién es ahora la oposición? —preguntó el general Tedeki.

El señor Tagomi alcanzó a oír al señor Baynes: —El general Heydrich de la SS.

—Me sorprende usted —dijo el general—. Me cuesta creerlo. ¿Es esto información confirmada o sólo un punto de vista de usted y sus colegas?

—La Administración del Este —dijo el señor Baynes—, es decir el área gobernada por el Japón pasará a manos de Relaciones Exteriores. Gente de Rosenberg trabajando directamente con la chancillería. Este fue un punto muy discutido en muchas sesiones del año pasado entre las partes principales. Tengo fotostatos de notas que se tomaron entonces. La policía exigía más autoridad pero fueron derrotados. Serán los encargados de la colonización de Marte, Luna, Venus, y allí tendrán su dominio. Una vez establecida esta división de poderes la policía apoyó con todo su peso el programa del espacio contra la operación Diente de León.

—Rivalidad —dijo el general Tedeki—. El jefe lanza a un grupo contra otro, y de ese modo nadie lo pone en cuestión.

—Así es —dijo el señor Baynes—. Por eso me mandaron aquí, a rogarles que intervengan. Todavía es posible intervenir, la situación se mantiene bastante fluida. Pasarán meses antes que el doctor Goebbels consolide su posición. Tendrá que someter a la policía, y quizá ejecutar a Heydrich y a otros jefes de la SS y la SD. Luego…

—¿Tendríamos que apoyar al Sicherheitsdienst? —interrumpió el general Tedeki—. ¿El grupo más maligno de la sociedad alemana?

—Sí, señor —dijo el señor Baynes.

—El emperador —dijo el general Tedeki —no lo toleraría nunca. Los batallones de elegidos, los camisas negras, los cabecillas de la muerte, el sistema de castas, todo eso le parece igualmente maligno.

Maligno, pensó el señor Tagomi. Sí, lo era. ¿Iban a ayudarlos a ganar el poder para así salvar la vida? ¿Era esa la paradoja de la posición del imperio japonés en el mundo? El señor Tagomi se dijo que no podía enfrentar este dilema. ¿Cómo actuar en una ambigüedad moral semejante? No había aquí ningún Camino; todo parecía confuso. Todo era un caos de luz y oscuridad, sombra y sustancia.