Выбрать главу

La sonda se detuvo ante la puerta interior. Prudentemente, conectó su gravitrón y acumuló una bola de energía cuya masa equivalía a la suya propia. Arrojó la bola a través de la puerta, no pasó nada. La sonda, satisfecha, se dirigió hacia la puerta. Y, cuando la atravesó, sus lados se cerraron golpeándose, como las fauces de una poderosa prensa, destruyendo a la sonda. La Pantalla de Rawlings se oscureció. Rápidamente hizo conexión con una de las sondas aéreas; ésta le transmitió una toma de su sonda, caída al otro lado de la puerta, transformada en una versión bidimensional de la misma. Rawlings comprendió que un ser humano atrapado por esa misma trampa hubiese quedado convertido en polvo.

— Mi sonda fue destruida — Informó a Boardman —. Seis minutos y cuarenta segundos.

— Tal como estaba previsto — le dijo —. Sólo quedan dos sondas. Cambia de frecuencia y observa.

El diagrama general apareció en la pantalla de Rawlings; era una vista simplificada y estilizada de todo el laberinto, visto desde arriba. Había una pequeña X en todos los sitios donde una sonda había sido destruida. Después de buscar un momento, Rawlings halló el sendero que había recorrido su sonda, con la X marcada en la frontera entre las zonas, en el lugar donde la puerta la había aplastado. Le pareció que la sonda había llegado más lejos que las demás; tuvo que sonreír por el orgullo infantil que le proporcionó su descubrimiento. De cualquier forma, dos de las sondas seguían avanzando. Una de ellas estaba dentro de la segunda zona del laberinto y la otra atravesaba un pasaje que daba acceso a ella.

El diagrama se desvaneció y Rawlings vio el laberinto tal como aparecía a través de los visores de una de las sondas. La columna metálica del tamaño de un hombre se abría camino con delicadeza a través de las barrocas complicaciones del laberinto, más allá de un pilar dorado que emitía una vibrante melodía en una clave extraña, más allá de un charco lodoso, más allá una telaraña de rayos metálicos, más allá de puntiagudos montones de huesos blanqueados. Rawlings apenas pudo mirar los huesos, mientras seguía los movimientos de la sonda, pero estaba seguro de que pocos eran reliquias humanas. Aquel lugar era un cementerio galáctico de seres audaces.

Su excitación aumentó a medida que el explorador mecánico continuaba su avance. Estaba tan absorto por la situación, que era como si él mismo estuviera dentro del laberinto, evitando una celada mortal tras otra; sintió la emoción del triunfo a medida que pasaban los minutos. Ya habían transcurrido catorce. El segundo nivel del laberinto no era tan desordenado como el primero; había avenidas espaciosas y largos pasadizos que nacían del camino principal. Rawlings se tranquilizó; se sentía orgulloso de la agilidad de la sonda y de la agudeza de sus dispositivos sensoriales. Sintió una emoción enorme y punzante cuando un segundo segmento del pavimento se abrió de forma inesperada e hizo caer a la sonda por un largo túnel que desembocaba en un sitio donde los engranajes de un enorme molino giraban activamente.

No habían esperado que esa sonda llegara tan lejos. La que los demás observaban era la que había entrado por la puerta principal, la puerta más segura. La misma cantidad de información que se había acumulado al precio de muchas vidas la había guiado haciéndole evitar los peligros y ahora estaba en la zona G, muy cerca de la F. Hasta ahora, todo había sucedido tal como se esperaba; las experiencias del explorador mecánico eran similares a las de quienes habían elegido aquella ruta en las expediciones anteriores. La sonda había seguido fielmente su camino, girando aquí, esquivando allá y hacía dieciocho minutos que estaba en el laberinto.

— Muy bien — dijo Boardman —. Aquí es donde murió Mortenson, ¿no?

— Sí — respondió Hosteen —. Lo único que dijo fue que estaba junto a esa pequeña pirámide. Después se interrumpió.

— Aquí es donde comenzamos a obtener información nueva, entonces. Lo único que hemos averiguado hasta ahora es que nuestros registros son exactos. Este es el buen camino. Pero de ahora en adelante…

La sonda, desprovista de pautas de movimiento, se desplazaba mucho más lentamente y dudaba después de cada paso, extendiendo en todas las direcciones su red de dispositivos para obtener información. Buscaba puertas ocultas, aberturas escondidas en el suelo, proyectores, rayos láser, detectores de masa, fuentes de energía. Comunicaba al ordenador central todo lo que aprendía, aumentando la cantidad de información disponible cada vez que avanzaba un centímetro.

En total, avanzó veintitrés metros. Mientras pasaba junto a la pequeña pirámide, examinó los restos del explorador Mortenson, perdido en ese sitio setenta y dos años antes. Transmitió la noticia de que Mortenson había sido atrapado por una calandria sensible a la presión, activada por una pisada demasiado próxima a la pirámide. Más allá, la sonda evitó dos trampas menores antes de fracasar ante una pantalla distorsionadora que confundió sus sensores y la hizo vulnerable al descenso de un pistón que la pulverizó.

— La próxima tendrá que desconectar los sensores hasta que haya sobrepasado ese punto — murmuró Hosteen —. Tendrá que pasar a ciegas. Bueno… ya nos arreglaremos.

— Un hombre sería mejor que una máquina en ese sitio — dijo Boardman —. No sabemos si esa pantalla confundiría a un hombre tanto como a un puñado de sensores.

— Todavía no estamos listos para enviar a un hombre — señaló Hosteen.

Boardman estuvo de acuerdo, pero no muy cortésmente, pensó Rawlings que estaba escuchando la conversación. La pantalla se iluminó nuevamente; otro explorador mecánico entraba en el laberinto. Hosteen había ordenado que una nueva batería de máquinas penetrara, siguiendo la ruta que ahora se sabía con certeza era la más segura. Varias de ellas estaban ya en el punto de los dieciocho minutos, donde se encontraba la pirámide mortal. Hosteen hizo avanzar una sonda y situó las demás en posición de guardia. La sonda llegó hasta la pantalla distorsionadora y desconectó sus sensores; se balanceo por un momento como si estuviera borracha, al carecer de la posibilidad de saber dónde se hallaba, pero se estabilizó rápidamente. No estaba en contacto con el entorno, de modo que no prestó atención al canto de sirena de la pantalla de distorsión que había engañado a su predecesora y la había puesto al alcance del pistón pulverizador. La falange de sondas que vigilaba la escena se encontraba fuera del alcance del distorsionador y transmitía una imagen clara y real al ordenador, que la comparaba con la ruta fatal de la última sonda, y trazó un camino que evitaba el peligroso pistón. Unos momentos más tarde la sonda ciega comenzó a moverse, guiada por impulsos internos. Careciendo de toda información ambiental, dependía totalmente del ordenador, que la guió lentamente hasta que hubo rodeado el obstáculo. Entonces se conectaron de nuevo los sensores. Para comprobar el procedimiento, Hosteen mandó una segunda sonda ciega dirigida por el ordenador. Pasó. Y luego envió una tercera sonda, con los sensores conectados, para que sufriera la influencia de la pantalla distorsionadora. El ordenador intentó dirigirla por el buen camino, pero la sonda, enloquecida por la información que enviaba la pantalla, viró bruscamente hacia el costado y fue aplastada.

— Muy bien — dijo Hosteen —. Si podemos guiar una máquina por ahí, podemos guiar a un hombre. Cierra los ojos y el ordenador calcula sus movimientos paso a paso. Nos las arreglaremos.

La sonda guía comenzó a moverse nuevamente. Avanzó diecisiete metros más allá del distorsionador antes de ser atrapada por una reja plateada que, súbitamente, despidió un par de electrodos y la envolvió en llamas. Rawlings contempló, desolado, cómo la próxima sonda evitaba ese obstáculo para caer poco después víctima de otro. Había muchas sondas aguardando pacientemente su turno.

«Y de pronto, también los hombres tendrán que ir — pensó Rawlings —. Nosotros entraremos allí».