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— ¿Ha salido alguna vez?

— No. De vez en o voy hasta la zona E, donde están tus amigos. También fui dos veces a F. Pero casi siempre estoy en las tres zonas interiores. He acomodado todo muy bien Tengo una alacena radiactiva para mi provisión de carne, un edificio que uso como biblioteca, un lugar donde guardo mis cubos y también hago un poco de taxidermia en otro edificio. Voy de caza con frecuencia. Y examino el laberinto, tratando de descubrir la forma en que funciona. He dictado varios cubos de memorias acerca de mis descubrimientos. Apuesto a que a tus amigos les encantaría recibir esos cubos.

— No dudo que nos enseñarían muchas cosas — dijo Rawlings.

— Seguro que sí, los destruiré antes de permitir que nadie los vea. ¿Tienes hambre, chico?

— Un poco.

— No te vayas. Te traeré el almuerzo.

Muller se fue, andando a zancadas, hasta los edificios más próximos y desapareció. Rawlings dijo en voz baja:

— Esto es horrible, Charles. Es evidente que está loco.

— No estés tan seguro — replicó Boardman —. No hay duda de que nueve años de aislamiento pueden afectar el equilibrio mental y la última vez que vi a Muller no parecía muy equilibrado. Pero puede estar jugando contigo…, fingiendo estar loco para comprobar tu buena fe.

— ¿Y si no es eso?

— Considerando lo que queremos de él, no importa que se haya vuelto loco. Hasta puede ser útil.

— No entiendo.

— No hace falta — dijo Boardman apaciblemente —. No te pongas nervioso, lo estás haciendo muy bien, por ahora.

Muller volvió, trayendo un plato de carne y una hermosa copa de cristal llena de agua.

— Es lo mejor que puedo ofrecerte — dijo, empujando un trozo de carne entre los barrotes —. Un mal local. Comes alimentos sólidos, ¿verdad?

— Sí.

— A tu edad, lo suponía. ¿Cuántos años dijiste que tenías? ¿Veinticinco?

— Veintitrés.

— Eso es aún peor. — Muller le dio el agua. Tenía un agradable sabor, o ausencia de sabor. Muller se sentó frente a la jaula y comió en silencio. Rawlings notó que el efecto de la emanación ya no parecía tan molesto, aun a menos de cinco metros de distancia. «Es obvio que uno se va habituando, pensó. Si uno quiere intentarlo. »

Después de un rato, Rawlings dijo:

— Dentro de unos días, ¿querrá salir y conocer a mis compañeros?

— De ninguna manera.

— Les interesaría mucho hablar con usted.

— No tengo interés en hablar con ellos. Prefiero hablar con animales salvajes.

— Pero habla conmigo — señaló Rawlings.

— Por novelería. Y porque tu padre era un buen amigo mío. Y porque, considerando lo que son los seres humanos, eres bastante aceptable. Pero no quiero verme rodeado por una masa de arqueólogos con ojos de cucaracha.

— Bueno, podría conocer a dos o tres — sugirió Rawlings —. Hacerse a la idea de estar de nuevo con la gente.

— No.

— No entiendo por qué…

Muller le interrumpió:

— Espera un momento. ¿Por qué tendría que hacerme a la idea de estar de nuevo con la gente?

Incómodo, Rawlings dijo:

— Bueno, porque hay gente aquí, porque no es bueno estar demasiado aislado de…

— ¿Estás planeando alguna jugada sucia? ¿Quieres atraparme y sacarme del laberinto? Vamos, vamos, muchacho, dime qué idea tienes en tu pequeño cerebro. ¿Qué razones hay para que quieras volver a acostumbrarme a la compañía de los hombres?

Rawlings vaciló. En el incómodo silencio Boardman habló velozmente, proporcionándole la insidia de que carecía, haciendo de apuntador. Rawlings escuchó e hizo lo que pudo.

— Me está transformando en un intrigante, Dick. Pero le juro que no tengo ningún plan siniestro. Admito que he estado tratando de ablandarle, de hacerle sentir más alegre, de hacerme amigo suyo; será mejor que le diga por qué.

— ¡Será mejor que lo hagas!

— Es a causa de las investigaciones arqueológicas. Sólo podremos quedamos unas semanas en Lemnos. Usted ha estado aquí…, son nueve años, ¿verdad? Sabe tanto de este lugar, Dick, y creo que es injusto que guarde esos conocimientos para usted solo. De modo que he estado tratando de que se sienta cómodo y sea amigo mío para que luego, quizá, venga a la zona E, hable con los demás, responda a sus preguntas y les explique lo que sabe del laberinto.

— ¿Es injusto que guarde esos conocimientos?

— Bueno; sí. Esconder conocimiento es lamentable.

— ¿Es justo que la humanidad me llame sucio y huya de mí?

— Eso es diferente — dijo Rawlings —. Está más allá de toda justicia. Usted está en un estado…, un estado poco afortunado, que no mereció y todo el mundo siente mucho que esté así, pero, por otra parte, seguramente se da cuenta de que desde el punto de vista de los otros seres humanos es muy difícil tener una actitud indiferente hacia su… su…

— Hacia mi hedor — completó Muller —. Muy bien. Es bastante difícil soportar mi presencia. Por lo tanto, estoy muy dispuesto a ahorrársela a tus amigos. Quítate de la cabeza la idea de que hablaré con ellos, o beberé té con ellos o tendré algo que ver con ellos. Y el hecho de que te haya concedido el privilegio de molestarme es irrelevante. Además, ya que estoy instruyéndote, quiero recordarte que mi poco afortunado estado fue merecido. Me lo gané metiendo las narices en lugares donde no tenía nada que hacer y pensando que por ir a esos lugares era más que humano. Hybris. Ya te había dicho la palabra.

Boardman continuaba dándole instrucciones. Rawlings continuó hablando, con el acre gusto de la mentira en la lengua:

— No lo culpo por estar amargado, Dick. Pero sigo pensando que está mal que nos rehuse información. Quiero decir…, recuerde sus tiempos de viajero. Si aterrizaba en un planeta y alguien tenía la información vital que usted había ido a buscar, ¿no hubiera hecho cualquier esfuerzo por obtener esa información? Aunque la otra persona hubiera tenido ciertos problemas personales que…

— Lo siento — dijo Muller — Ya no me importa.

Y se alejó, dejando a Rawlings solo en la jaula, con dos trozos de carne y la copa de agua casi vacía.

Cuando Muller se perdió de vista, Boardman dijo:

— Sin duda es muy susceptible. Pero nunca esperé dulzura de él. Le estás conmoviendo, Ned. Eres la mezcla justa de astucia e ingenuidad.

— Y estoy en una jaula.

— Eso no es grave. Podemos enviar un robot para que te libere si la jaula no se abre pronto.

— Muller no va a colaborar — murmuró Rawlings — parece lleno de odio, le sale por todas partes. Nunca va a cooperar. Nunca había visto tanto odio en un hombre.

— Tu no sabes qué es el odio — dijo Boardman —. Y él tampoco. Te digo que todo va bien. Es lógico que haya tropiezos, pero el hecho de que hable contigo es muy importante en sí mismo. No quiere estar lleno de odio. Dale una pequeña oportunidad de dejar su postura indiferente y lo hará.

— ¿Cuándo enviará la sonda a liberarme?

— Más tarde — dijo Boardman —. Si es necesario.

Muller no regresó. La tarde se volvió oscura y el aire más frío. Rawlings se acurrucó, incómodo, en la jaula. Trató de imaginar la ciudad cuando estaba viva, cuando aquella jaula se usaba para recibir los prisioneros capturados en el laberinto. Con los ojos de la mente vio un tropel de los constructores de la ciudad, bajos y gruesos, con matas de pelo cobrizo y cutis verdoso, agitando sus largos brazos y señalando hacia la jaula y en la jaula, acurrucada, una cosa parecida a un escorpión gigante, con color cera que rascaba los bloques de piedra del pavimento, y ojos salvajes y una peligrosa cola que aguardaba a cualquiera que se pusiese a su alcance. Una música estridente resonaba en la ciudad. Risas extrañas. El cálido hedor a almizcle de los pobladores. Niños escupiendo a la cosa de la jaula. Sus salivazos eran como llamaradas. Luz de luna brillante; sombras danzando. Una criatura atrapada, horrible y malevolente, echando de menos a sus hermanos, a su colmena en un mundo de Alpheca o Markab, donde unos seres cerúleos con cola se movían por unos túneles brillantes. Durante muchos días los constructores de la ciudad vinieron, se burlaron, reprocharon. La criatura de la jaula no aguantaba más sus cuerpos macizos y su dedos de araña que se enredaban, sus caras chatas y sus colmillos salientes. Y llegó un día en que el suelo del laberinto cedió, porque estaban fatigados del cautivo del otro mundo, y éste cayó, agitando furiosamente la cola, en un pozo lleno de cuchillos.