Muller tenía ganas de conversar.
La conversación fue espasmódica y de vez en cuando evolucionaba hacia una, ácida lucha de ira o autocompasión, pero durante la mayor parte del tiempo, Muller estuvo sereno y hasta agradable. Era un hombre maduro que disfrutaba de la compañía de un muchacho, del intercambio de opiniones y experiencias, mendrugos de filosofía. Muller habló mucho de su carrera pasada, de los planetas que había visitado, de las delicadas negociaciones en defensa de los intereses de la Tierra con los susceptibles mundos coloniales. Mencionó con frecuencia el nombre de Boardman; Rawlings mantuvo cuidadosamente una expresión de indiferencia. La actitud de Muller hacia Boardman parecía combinar una profunda admiración con una furiosa desconfianza. Aparentemente, no podía perdonar a Boardman que hubiese explotado sus debilidades para enviarlo a Hydris. «No es una actitud racional — pensó Rawlings —. Considerando la insaciable curiosidad de Muller, hubiera luchado por obtener esa misión, con Boardman o sin él, con riesgos o sin ellos. »
— ¿Y tú? — preguntó finalmente Muller —. Eres más inteligente de lo que pretendes. La timidez te obstaculiza un poco, pero tienes un buen cerebro, cuidadosamente oculto detrás de tus virtudes de escolar. ¿Qué quieres para ti, Ned? ¿Qué significa para ti la arqueología?
Rawlings le miró a los ojos.
— La posibilidad de recuperar un millón de pasados. Soy tan ambicioso como usted. Quiero saber cómo sucedieron las cosas, cómo llegaron a ser como son ahora. Y no sólo en la tierra y en el sistema. En todas partes.
— ¡Bien dicho!
«Sí, yo creo lo mismo», pensó Rawlings, esperando que Boardman estuviera complacido con su nueva elocuencia.
— Supongo que podría haber elegido la carrera diplomática, como usted — dijo —. En cambio, elegí ésta. Creo que saldré adelante. Hay tanto por descubrir, aquí y en todas partes. Sólo hemos empezado a buscar.
— Veo que quieres consagrarte a tu carrera.
— Supongo que sí.
— Me gusta oírte hablar así. Me recuerda la forma en que yo hablaba antes.
— Para que no piense que soy irremediablemente puro — dijo Rawlings —, debo decirle que lo que me impulsa es la curiosidad personal y no el amor abstracto por la sabiduría.
— Comprensible. Perdonable. En realidad, no somos muy diferentes, salvo por los cuarenta años de diferencia que hay entre nosotros. No te preocupes mucho por tus motivaciones, Ned. Ve a las estrellas, mira cosas, haz cosas. Diviértete. Finalmente la vida te aplastará, tal como me aplastó a mí, pero eso está lejos. Algún día, o nunca…, ¿quién sabe? Olvídate de eso.
— Lo intentaré — dijo Rawlings.
Sintió la calidez de Muller, la simpatía genuina que negaba hasta él. La onda que transmitía las penurias seguía presente, la transmisión interminable desde el fondo cenagoso del alma, atenuada a esa distancia, pero inconfundible. Sintiendo piedad, Rawlings dudó en decir lo que tenía que decir ahora. Boardman le apuró, impaciente:
— ¡Vamos, Ned! ¡Saca el tema!
— Parece que estuvieras muy lejos — dijo Muller.
— Estaba pensando… pensando que es muy triste que usted no confíe en nosotros, que tenga una actitud tan negativa con respecto a la humanidad.
— Soy honesto.
— Pero no necesita pasar el resto de su vida en este laberinto. Hay una, salida.
— Tonterías.
— Escuche — dijo Rawlings. Respiró hondo y desplegó su sonrisa rápida y transparente —. Hablé de su problema con el médico de la expedición. Estudió neurocirugía. Conocía su caso. Dice que ahora hay una forma de curarlo. Un sistema muy nuevo, de los dos últimos años. Se… interrumpe la transmisión. Dick. Me pidió que se lo dijera. Le llevaremos a la tierra, Dick. Para operarle. Existe una cura.
2
La palabra cortante, incisiva, resplandeciente, llegó nadando en medio de un torrente de sonidos blandos y atravesó sus entrañas. ¡Cura! Miró fijamente hacia adelante. Los edificios oscuros que se cernían sobre él reverberaban. Cura. Cura. Cura. Muller sintió la ponzoñosa tentación oyendo su hígado.
— No — dijo —. Eso es una tontería. La cura es imposible.
— ¿Cómo puede estar tan seguro?
— No lo sé.
— La ciencia ha progresado en nueve años. Ahora saben cómo funciona el cerebro, comprenden su naturaleza eléctrica. Lo que hicieron fue construir un enorme simulador en uno de los laboratorios lunares… Oh, fue hace unos años y lo revisaron todo, de la A a la Z. En realidad, estoy seguro de que están encantados por tenerle al alcance de la mano, por que con usted podrían comprobar todas sus teorías. Tal como está ahora. Y si le operan y hacen desaparecer su emisión, podrán demostrar que tenían razón. Lo único que tiene hacer es volver con nosotros.
Metódicamente, Muller hizo chasquear sus nudillos.
— ¿Por qué no mencionaste esto hasta ahora?
— Porque no lo sabía.
— No, claro.
— De verdad. Comprenda que no esperábamos encontrarle aquí. Al principio nadie estaba seguro de quién era usted, ni de por qué estaba aquí. Yo lo expliqué. Y entonces el médico recordó la existencia de este tratamiento. ¿Que pasa, no me cree?
— Tienes un aspecto tan angelical — dijo Muller —. Esos dulces ojos azules, esos cabellos rubios, ¿Qué juego te traes, Ned? ¿Por qué estás soltando todos esos disparates?
Rawlings se sonrojó.
— ¡No son disparates!
— No te creo. Y no creo en esa cura.
— Tiene todo el derecho. Pero saldrá perdiendo si…
— ¡No me amenaces!
— Disculpe.
Hubo un silencio largo y pegajoso.
Muller se debatía en un laberinto de ideas. ¿Dejar Lemnos? ¿No ser más un maldito? ¿Volver a estrechar a una mujer entre sus brazos? ¿Pechos ardientes contra su piel? ¿Labios? ¿Caderas? Reconstruir su carrera. Atravesar nuevamente los cielos. ¿Anular nueve años de angustia? ¿Creer? ¿Marcharse? ¿Someterse?
— No — dijo cuidadosamente —. No hay cura para mi enfermedad.
— No hace más que repetir eso. Pero no puede saberlo.
— No encaja en el modelo. Yo creo en el destino, Ned. En la tragedia que compensa. En la caída de los soberbios. Los dioses no ponen en escena tragedias temporales. No retiran su castigo después de unos pocos años. Edipo no recuperó sus ojos. Ni a su madre. No soltaron a Prometeo de su roca. Ellos…
— Esto no es una tragedia griega — le interrumpir Rawlings —. Este es el mundo real. Los modelos no son perfectos. Quizá los dioses han decidido que usted ya ha sufrido bastante. Y, ya que estamos manteniendo una discusión literaria… ¿A Orestes le perdonaron o no? De modo que nueve años pueden ser suficientes para usted.
— Pero ¿hay una cura?
— El médico dice que sí.
— Ned, creo que estás mintiendo.
Rawlings desvió la mirada.
— ¿Y qué ganaría con mentirle?
— No lo sé.
— Está bien. Estoy mintiendo — dijo bruscamente Rawlings —. No existe ninguna forma de ayudarle. Hablemos de otra cosa. ¿Por qué no me enseña la fuente donde brota ese licor?
— Esta en la zona C. Ahora no tengo ganas de ir hasta allí. ¿Por qué me dijiste eso si no era cierto?
— Dije que era mejor cambiar de tema.
— Supongamos por un momento que es cierto — insistió Muller —. Que si vuelvo a la tierra podré curarme. Quiero que sepas que no me interesa, ni siquiera si me ofrecen una garantía. Sé cómo son los terráqueos. Me golpearon cuando caí. No son deportivos, Ned. Hieden. Tienen un vaho desagradable. Disfrutaron mucho con lo que me sucedió.
— ¡Eso no es cierto!