Rawlings se preguntó si tendrían éxito y lograrían entrar en contacto con Muller. También se preguntó cuántos de los hombres que habían viajado con él morirían antes de que pudiesen penetrar en el laberinto. No consideró la posibilidad de su propia muerte. A su edad, la muerte era aún algo que les sucedía a los demás. Pero algunos de los hombres que ahora trabajaban instalando el campamento estarían muertos dentro de unos días.
Mientras pensaba en eso, apareció un animal, trotando sin hacer ruido, desde atrás de un montecillo arenoso que estaba allí cerca. Rawlings miró a la bestia desconocida con curiosidad. Se parecía un poco a un gato grande, pero sus garras no eran retráctiles y su boca estaba erizada de colmillos verdosos. Unas listas luminosas daban una tonalidad alegre a sus esbeltos flancos. Rawlings no conseguía imaginar qué utilidad podía tener para un predador una piel luminosa, salvo que usara su brillo como una especie de cebo.
El animal se acercó a una docena de metros, miró a Rawlings sin demostrar un interés real y luego se volvió con gesto gracioso y trotó hacia la nave. La combinación de extraña belleza, poder y amenaza de aquel animal resultaba muy atractiva.
Ahora se aproximaba a Boardman. Y Boardman estaba sacando un arma.
— ¡No! — Rawlings oyó su propio grito —. ¡No lo mate, Charles! ¡Sólo quiere mirarnos!
Boardman disparó.
El animal saltó convulsionado por los aires y cayó con las patas extendidas. Rawlings se acercó corriendo, abrumado por la conmoción. «No tenía por qué haberlo matado — pensó —. El animal sólo estaba explorando. ¡Qué canallada!»
— ¿No podía haber esperado un minuto, Charles? — dijo, enfadado —. ¡Quizá se hubiese marchado! ¿Por qué…?
Boardman sonrió. Hizo señas a un tripulante que atrapó al animal con una red-spray. El animal se estremeció, mientras el tripulante lo llevaba hacia la nave. Suavemente, Boardman dijo:
— Lo único que hice fue aturdirlo, Ned. Parte del gasto de este viaje se pagará con fondos del zoológico federal. ¿Creíste que yo era de los que disparan con facilidad?
De golpe, Rawlings se sintió muy pequeño y tonto.
— Bueno…, en realidad no. Quiero decir que…
— Olvídalo. No; no lo olvides. No olvides nada; aprende algo: es mejor tener todos los datos antes de ponerse a gritar tonterías.
— Pero si yo hubiese esperado y usted lo hubiese matado realmente…
— Entonces hubieras aprendido algo feo sobre mí, al precio de la vida de un animal, Hubieses dispuesto de un dato úticlass="underline" yo me transformo en un asesino a la vista de cualquier cosa rara con dientes afilados. En cambio, lo único que hiciste fue ruido. Si me hubiese propuesto matarlo, tu grito no hubiera cambiado mis intenciones. Pero hubiese podido malograr mi puntería y hubiera quedado a la merced de un animal herido y furioso. De modo que tómate tu tiempo, Ned. Haz una evaluación de los hechos. A veces es mejor dejar que suceda algo que jugar tus cartas demasiado rápido. — Boardman hizo un guiño —. ¿Te estoy ofendiendo, Ned? ¿Haciéndote sentir como un idiota con mi pequeña lección?
— Claro que no, Charles. Sé que tengo mucho que aprender.
— ¿Y estás dispuesto a aprender de mí, aunque sea un viejo canallesco y exasperante?
— Charles, yo…
— Disculpa, Ned, no debería burlarme de ti. Tenías razón cuando trataste de impedir que matara a ese animal. No fue culpa tuya si no comprendiste lo que yo hacía. En tu lugar hubiese actuado exactamente igual.
— ¿Quiere decir que no debía tomarme mi tiempo y reunir todos los datos mientras usted sacaba su pistola? — preguntó Rawlings, atónito.
— Posiblemente, no.
— Se está contradiciendo, Charles.
— Tengo el privilegio de ser inconsciente — dijo Boardman —. Es casi mi marca de fábrica. Trata de dormir bien esta noche — dijo, riendo —. Mañana volaremos sobre el laberinto y trataremos de levantar un plano; luego empezaremos a mandar hombres a su interior. Supongo que dentro de una semana estaremos hablando con Muller.
— ¿Cree que estará dispuesto a cooperar?
Los enérgicas rasgos de Boardman se ensombrecieron.
— Al principio, no. Estará tan lleno de amargura que escupirá veneno. Después de todo, fuimos nosotros los que le echamos. ¿Por qué iba a ayudar a la tierra ahora? Pero se convencerá, Ned, porque, fundamentalmente, es un hombre honorable y eso es algo que no cambia, por enfermo y solitario y angustiado que esté un hombre. Ni siquiera el odio puede corromper el honor. Tú lo sabes, Ned, porque eres de esa clase de personas, Hasta yo lo soy, a mí manera. Un hombre honorable. Convenceremos a Muller. Haremos que salga de ese maldito laberinto y nos ayude.
— Espero que tenga razón, Charles. — Rawlings dudó —. Y ¿cómo será el encuentro? Quiero decir, considerando su enfermedad… la forma en que afecta a los demás…
— Será difícil; muy difícil.
— Usted lo vio, ¿no es así?, después de…
— Sí. Muchas veces.
— En realidad no puedo imaginar cómo es acercarse a un hombre y sentir que toda su alma se derrama sobre uno — dijo Rawlings —. Eso es lo que sucede cuando uno está con Muller, ¿no?
— Es como entrar en un baño de ácido — dijo Boardman lentamente —. Uno puede acostumbrarse, pero no le gusta. Sientes como si hubiese fuego sobre tu piel. El espanto, los terrores, la avaricia, la enfermedad brotan de él como si fuera un manantial de excrementos.
— Y Muller es un hombre honorable… un hombre decente.
— Sí; lo era. — Boardman miró hacia el lejano laberinto —. Por suerte. Es algo que te hace pensar, ¿verdad, Ned? Si un hombre de primera clase como Dick Muller tiene toda esa basura en su cerebro, ¿cómo será la gente común? ¿La gente vulgar que vive vidas vulgares? Si sufrieran la misma maldición que Muller serían como lanzallamas que quemarían cualquier mente, a años luz de distancia.
— Pero hace nueve años que Muller está solo con su desgracia — dijo Rawlings —. ¿Y si ahora es imposible acercarse a él? ¿Si eso que irradia es tan fuerte que resulta imposible de soportar?
— Lo soportaremos — dijo Boardman.
Capítulo II
1
Dentro del laberinto, Muller estudiaba su situación y consideraba sus opciones. En los recuadros verde lechoso de la pantalla visora podía ver la nave y las cúpulas de plástico que habían brotado a su alrededor; también veía las diminutas figuras de los hombres que iban y venían. Ahora lamentaba no haber podido encontrar el control de precisión de la pantalla: las imágenes que recibía estaban completamente desenfocadas. Pero se consideraba afortunado por tener la pantalla a su disposición. Muchos de los antiguos instrumentos de la ciudad eran inservibles desde hacía mucho, a causa del deterioro de alguna pieza vital. Sin embargo, un número sorprendente de máquinas había soportado el paso del tiempo sin sufrir daños, como testimonio de la habilidad mecánica de sus fabricantes, pero Muller sólo había logrado descubrir la utilidad de unas pocas y las utilizaba de forma imperfecta.
Contempló las figuras borrosas de sus semejantes, que trabajaban activamente, y se preguntó qué nuevo tormento estarían preparando para él.