4
El cirujano dijo:
— Lo siento mucho, señor Muller. No podemos hacer nada por usted. No quiero que albergue esperanzas vanas. Hemos hecho un gráfico de toda su red de neuronas. No podemos encontrar el punto donde se hizo la alteración. Lo siento muchísimo.
5
Había tenido nueve años para aguzar su memoria. Había llenado algunos cubos con recuerdos, pero eso había sido durante los primeros años de su exilio, cuando le preocupaba la posibilidad de que su pasado se desvaneciera, perdido en la niebla. Descubrió que los recuerdos se vuelven más vívidos con la edad. O quizá era el adiestramiento. Podía conjurar visiones, sonidos, sabores, olores. Podía reconstruir conversaciones íntegras de forma convincente. Podía citar los textos completos de varios tratados en cuya negociación había intervenido. Podía nombrar a todos los reyes de Inglaterra, desde el primero al último, desde Guillermo I hasta Guillermo VII. Recordaba los nombres de las mujeres cuyos cuerpos habían sido suyos.
Admitió que, si tenía la oportunidad, volvería. Todo lo demás habían sido pretextos y jactancias. Sabía que no se había engañado a sí mismo ni había engañado a Ned Rawlings. El desprecio que sentía por la humanidad era real, pero no deseaba seguir aislado. Esperó ansiosamente el retorno de Rawlings. Mientras aguardaba, bebió varias copas del licor de la ciudad, cazó nerviosamente, abatiendo animales que no podría comer en un año, y mantuvo complejos diálogos consigo mismo. Soñó con la Tierra.
6
Rawlings corría. Muller, de pie en la zona C, le vio llegar apresuradamente, atravesar la entrada sin aliento, congestionado.
— No debes correr — dijo Muller —, ni siquiera en las zonas más seguras. Nunca se sabe…
Rawlings se dejó caer junto a una especie de bañera de piedra con rebordes, aferrándose a ella y tratando de recuperar el aliento.
— Por favor, deme un trago — dijo, jadeando —. Ese licor suyo…
— ¿Estás bien?
— No.
Muller se acercó a la fuente y llenó un frasco con el fuerte licor. Rawlings no hizo ni un gesto cuando Muller se acercó para darle el frasco. Parecía no darse cuenta de la emanación mental. Ansiosa, torpemente, vació el frasco, dejando que las gotas del brillante líquido chorrearan por su barbilla y su ropa. Luego cerró los ojos un instante.
— Tienes muy mal aspecto — dijo Muller —. Como si te hubieran violado.
— Me violaron.
— ¿Qué sucede?
— Espere. Deje que recupere el aliento. Vine corriendo desde la zona F.
— Tienes suerte de estar vivo. ¿Otra copa?
— No — dijo Rawlings —. Todavía no.
Muller lo observó, perplejo. El cambio era notorio e inquietante y la mera fatiga no daba razón de él.
Rawlings estaba congestionado, con la cara roja e hinchada; sus músculos faciales estaban contraídos, sus ojos se movían al azar, buscado sin encontrar. ¿Borracho? ¿Enfermo? ¿Drogado?
Rawlings guardaba silencio.
Después de un rato Muller dijo, para interrumpir el silencio:
— He pensado mucho en nuestra última conversación. Decidí que me había portado como un idiota. Toda esa misantropía barata que te lancé a la cara. — Muller se arrodilló y trató de mirarle a los ojos —. Mira, Ned, retiro lo dicho. Estoy dispuesto a volver a la Tierra y someterme a un tratamiento. Aun si se trata de una cura experimental; correré el riesgo. Quiero decir que lo peor que puede suceder es que no me cure y…
— No hay tratamiento — dijo Rawlings.
— No hay… tratamiento…
— No lo hay. Ninguno Era una mentira.
— Sí, claro.
— Usted mismo lo dijo — le recordó Rawlings. Usted no creyó una palabra de lo que le dije, ¿recuerda?
— Una mentira.
— Usted no entendía por qué se lo decía, pero dijo que eran tonterías. Usted me dijo que estaba mintiendo. Se preguntaba por qué lo hacia. Yo le mentí Dick.
— Mentiste.
— Pero yo cambié de idea — dijo Muller en voz baja —. Estaba dispuesto a volver a la Tierra.
— No existe cura para su problema — dijo Rawlings.
Se puso de pie, lentamente, y pasó la manó por sus largos cabellos dorados. Arregló sus ropas. Levantó el frasco, fue hasta la fuente Y lo llenó. Al volver, le pasó el frasco a Muller, quien bebió un trago. Rawlings terminó el frasco. Algo pequeño de aspecto voraz pasó corriendo a su lado y se deslizó por el portal que nevaba a la zona D.
— ¿Quieres explicarme esto? — preguntó Muller.
— No somos arqueólogos.
— Continúa.
— Vinimos aquí especialmente para buscarle. No fue un accidente. Siempre supimos que estaba aquí. Lo sabemos desde que partió de la Tierra, hace nueve años.
— Tomé precauciones.
— No sirvieron para nada. Boardman sabía dónde se dirigía e hizo que le espiaran. Lo dejó en paz porque no le servía para nada. Pero cuando le necesitó tuvo que venir a buscarle. Por así decirlo, le tenía en reserva.
— ¿Charles Boardman te envió a buscarme? — preguntó Muller.
— Sí; por eso estamos aquí. Es la única finalidad de la expedición — respondió Rawlings con voz inexpresiva —. Fui elegido para establecer contacto con usted porque conoció a mi padre y podía confiar en mi. Y porque tengo cara de inocente. Boardman estuvo dirigiéndome todo el tiempo, sugiriendo lo que debía decir, controlándome, indicándome hasta los errores que debía cometer para equivocarme correctamente. Me dijo que entrara en la jaula, por ejemplo. Pensó que eso me ayudaría a ganar sus simpatías.
— ¿Boardman está aquí? ¿Aquí en Lemnos?
— En la zona F. Tiene un campamento allí.
— ¿Charles Boardman?
— Sí; está aquí. Sí.
La cara de Muller parecía de piedra. Por dentro, todo era desorden y agitación.
— ¿Por qué hizo todo esto? ¿Qué quiere de mí?
— Usted sabe que hay una tercera raza inteligente en el universo, además de nosotros y los hidranos — dijo Rawlings.
— Sí. Habían sido descubiertos en el momento en que yo me marché. Por eso fui a visitar a los hidranos. Se suponía que iba a proponer una defensiva con ellos, antes de que esta gente, estos extragalácticos, entraran en contacto con nosotros. No tuvo éxito. Pero ¿qué tiene que ver esto con…?
— ¿Qué sabe de los extragalácticos?
— Muy poco — admitió Muller —. Esencialmente, sólo lo que te dije. El día que acepté la misión a Beta Hydri IV fue la primera vez que oí hablar de ellos. Boardman me lo dijo, pero no quiso agregar nada. Todo lo que sé es que son muy inteligentes, «una raza superior», dijo Boardman, y que viven en una nebulosa cercana. Y que poseen un método de propulsión intergaláctica y podrían visitamos.
— Ahora sabemos más — dijo Rawlings.
— Primero dime qué es lo que quiere Boardman de mí.
— Todo en orden; así será más fácil. — Rawlings sonrió; estaba un poco bebido. Se apoyó contra la bañera y estiró las piernas —. En realidad no sabemos mucho acerca de los extragalácticos. Lo que hicimos fue enviar una sonda al hiperespacio, ponerla en trayectoria curva y sacarla de ella a unos miles de años luz de distancia. O a unos millones. No conozco los detalles. De todos modos era una nave robot, con toda clase de ojos. El lugar donde emergió es una de esas galaxias de rayos X, alto secreto, pero he oído que era en Cisne A o en Escorpión II. Descubrimos que un planeta de la galaxia estaba habitado por una raza muy evolucionada de seres extraños, muy extraños.