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— Revísenlo con cuidado.

Con cuidado lo revisaron. Mientras tanto, Muller quedó inmóvil, el rostro inescrutable, los ojos inexpresivos. Había adoptado la postura y la expresión de un hombre a punto de ser ajusticiado. Finalmente, Greenfield volvió a levantar la cabeza.

— Nada — dijo.

Muller dijo:

— Uno de mis molares superiores contiene un compartimiento secreto, Lleno de carnífago. Contaré hasta diez, morderé fuerte y me disolveré ante vuestros ojos.

Greenfield se volvió y aferró las mandíbulas de Muller.

— Déjelo en paz — ordenó Charles Boardman —. Está bromeando.

— Pero… ¿cómo sabemos que…? — comenzó Greenfield.

— Déjenlo en paz. Retrocedan. — Boardman hizo un hizo un gesto —. Quédense a cinco metros de él. No se acerquen si no se mueve.

Se retiraron; era evidente que se alegraban de alejarse del impacto del campo de Muller. Boardman, que estaba a quince metros de distancia, sintió una punzada de dolor. No se aproximó.

— Puedes ponerte de pie — dijo Boardman —. Pero, por favor, no intentes moverte. Lo lamento, Dick.-

Muller se puso en pie. Su rostro estaba lívido de odio. Pero no dijo nada y no se movió.

— Ya no hay más remedio — dijo Boardman — te ataremos a una litera de espuma y te llevaremos hasta la nave. Te mantendremos allí y estarás envuelto en cuando te enfrentes con los extragalácticos. Estarás totalmente indefenso. No me gustaría tener que hacerte eso, Dick. La otra posibilidad es que estés dispuesto a cooperar. Ven a la nave con nosotros por tu propia voluntad. Haz lo que te pedimos. Ayúdanos por última vez.

— Ojalá se te pudran los intestinos — dijo Muller con un tono casi trivial —. Ojalá vivas mil años con gusanos que te devoren. Ojalá te atores con tu propia complacencia y no mueras nunca.

— Ayúdanos. De buen grado.

— Ponme en la red de espuma, Charles. Si no, me suicidaré en la primera oportunidad.

— Debo parecer un villano, ¿verdad? — dijo Boardman —. Pero preferiría no hacerlo así. Ven voluntariamente, Dick.

La respuesta de Muller fue una especie de gemido.

Boardman suspiró. Aquello resultaba embarazoso. Miró a Ottavio.

— La red de espuma — dijo.

Rawlings, que había estado en una especie de trance, se puso súbitamente en acción. Se lanzó hacia adelante, cogió la pistola que Reynolds tenía en su funda, corrió hacia Muller y puso el arma en su mano.

— Ahí tiene — dijo —. Ahora manda usted.

2

Muller estudió la pistola como si nunca hubiese visto otra, pero su sorpresa no duró más que una fracción de segundo. Deslizó la mano sobre la confortable culata y puso el dedo en el gatillo. Era un modelo familiar, apenas un poco diferente de los que había conocido. Con una sola descarga podía matarlos a todos. O a sí mismo. Retrocedió, para que no pudieran sorprenderlo por detrás. Explorando con su espuela revisó la pared, comprobó que era digna de confianza y apoyó los omoplatos contra ella. Luego movió el arma en un arco de 270º, abarcándolos a todos.

— Quedaos quietos — dijo —. Los seis. Poneos a un metro de distancia, en fila, y mantened las manos donde pueda verlas.

Disfrutó la mirada oscura y furiosa que Boardman dirigió a Rawlings. El chico parecía aturdido, abochornado, confuso; era como una figura de un sueño. Muller aguardó pacientemente a que los seis hombres se colocaran según sus órdenes. Su propia calma le resultaba sorprendente.

— No pareces muy feliz, Charles — dijo —. ¿Qué edad tienes? ¿Ochenta años? Supongo que te gustaría vivir otros setenta, ochenta, noventa. Has planeado toda tu vida, y morir en Lemnos no entra en tus planes. Quédate quieto, Charles. Y ponte derecho. No conseguirás que me apiade de ti pareciendo viejo y encorvado. Conozco ese truco. Estás tan sano como yo, detrás de esa falsa barriga. Más sano. ¡Ponte derecho, Charles!

Con voz vacilante, Boardman dijo:

— Si eso hace que te sientas mejor, mátame, Dick Y luego ve a la nave y haz lo que queremos que hagas. Yo no soy imprescindible.

— ¿Lo dices en serio? — Casi te creo — dijo Muller, admirado —. ¡Me estás proponiendo un trato, viejo traidor! Tu vida a cambio de mi cooperación. Pero ¿donde está el quid pro quo? No me gusta matar. Liquidarte no me serviría de nada. Aún tendría mi maldición.

— La oferta sigue en pie.

— Rechazada — dijo Muller —. Si te mato, no es a cambio de algo. Pero es muy posible que me suicide. ¿Sabes?, en el fondo soy un hombre decente. Un poco inestable, es cierto, pero ¿quién tiene la culpa? Pero decente. Prefiero usar esta pistola contra mí que contra ti. Yo soy el que sufre. Y puedo terminar con eso.

— Podrías haberlo hecho en cualquier momento de los últimos nueve años — señaló Boardman —. Pero sobreviviste. Dedicaste todo tu ingenio a sobrevivir en este lugar asesino.

— Ah, sí. ¡Pero eso era diferente! Un desafío abstracto, el hombre contra el laberinto. Una prueba de mi habilidad. Ingenio. Pero si me matase ahora, desbarataría tus planes. Te metería el dedo en la nariz ante los ojos de toda la humanidad. ¿Dices que soy indispensable? Entonces, ¿qué mejor forma de cobrar mi dolor a la humanidad con la misma moneda?

— Lamentábamos mucho tus sufrimientos — dijo Boardman.

— Sí; estoy seguro de que lloraron amargamente por mí. Pero fue lo único que hicieron. Me dejaron partir enfermo, corrompido, sucio. Ahora ha llegado mi liberación. No es un suicidio, es una venganza.

Muller sonrió. Ajustó la pistola en el rayo más fino y dejó que el cañón se apoyara contra su pecho.

Ahora, una pequeña presión del dedo. Sus ojos escudriñaron las expresiones de los demás. A los soldados no les importaba. Rawlings estaba completamente atontado. Sólo Boardman mostraba miedo y preocupación.

— Supongo que podría matarte a ti primero Charles. Para darle una lección a nuestro joven amigo; el precio del engaño es la muerte. Pero no. Eso lo estropearía todo. Tienes que vivir, Charles. Tienes que volver a la tierra y admitir que dejaste escapar al hombre indispensable. ¡Qué borrón en tu carrera! ¡En la misión más importante! Sí. Será un placer derrumbarme aquí y dejar que tú recojas los pedazos.

Su dedo se crispó sobre el gatillo.

— Ahora — dijo —. Rápido.

— ¡No! — gritó Boardman —. Por el amor de…

— …el hombre — dijo Muller, riendo, y no disparó. Dejó caer el brazo y tiró el arma con gesto de fastidió hacia donde estaba Boardman. Aterrizó a sus pies.

— ¡Espuma! ¡Rápido!

— No te molestes — dijo Muller —. Soy tuyo.

3

A Rawlings le llevó bastante tiempo entenderlo.

Primero tuvieron que afrontar el problema de salir del laberinto. Aun con Muller dirigiéndolos fue un trabajo abrumador. Tal como habían sospechado acercarse a las trampas desde el lado interno no era lo mismo que sortearlas desde afuera. Cautelosamente, Muller los condujo a través de la zona E; ellos conocían bastante bien la F y, después de desmantelar el campamento, entraron en G. Rawlings seguía esperando que Muller saltara súbitamente y se arrojara en alguna trampa espantosa. Pero Muller parecía tan ansioso por salir del laberinto con vida como cualquiera de ellos. Y, curiosamente, Boardman se había dado cuenta de eso. Aunque vigilaba de cerca a Muller, lo dejó en libertad.

Sintiendo que había caído en desgracia, Rawlings, se mantuvo apartado de los demás durante la silenciosa marcha hacia fuera. Consideraba que había arruinado su carrera. Había puesto en peligro las vidas de sus compañeros y el éxito de la misión. Pero sentía que había valido la pena. Llega un momento en que un hombre debe actuar contra lo que considera incorrecto.