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– ¿Canciones de amor?

– Exacto. Canciones de amor. Ya sabes, «Dubi dubi dubi, me molas cantidubi», o «Helen, mi vida se llama Helen».

– Pues en realidad no. Quiero decir, supongo que lo hace todo el mundo, hasta cierto punto. ¿No tratan de amor el noventa y nueve por ciento de las canciones pop, rock, country, lo que sea, incluso punk? Amor perdido, amor no correspondido, amor bueno, amor malo… Pero ¿qué relación tiene con lo que estamos hablando…?

Me sentía un poco exasperado. Lo que quería era averiguar el siguiente paso de Ashley. Y desde luego quería saber más de Michael O'Connell.

– La mayoría de las canciones de amor no tratan del amor, sino de otras cosas relacionadas. Sobre todo de frustración, lujuria, deseo, necesidad, decepción. Rara vez tratan de lo que es realmente al amor. Si lo despojas de todos los aspectos vinculados, el amor no es más que dependencia mutua. El problema es que cuesta verlo, porque nos obsesionamos con alguno de los otros aspectos de la lista y supeditamos todas las emociones a eso.

– De acuerdo -dije-. ¿Y Michael O'Connell?

– Para él, el amor era furia. Ira.

Guardé silencio.

– Y le resultaba tan imprescindible como el aire que respiraba.

13 El más modesto de los objetivos

El ronroneo del Porsche hizo que Ashley se quedara dormida al instante. No se movió durante casi una hora, hasta que abrió bruscamente los ojos y se irguió con un pequeño jadeo, desorientada. Miró alrededor con los ojos como platos e hizo ademán de protegerse con las manos antes de desplomarse en el asiento. A continuación se frotó la cara con las manos.

– Vaya. -Suspiró-. ¿Me he quedado dormida?

Scott no respondió.

– ¿Cansada?

– Supongo. Más bien, relajada por primera vez en horas. Es más fuerte que yo. Algo raro. No raro bueno, pero tampoco raro malo. Sólo raro raro.

– ¿Deberíamos hablar de eso ahora?

Ashley pareció un poco vacilante, como si con cada kilómetro que se alejaba de Boston, su preocupación se hiciera más pequeña y lejana.

– Tal vez deberías informarme de lo que le contaste a tu madre y su compañera -dijo Scott con suavidad, consciente de que concedía un aire de formalidad a la relación de Sally y Hope-. Al menos de esa manera todos estaremos al corriente. Sería bueno que todos colaborásemos en algún plan razonable para afrontar la situación. -No estaba seguro de que su hija volviera a casa con idea de elaborar un plan, pero pensó que ella esperaría que él lo propusiera.

Ashley se estremeció y luego dijo:

– Flores muertas. Flores muertas colocadas ante mi puerta. Y luego, en vez de reunirse conmigo en el restaurante que habíamos quedado, donde yo iba a librarme de él para siempre, me siguió solapadamente, como si yo fuese una especie de animal y él un cazador al acecho… -Miró por la ventanilla, como intentando ordenar sus ideas para que tuvieran sentido, y luego dijo con un suspiro-: Empezaré por el principio, para que puedas comprenderlo…

Scott redujo la velocidad y se pasó al carril derecho, por donde no iba casi nunca, y escuchó.

Cuando llegaron a la pequeña ciudad universitaria donde vivía Scott, Ashley ya le había contado todo sobre su relación con Michael O'Connell, si se podía dignificar con esa palabra. Había resumido al máximo la noche del encuentro, pues le incomodaba hablar de sus borracheras y su vida sexual con su padre, así que usó eufemismos como «enrollarse» y «achisparse».

Scott sabía exactamente de qué estaba hablando ella, pero se abstuvo de preguntas indiscretas. Suponía que era mejor para su paz espiritual no enterarse de ciertos detalles.

Cuando dejaron la autovía, circularon por carreteras comarcales. Ashley había vuelto a guardar silencio y miraba por la ventanilla. El día se había vuelto soleado y el cielo estaba celeste.

– Es agradable volver a casa -dijo ella-. Te olvidas de lo bien que conoces un sitio cuando tienes otras cosas en la cabeza. Pero es verdad. Los mismos parques de siempre, el ayuntamiento, los restaurantes, las cafeterías, los niños jugando con sus frisbees en el césped. Te hace pensar que aquí nada podría salir mal. -De pronto resopló-. Bueno, papá, ya lo sabes. ¿Qué opinas?

Scott trató de forzar una sonrisa que enmascarara el torbellino que lo sacudía.

– Creo que deberíamos buscar un modo de desalentar al señor O'Connell sin que haya complicaciones -respondió, nada seguro de lo que decía, aunque impostó un tono de absoluta confianza-. Tal vez haga falta que tenga una charla con él. O poner distancia, aunque esto podría retrasar tus estudios de posgrado. Pero así es la vida, un poco liosa. No obstante, estoy seguro de que podremos resolverlo. No parece ser lo que me temí al principio.

Ashley pareció sentirse algo aliviada.

– ¿Tú crees?

– Sí. Apuesto a que tu madre piensa lo mismo que yo. Ya sabes, en su profesión ha visto a muchos tipos duros, en los casos de divorcio o de delitos de poca monta. Conoce muy bien las relaciones abusivas, aunque ése no es exactamente tu problema, y es muy competente para resolver esta clase de embrollos.

Ashley asintió.

– No te habrá pegado, ¿verdad? -Scott hizo la pregunta aunque su hija ya le había dado la respuesta.

– Ya te he dicho que no. Sólo insiste en que estamos hechos el uno para el otro.

– Sí, bueno, no sé a él, pero sé quién te hizo a ti, y dudo que estés hecha para ese tipo.

Una sonrisa asomó al rostro de Ashley.

– Y confía en mí -añadió su padre, tratando de hacer una broma que distendiera el ambiente-, no parece un problema grave que un prestigioso historiador no pueda resolver. Un poco de investigación. Tal vez algunos documentos originales o declaraciones de testigos. Fuentes primarias. Un poco de trabajo de campo. Y nos pondremos en marcha.

Ashley consiguió soltar una risita.

– Papá, no estamos hablando de un trabajo de investigación…

– ¿Ah, no?

Esto la hizo sonreír de nuevo. Scott captó la sonrisa, que le recordó muchos momentos de felicidad y le pareció lo más valioso de su vida.

El sábado era día de partido en el colegio privado de Hope, así que se sintió dividida entre ir al campus o esperar la llegada de Ashley. Por experiencia, sabía que el sol de la mañana ayudaba a secar el campo, pero no del todo, así que el partido de la tarde se jugaría en medio de un fangal. Una generación atrás, probablemente, la idea de que unas chicas jugaran en el barro hubiese resultado tan inapropiada que el partido se habría suspendido. Ahora estaba segura de que las muchachas del equipo anhelaban el campo sucio y resbaloso. Estar manchada de tierra y sudorosa se consideraba algo positivo. «El progreso definido por la aceptación del barro», pensó con ironía.

Hope estaba en la cocina, medio vigilando el reloj de la pared, medio asomada a la ventana, atenta al inconfundible sonido del Porsche cuando apareciera en la esquina. Anónimo estaba sentado junto a la puerta. Demasiado viejo para mostrar impaciencia, pero dispuesto a no perderse nada. Conocía la frase «¿Quieres ir a un partido de fútbol?» y, cuando ella la pronunciaba, pasaba de su estado casi comatoso a otro de alegría desatada.

La ventana estaba entreabierta y Hope oía los sonidos de las casas vecinas, tan típicos del sábado por la mañana que eran casi clichés: las toses y carraspeos de una segadora de césped; el zumbido de un aspirador de hojas; agudas voces de niños que jugaban en un patio cercano. Era difícil imaginar que pudiese existir la menor amenaza al ordenado discurrir de sus vidas. Hope no podía saber que Ashley había pensado lo mismo hacía unos instantes.

De pronto vio a Sally en la puerta de la cocina.

– Llegarás tarde -dijo ésta-. ¿A qué hora es el partido?

– Tengo tiempo -respondió Hope.

– ¿Es un partido importante?

– Todos lo son. Algunos un poco más. Estaremos bien. -Vaciló un instante y añadió-: Deben de estar al llegar. ¿No dijo Scott que saldría temprano?