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Sally asintió.

– Tal vez podamos influir en dos sentidos. Scott, tú puedes decirle que la deje en paz y al mismo tiempo endulzarlo ofreciéndole un poco de dinero. Algo sustancioso, cinco de los grandes o así. Eso será más que suficiente para alguien que trabaja en un taller de coches e intenta aprender informática.

– ¿Un soborno para que se aleje de Ashley? -replicó Scott-. ¿Funcionará?

– En muchas disputas familiares, divorcios y casos de custodia, mi experiencia indica que un acuerdo monetario llega muy lejos.

– Acepto tu palabra -dijo Scott. No la creía. También tenía sus dudas de que hablar con O'Connell fuera a servir de nada. Pero sabía que lo primero era intentar el camino más sencillo-. Pero supongo…

Sally alzó una mano.

– No nos adelantemos. Ese tipo se ha comportado de manera rara. Pero, tal como lo veo, aún no ha quebrantado ninguna ley. Quiero decir que más adelante podemos hablar de detectives privados, recurrir a la policía, conseguir una orden de alejamiento…

– Seguro que eso lo solucionará todo -ironizó Scott, pero Sally lo ignoró.

– O examinar otros medios legales. Incluso podríamos hacer que Ashley se marchara de Boston. Sería un contratiempo, sin duda, pero siempre es una posibilidad. Aunque creo que primero hemos de probar con lo más sencillo.

– De acuerdo -zanjó Scott-. ¿Qué estrategia seguimos?

– Ashley llama al tipo. Arregla otro encuentro. Lleva dinero y la acompaña su padre. Lo hace en público. Una conversación breve y sin tonterías. Si hay suerte, será el final de la historia.

Scott fue a sacudir la cabeza, pero se detuvo. Bien mirado, tenía sentido. Al menos, lo suficiente para intentarlo. Así pues, decidió seguir el plan de Sally, con alguna variante propia.

Hope había permanecido en silencio durante toda la conversación. Sally se volvió hacia ella.

– ¿Qué te parece? -preguntó.

– Creo que es una estrategia adecuada -dijo, aunque no lo creía.

A Scott de pronto le molestó que se le diera a Hope la oportunidad de hablar. Quiso decir que no tenía nada que hacer allí, que debería marcharse a otra habitación. «Sé razonable -se ordenó-. Aunque esta mujer sea irritante.»

– Bien, lo haremos así. Al menos para empezar.

Sally asintió.

– Bien. Scott, ¿querías de verdad té o era una de tus bromas?

– Me cuesta trabajo creer… -empecé, pero decidí probar una estrategia diferente-. Quiero decir que deberían tener alguna idea…

– ¿De a lo que se enfrentaban? -preguntó ella-. Aún no sabían nada del ataque al chico. Ni nada del, digamos, accidente que la amiga de Ashley tuvo después de la cena. Y tampoco de la reputación de Michael O'Connell, ni de las impresiones que había causado en sus compañeros de trabajo, profesores y demás. La información crítica que podría haberlos guiado en una dirección distinta. Todo lo que sabían era que… ¿qué palabra usaba Ashley? Que era una «rata». Una palabra muy inocente.

– Pero ¿hablar con él? ¿Ofrecerle dinero? ¿Cómo se les ocurrió pensar siquiera que eso funcionaría?

– ¿Por qué no? Con la gente normal siempre funciona.

– Sí, pero…

– La gente siempre busca soluciones a sus problemas. ¿Qué alternativas tenían, si no?

– Bueno, podrían haber sido un poco más agresivos…

– ¡No lo sabían! -Su voz se elevó de pronto con vehemencia. Se inclinó hacia mí con los ojos entornados de frustración e ira-. ¿Por qué resulta tan difícil comprender lo poderosa que es la capacidad de negación que tenemos todos? ¡Nunca queremos creer lo peor!

Se detuvo y tomó aire. Yo empecé a hablar, pero ella alzó una mano.

– No pongas excusas -dijo-. Incluso tú te negarías a verlo, aunque tuvieras delante lo más peligroso del mundo. -Inspiró de nuevo-. Pero Hope lo vio. O al menos tuvo una leve intuición. Sin embargo, por un motivo u otro, todos equivocados y estúpidos, se abstuvo de mencionarlo. Al menos en aquel momento inicial…

14 Necedad

Scott se sentía incómodo en aquella barra. Acarició su botella de cerveza y trató de mantener un ojo en la puerta del restaurante y el otro en Ashley, que estaba sentada sola en un reservado. Ella no paraba de alzar la cabeza, jugueteando con los cubiertos, tamborileando nerviosa los dedos mientras esperaba.

Su padre la había instruido respecto a qué decirle a O'Connell cuando lo llamó, así como a qué hacer cuando él llegara. Scott tenía un sobre con cinco mil dólares en billetes de cien en el bolsillo de la chaqueta. El sobre estaba repleto e impresionaría cuando lo arrojara sobre la mesa; contaba con causar un impacto mayor que la suma real. Al pensar en el dinero, sintió el sudor corriéndole por la espalda. Se aclaró la garganta y tomó otro sorbo de cerveza. Flexionó los músculos y se recordó por enésima vez que un cobarde acosador probablemente se acobardara al enfrentarse a un hombre que pudiera plantarle cara incluso con los puños. Scott había pasado muchos años tratando con estudiantes no muy distintos de Michael O'Connell, y les había parado los pies a varios de ellos. Pidió al camarero otra cerveza.

Ashley, por su parte, no sentía más que frío hielo y tensión en su interior.

Cuando había telefoneado a O'Connell se había mostrado cautelosa y ceñido al sencillo guión que habían elaborado con su padre en el camino de vuelta a Boston. No debía mostrarse belicosa, pero tampoco dar pie a ninguna ilusión. Lo principal, se recordó, era hablar con él cara a cara, para que si fuera necesario su padre pudiese intervenir.

– Michael, soy Ashley… -le había dicho.

– ¿Dónde has estado?

– Fuera de la ciudad por unos asuntos.

– ¿Qué clase de asuntos?

– De los que tenemos que hablar. ¿Por qué no asististe a nuestra cita en el museo el otro día?

– Era una encerrona. Y no quería oír lo que querías decirme. Ashley, de verdad creo que entre nosotros hay algo bueno…

– Si de verdad lo crees, entonces cenemos esta noche. En el mismo sitio de nuestra primera y única cita. ¿De acuerdo?

– Sólo si me prometes que no va a ser la gran despedida -dijo él-. Te necesito, Ashley. Y tú me necesitas a mí. Lo sé. -Parecía débil, casi infantil, incluso confundido.

Ella vaciló un instante.

– De acuerdo, prometido -dijo.

– Bien. Tenemos muchas cosas de que hablar. Por ejemplo, de nuestro futuro.

– Así pues, a las ocho -dijo ella. Colgó sin comentar sus últimas palabras y sin mencionar lo mucho que se había asustado cuando él la siguió bajo la lluvia hasta el metro. Ni una palabra sobre las flores muertas. Ni sobre nada.

Ahora hizo un esfuerzo para no mirar a su padre en la barra y centrarse en la puerta, consciente de que eran casi las ocho. Ojalá no volviera a repetirse lo del otro día. El plan urdido con su padre era sencillo: llegar temprano al restaurante, sentarse en un reservado para que O'Connell entrara y estuviese atrapado en su asiento cuando se acercara Scott, de modo que tuviera que oír lo que él tenía que decirle. Los dos actuarían como un equipo que obligaría a O'Connell a dejarla en paz. Contaban con la ventaja del número y del lugar público. Psicológicamente, había insistido su padre, eran más que fuertes para enfrentarse a él, e iban a controlar la situación de principio a fin. «Sé fuerte, firme, explícita. No dejes espacio para la duda.» Scott había sido muy claro al describir su ventaja: «Recuerda: nosotros somos dos y somos más listos. Tenemos mejor educación y mayores recursos financieros. Fin de la historia.» Ashley bebió un sorbo de agua. Tenía los labios secos y agrietados. De repente se sintió a la deriva en una pequeña balsa.

Mientras dejaba el vaso sobre la mesa, vio a O'Connell entrar. Se levantó a medias en el asiento y lo saludó. Lo vio recorrer rápidamente el local con la mirada, pero no estuvo segura de que viera a Scott. Ashley dirigió una rápida mirada a su padre, que se había envarado de modo ostensible.