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– ¿Qué puede hacer una víctima?

Buscó en su mesa y sacó un folleto titulado ¿Se siente víctima de acoso? Consejos de la policía estatal de Massachusetts.

– Les damos material para leer.

– ¿Ya está?

– Hasta que se comete un delito. Pero entonces suele ser demasiado tarde.

– ¿Y los grupos de defensa y…?

– Bueno, pueden ayudar a algunas personas. Hay casas francas, lugares seguros, grupos de apoyo, lo que quiera. Pueden proporcionar ayuda en algunos casos. Yo nunca le diría a nadie que no contacte con ellos, pero hay que ser cauteloso, porque puedes provocar una confrontación que realmente no quieres. De todas formas siempre suele ser demasiado tarde. ¿Sabe qué es lo más absurdo?

Negué con la cabeza.

– Nuestra Asamblea Legislativa siempre está dispuesta a aprobar leyes para proteger a la gente, pero el acosador obstinado es capaz de sortearlas. Y, aún peor, cuando intervienen las autoridades, cuando cursas la denuncia y el caso queda registrado y obtienes la orden judicial de alejamiento, eso es precisamente lo que puede provocar el desastre. De esa manera se fuerza la jugada del malo. Haces que actúe de manera precipitada. Carga toda su munición y anuncia: «Si no puedo tenerte, nadie podrá…»

– ¿Y?

– Use su imaginación, señor escritor. Ya sabe lo que pasa cuando un tipo aparece en una oficina, o una vivienda, o donde sea, vestido como Rambo, con un fusil de asalto, dos pistolas y suficiente munición para repeler a un equipo de los SWAT durante horas. Ha visto esas historias.

Guardé silencio. Lo había visto. El detective volvió a sonreír.

– Por lo que podemos decir, tanto los policías como los psicólogos forenses, el perfil más parecido de un acosador obsesivo es muy similar al de un asesino en serie. -Se reclinó en su asiento-. Da que pensar, ¿eh?

20 Acciones, buenas y malas

– ¿Tenemos alguna idea real de a qué nos enfrentamos?

La pregunta de Sally quedó flotando en el aire.

– Quiero decir, aparte de lo que Ashley nos ha contado, que no es mucho, ¿qué sabemos de ese tipo que le está fastidiando la vida?

Se volvió hacia su ex marido. Todavía sostenía el vaso de whisky, sin beberlo; estaba demasiado nerviosa para perder la sobriedad.

– Scott, tú eres el único, aparte de Ashley, claro está, que ha visto a ese tipo. Imagino que extrajiste algunas conclusiones. Te daría alguna impresión. Tal vez podamos empezar por ahí…

Él vaciló. Estaba acostumbrado a dirigir la conversación en una clase y que de repente le pidieran su opinión lo pilló un poco desprevenido.

– No me pareció alguien con quien ninguno de nosotros pudiera sentirse cómodo -dijo lentamente.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Sally.

– Bueno, es fornido, atractivo y obviamente bastante listo, pero también duro, más o menos lo que cabe esperar de un tipo que tal vez monta en moto, trabaja de peón en alguna parte y asiste a clases nocturnas para adultos. Mi impresión es que procede de un entorno bastante pobre… no es el tipo que suele encontrarse en mi facultad, ni en el colegio de Hope. Y tampoco encaja con el tipo de joven que Ashley conoce, le profesa amor eterno y rompe cuatro semanas más tarde. Ésos siempre parecen del tipo artista: delgados, melenudos y nerviosos. O'Connell es duro y resabiado. Tal vez te hayas encontrado con algunos como él en tu profesión, pero creo que estás a otro nivel.

– Y ese tipo está…

– Por debajo de los círculos en que te mueves. Pero puede que eso no sea una desventaja.

Sally arrugó el entrecejo.

– Pero, Dios santo, ¿cómo demonios Ashley se lió con un tipo así?

– Cometió un error -dijo Hope. Había permanecido sentada en silencio, con una mano en el lomo de Anónimo, rebullendo por dentro. Al principio no supo si le correspondía participar en la conversación, y decidió que sí, qué demonios. No comprendía cómo Sally parecía tan distante. Era como si estuviese fuera de lo que estaba sucediendo… incluyendo sus propias finanzas jodidas-. Todo el mundo se equivoca alguna vez. Cosas que luego lamentamos. La diferencia es que continuamos adelante. Este tipo no deja que Ashley lo haga. -Miró a Scott, luego a Sally-. Tal vez Scott fue tu error, o tal vez lo soy yo. O tal vez hubo alguien más que has mantenido en secreto durante años. Pero no importa, has seguido adelante. Este O'Connell es otra clase de persona.

– De acuerdo -dijo Sally con cautela, tras un silencio incómodo-. ¿Cómo seguimos?

– Bueno, para empezar, tenemos que sacar a Ashley de allí -decidió Scott.

– Pero ella estudia en Boston. Allí está su vida. ¿Crees que debemos traerla aquí, como a una excursionista que vuelve añorante a casa después de pasar su primera noche fuera?

– Sí. Exactamente.

– ¿Creéis que vendrá? -intervino Hope.

– ¿Tenemos ese derecho? -preguntó Sally-. Es una mujer adulta. Ya no es una niña…

– Ya lo sé -replicó Scott, picado-. Pero si somos razonables…

– ¿Es que algo de esto es razonable? -preguntó Hope bruscamente-. Quiero decir, ¿por qué debería regresar a casa al primer signo de problemas? Tiene derecho a vivir donde quiera, y tiene derecho a vivir su propia vida, incluyendo sus errores. Ese O'Connell no tiene ningún derecho a obligarla a huir.

– Cierto. Pero no estamos hablando de derechos. Estamos hablando de realidades.

– Bien -dijo Sally-. La realidad es que tendremos que hacer lo que Sally quiera, y no sabemos qué es.

– Es mi hija. Si le pido que haga algo, lo hará -replicó Scott, envarado y tenso.

– Eres su padre, no su dueño -precisó Sally.

Hubo un silencio incómodo.

– Deberíamos saber qué quiere Ashley.

– No es momento de ñoñerías políticamente correctas -replicó Scott-. Tenemos que ser más agresivos. Al menos hasta que comprendamos de verdad a qué nos enfrentamos.

Otro silencio.

– Estoy con Scott -dijo Hope de pronto. Sally la miró con expresión de sorpresa-. No podemos quedarnos cruzados de brazos. Hemos de actuar. Al menos de manera modesta.

– ¿Qué sugerís?

– Deberíamos averiguar algo sobre O'Connell -dijo Scott-, al tiempo que apartamos a Ashley de su alcance. Tal vez uno de nosotros debería empezar a investigarlo…

Sally levantó una mano.

– Propongo contratar a un profesional. Conozco a un detective privado que hace esa clase de trabajos. Su precio es razonable, además.

– De acuerdo -dijo Scott-. Contrata a alguien y veamos qué encuentra. Mientras tanto, tenemos que alejar a Ashley físicamente de O'Connell…

– ¿Y traerla a casa? Eso parecerá una muestra de debilidad -dijo Sally.

– También parece sensato. Tal vez lo que necesita ahora mismo es alguien que la cuide.

Scott y Sally se miraron, recordando algún momento de su pasado en común.

– Mi madre -interrumpió Hope.

– ¿Tu madre qué?

– Ashley siempre se ha llevado bien con ella, y vive en ese tipo de ciudad pequeñita donde un desconocido que llega haciendo preguntas nunca pasa inadvertido. Será difícil para O'Connell seguirla allí. Queda bastante cerca, pero lo suficientemente lejos. Y dudo que pueda descubrir dónde está.

– Pero sus clases… -insistió Sally.

– Siempre puede recuperar un semestre perdido -dijo Hope.

– Estoy de acuerdo -asintió Scott-. Muy bien, tenemos un plan. Ahora sólo tenemos que incluir en él a Ashley.

Michael O'Connell escuchaba a los Rolling Stones en su iPod. Mientras Mick Jagger cantaba All your love is just sweet addiction, iba medio bailando por la calle, ajeno a las miradas de los peatones, marcando con los pies el ritmo. Era poco antes de medianoche, pero la música proyectaba destellos de luz en su camino. Dejaba que los sonidos guiaran sus pensamientos, imaginando un ritmo para el que sería su siguiente paso con Ashley. Algo que ella no se esperaba, pensó, algo que le dejara claro lo absoluta que era su presencia.