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Ella no lo creía.

Y por la misma razón tampoco podía ver ningún indicio concreto de que hubiera regresado.

Vio a las chicas de su equipo, charlando reunidas en el centro del terreno. Cogió el silbato que llevaba colgado de un cordón, pero decidió dejar que la diversión continuara unos minutos. La juventud pasa tan rápida que debería disfrutarse cada momento, pero no estaba en la naturaleza de los jóvenes comprenderlo.

Suspiró, tocó el silbato y decidió que hablaría con su madre y con Ashley todos los días, sólo para asegurarse de que todo iba bien. Se preguntó por qué Sally y Scott no lo hacían.

Sally leyó el titular del periódico vespertino y palideció. Devoró cada palabra del artículo y luego lo releyó, pasmada. «Ex policía encontrado muerto en un callejón.» Cuando soltó el periódico tenía las manos manchadas de tinta. Las miró, sorprendida, y entonces cayó en la cuenta de que las palmas le habían sudado tanto que la tinta de impresión se le había quedado en los dedos.

«La policía lo considera un ajuste de cuentas.» Las palabras parecían seguirla, exigiendo atención. «La policía apunta al crimen organizado.»

«Esto no tiene nada que ver con Ashley», quiso creer. Se echó hacia atrás, como si alguien la hubiera golpeado en el estómago. «Tiene todo que ver con Ashley», admitió.

Su primer instinto fue llamar a alguien. Conocía a varios colegas que trabajaban en la fiscalía del condado. Sin duda alguno tendría más detalles, información interna que le dijera lo que necesitaba saber. Cogió la agenda con una mano y el teléfono con la otra, pero se detuvo. «¿Qué estás haciendo?»

Respiró hondo. «No invites a nadie a investigar tu vida.» Cualquier fiscal incluso vagamente conectado con el caso de Murphy le haría más preguntas que respuestas podría proporcionarle. Al hacer esa llamada, se involucraría a sí misma y sus problemas.

Se aclaró la garganta. Había enviado a Murphy a «tratar» con Michael O'Connell. Él la había informado de su éxito. Problema resuelto. Todo el mundo a salvo. Ashley podía continuar con su vida. Y luego, poco después, Murphy aparecía muerto. Hasta un ciego ataría cabos. Era como ver a un matemático famoso escribir 2 + 2 = 5 en una pizarra y no oír alzarse ninguna voz que lo corrigiera.

Cogió el periódico y releyó el artículo por tercera vez.

Nada sugería que Michael O'Connell hubiera tenido algo que ver. Al parecer, había sido cosa de profesionales, tipos realmente malvados que se habían cruzado en el camino de Murphy. Era un asesinato que superaba la capacidad de un mecánico chiflado por los ordenadores, estudiante universitario ocasional y delincuente de poca monta como Michael O'Connell, se dijo.

No tenía nada que ver con ellos, de verdad, y suponer lo contrario era un error. Se reclinó en su sillón y trató de calmarse.

«Todos estamos a salvo. Sólo ha sido una coincidencia», se repitió. Después de todo, ella había acudido a Murphy porque él solía sortear olímpicamente las trabas de la ley. Y sin duda habría hecho cosas mucho peores, creándose enemigos allá adonde fuera, Y al final uno se había desquitado. Tenía que haber sido eso.

Resopló lentamente. Lo preocupante era que las amenazas que Murphy le había hecho a O'Connell para mantenerlo a raya ya no surtirían efecto. Ése era el mayor peligro al que se enfrentaban. Si Michael O'Connell se había enterado del asesinato de Murphy, vería la oportunidad de volver a las andadas. Volvió a coger el teléfono.

Detestó hacerlo, detestó quedar como una inepta, pero tuvo que admitir que seguía necesitando a su ex marido. Marcó el número de Scott y advirtió que estaba sudando de nuevo.

– ¿Has visto el periódico? -preguntó Sally bruscamente.

Al oír la voz de su ex esposa, la primera reacción de Scott fue de irritación.

– ¿El New York Times? -replicó, sabiendo que no se refería a ese periódico. Era el tipo de respuesta fastidiosa que hacía que Sally quisiera estrangularlo.

– No. El periódico local.

– Pues no lo he leído.

– La primera plana está ocupada por el asesinato de un ex policía de Springfield…

– Ya. ¿Y bien?

– Es el investigador privado que envié a ver a Michael O'Connell cuando tú te ocupabas de sacar a Ashley de Boston. Hizo su trabajo en esos días.

– ¿Su trabajo…?

– No hice demasiadas preguntas. Y él no explicó demasiado. Por razones obvias.

Scott vaciló antes de preguntar:

– ¿Y qué tiene esto que ver con nosotros y Ashley?

– Probablemente nada. Probablemente sea una mera coincidencia. Probablemente no haya ninguna conexión. El detective me informó de que se había reunido con O'Connell y que no habría más problemas. Y luego va y lo matan. Me ha sorprendido un poco, la verdad. Pensé que deberías saberlo. Quiero decir, probablemente su muerte cambie algo las cosas.

– ¿Estás sugiriendo que podríamos tener un problema? Maldición, creí que habíamos resuelto todo esto. Creí que nos habíamos librado de ese hijo de puta para siempre.

– No puedo asegurarlo -admitió Sally-. Sólo intentaba informarte de un detalle que podría ser relevante.

– Bueno, mira, de momento Ashley está en Vermont sana y salva, con la madre de Hope. Nuestro próximo paso debería ser conseguirle un curso de posgrado en Nueva York, o tal vez al otro lado del país, en San Francisco, en cualquier sitio nuevo. Sé que ella le tiene afecto a Boston, pero hemos acordado que empezar de cero es la idea adecuada. Así que mientras tanto ella se quedará en Vermont, viendo las hojas caer y llegar la nieve, hasta el inicio del segundo semestre. Fin de la historia. Deberíamos ceñirnos a ese guión y no desquiciarnos por cada cosa que pase.

Sally apretó los dientes. Odiaba que le dieran lecciones.

– Una quimera -dijo.

– ¿Cómo?

– Era una bestia mitológica de proporciones aterradoras que en realidad no existía.

– Sí, lo sé. ¿Y?

– Es una forma de verlo. Una forma académica -añadió Sally para irritar a Scott, sin poder evitarlo. Las relaciones que fracasan tienen ciertas adicciones, y ésta era una de ellas para los dos.

– Bueno, tal vez, pero volvamos a lo nuestro. Tenemos que reunir todos los antecedentes académicos de Ashley para que pueda solicitar el ingreso en un curso de posgrado. Será mejor que lo hagamos tú o yo, no ella. Que nos los manden por correo a nosotros y no a Vermont.

– Yo me encargaré. Daré la dirección del bufete.

Colgó, más irritada que antes. Conocía muy bien a su ex marido. No había cambiado con los años, ni siquiera tras todo lo sucedido desde entonces. Era tan predecible como siempre.

Sentada ante su escritorio, se volvió y vio que la oscuridad había vencido a la luz del día.

Desde su puesto de observación, Michael O'Connell vio las mismas sombras extenderse bajo un ancho roble a menos de media manzana de la casa de Sally y Hope. El pulso se le aceleró, como si notara cuánto más cerca se hallaba de Ashley. Las luces de la manzana empezaban a encenderse. De vez en cuando un coche pasaba iluminando los jardines con sus faros. Se veía actividad en las cocinas, sin duda preparando las cenas, y el brillo azulado de los televisores al encenderse.

«Tengo poco tiempo.» Pero no creía que fuera a necesitar mucho.

Sally y Hope vivían en una calle antigua y serpenteante. Presentaba una extraña mezcla de arquitecturas, algunas casas nuevas estilo rancho, mezcladas con rancias mansiones victorianas de principios del siglo XX. Era un barrio curioso, muy buscado por sus calles arboladas y su elegante apariencia de clase media. Médicos, abogados, profesores en su mayoría, vivían allí. Césped, setos, pequeños jardines y fiestas de Halloween. No era el tipo de barrio donde la gente se proponía dotarse de sistemas de seguridad y protección de alta tecnología.

O'Connell recorrió rápidamente la manzana. Sabía que Sally solía quedarse hasta tarde en su despacho y Hope tenía entrenamiento hasta el anochecer.