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– Me refiero a acosar al acosador. Averigüemos todo, y quiero decir todo, lo que podamos sobre ese cabrón.

– ¿Para qué? -preguntó Hope.

– Debe tener algún punto vulnerable. Lo golpearemos ahí.

Catherine asintió. En todos ellos debía de haber una vena implacable: era sólo cuestión de encontrarla y emplearla.

– Muy bien -respondió Sally-, pero ¿cómo lo golpearemos?

Scott midió sus palabras.

– No podemos matarlo -dijo-, pero debemos eliminarlo. Y hay alguien que puede hacerlo por nosotros de un modo en el que todos, sobre todo Ashley, salgamos intactos, sin un solo arañazo.

– No sé a quién te refieres -respondió Sally.

– Tú misma lo has dicho, Sally. ¿Quién puede eliminar a alguien de la sociedad durante cinco, diez, veinte años o toda la vida?

– El estado de Massachusetts.

Scott asintió.

– Es sólo cuestión de encontrar un modo de hacer que el estado elimine a Michael O'Connell. Todo lo que tenemos que hacer es proporcionarle un motivo.

– ¿Cuál? -preguntó Ashley.

– El crimen adecuado.

– ¿No ves la genialidad en el plan de Scott? -preguntó ella.

– Yo no emplearía esa palabra -respondí-. «Estupidez» y «temeridad» me parecen más adecuadas.

Ella reflexionó.

– Muy bien, cierto a primera vista. Pero eso es lo que resulta único en el pensamiento de Scott: va completamente contra la lógica. ¿Cuántos catedráticos de historia de una pequeña facultad liberal y prestigiosa se convierten en delincuentes?

No respondí.

– ¿O una consejera estudiantil y entrenadora? ¿Una abogada de provincias? ¿Y una estudiante de arte? ¿Qué podría ser más insensato que ese peculiar grupo decidiera cometer un delito? ¿Y elegir a alguien que pudiera recurrir a la violencia?

– Sigo sin saber…

– ¿Quién mejor para salirse del marco de la ley? Sabían lo que hacían gracias a Sally y su experiencia jurídica. Y Scott estaba muy bien preparado para convertirse en un criminal gracias a su época de Vietnam. Su mayor problema era el tabú moral contra el delito inherente a su estatus social.

– Yo pensaba que habrían llamado a la policía.

– ¿Qué garantía tenían de que el sistema legal funcionaría para ellos? ¿Cuántas veces has abierto el periódico y leído sobre alguna tragedia motivada por un amor obsesivo? ¿Cuántas veces has oído a la policía quejarse: «No podíamos intervenir…»?

– Aun así…

– Las palabras que sin duda no quieres que tallen en tu tumba son «Si sólo hubiera…».

– Ya, pero…

– No puede decirse que su situación fuera única. Las estrellas de cine y los famosos de la tele saben lo que es el acoso, pero también las secretarias de las grandes empresas e incluso las madres que llevan a sus pequeños al parque. La obsesión puede cruzar todo tipo de barreras económicas y sociales. Pero su respuesta sí fue única. Su objetivo era salvar a Ashley. ¿Podía haber un motivo más noble? Ponte por un instante en su piel. ¿Qué habrías hecho tú?

Ésa fue su pregunta más simple y, al mismo tiempo, más difícil de responder.

Ella inspiró hondo.

– Lo único que importaba era si podrían salirse con la suya.

33 Algunas decisiones difíciles

Scott se sentía rebosante de energía. Miró a las mujeres a su alrededor y febrilmente empezó a imaginar planes, todos impulsados por la ira que abrigaba hacia Michael O'Connell. Sally se agitaba incómoda, y él supuso que la abogada que había en ella se disponía a sopesar sus propuestas, a analizarlo todo con lupa. «Verá todos los peligros implícitos en mi propuesta», pensó. Ojalá comprendiera que serían peligros menores comparados con la amenaza que pendía sobre Ashley.

Pero, para su sorpresa, Sally asintió con la cabeza.

– Lo que haga falta -dijo con frialdad-. Deberíamos estar dispuestos a lo que haga falta. -Se volvió hacia Catherine y Hope-. Creo que estamos a punto de cruzar una línea, y quizá queráis reconsiderar si implicaros o no. Después de todo, Ashley es hija de Scott y mía, y es nuestra responsabilidad. Hope, has sido su segunda madre, y Catherine su única abuela real, pero aun así no sois de su sangre y…

– Sally, cierra tu puñetero pico -le espetó Hope.

La habitación quedó en silencio. Hope se levantó y se colocó junto a Scott.

– He estado implicada en la vida de Ashley, para bien o para mal, desde el día en que tú y yo nos conocimos -dijo-. Y aunque últimamente no estemos nada bien y nuestro futuro sea dudoso, eso no afecta a mis sentimientos hacia Ashley. Así que vete al infierno. Yo decidiré lo que estoy dispuesta a hacer sin necesidad de que tú me sometas a interrogatorio.

– Y yo también -añadió Catherine.

Sally se hundió en su asiento. «Lo he fastidiado todo. ¿Qué demonios me pasa?», pensó.

– ¿Es que no entiendes nada del amor? -le espetó Hope.

La pregunta quedó flotando en el aire. Hope miró a Scott.

– Muy bien -le dijo-, explícanos exactamente qué tienes en mente.

Él dio un paso al frente.

– Sally tiene razón -dijo-. Estamos a punto de cruzar una línea. Las cosas van a volverse muy peligrosas a partir de ahora… -De pronto veía riesgo en todo, y eso le hizo vacilar-. Una cosa es hablar de hacer algo ilegal. Otra muy distinta es correr ese riesgo. -Miró a Ashley-. Cariño, éste es el momento en que te levantas y sales de la habitación. Me gustaría que fueras arriba y esperaras a que mamá o yo te llamemos.

– Pero ¿qué dices? -saltó Ashley-. Esto tiene que ver conmigo. Es mi problema. ¿Y ahora, cuando estáis pensando en hacer algo para ayudarme, esperas que os deje a solas? Menuda tontería. No pienso irme. Estamos hablando de mi vida.

De nuevo el silencio se apoderó de todos, hasta que Sally habló.

– Sí, lo vas a hacer. Ashley, cariño, escucha: es necesario que estés aislada legalmente de lo que decidamos hacer. Así que no puedes ser parte de la planificación. Probablemente te tocará hacer algo, no lo sé, pero desde luego no formar parte de una conspiración criminal. Tienes que estar protegida. Tanto de O'Connell como de las autoridades si lo que hagamos nos estalla en la cara. -Sally usó su voz tajante de abogada-. Así que obedece a tu padre. Sube y ten paciencia. Luego harás lo que te pidamos, sin preguntar.

– ¡Me estáis tratando como a una niña! -estalló Ashley.

– Exactamente -respondió Sally con calma.

– No lo toleraré.

– Sí lo harás. Porque es la única forma en que seguiré adelante.

– ¡No podéis hacerme esto!

– ¿A qué te refieres? -insistió Sally-. No sabes lo que vamos a hacer. ¿Sugieres que no tenemos derecho a actuar unilateralmente para proteger a nuestra hija? ¿Te quejas de que tomemos decisiones para ayudarte?

– ¡Sólo estoy diciendo que se trata de mi vida!

– Ya -asintió Sally-. Lo has dicho y lo hemos oído. Y por eso precisamente tu padre te ha pedido que salgas de la habitación.

Ashley miró a sus padres, los ojos anegados en lágrimas. Se sentía inútil e impotente. Fue a negarse otra vez cuando Hope intervino:

– Mamá, me gustaría que subieras con Ashley.

– Pero bueno -se envaró la anciana-. No seas ridícula. No soy una niña a la que puedas dar órdenes…

– No te estoy dando órdenes, mamá -repuso Hope, e hizo una pausa-. O quizá sí. Pero te diría lo mismo que Scott y Sally acaban de decirle a Ashley. Se te pedirá que hagas algo, pero no quiero estar preocupada por ti todo el tiempo. ¿Entiendes?

– Bueno, eres muy amable al preocuparte, querida, pero soy demasiado vieja y obstinada para dejar que mi propia hija se convierta en mi tutora. Puedo tomar mis propias decisiones y…

– Eso es lo que me preocupa -la cortó Hope, y la miró con ceño-. Si tengo que preocuparme por ti, igual que Sally y Scott por Ashley, nos sentiremos de manos atadas. ¿Tan egocéntrica eres que no puedes comprenderlo?

La pregunta enmudeció la réplica de Catherine. Pensó que durante años su hija la había puesto entre la espada y la pared. Cada vez, ella había claudicado, incluso cuando Hope no era consciente de ello. Hizo una mueca y se cruzó de brazos, enfurruñada. Reflexionó un momento y luego se levantó del sillón.