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– Supongo que lo harás -dijo Catherine-. Al menos lo intentarás. Está oscuro ahí fuera. ¿Estás segura de que está ahí?

– Sí.

– Pues podrías acabar con todo esto metiéndote la pistola en el bolsillo del abrigo y saliendo conmigo a dar un paseo a eso de medianoche. Y cuando él intente detenernos, ¡pum! Puede que diga que sólo quiere hablar contigo, es lo que siempre dice. Pero, en vez de hablar, le disparas. Allí mismo y en ese momento. La policía te detendrá y luego tu madre se encargará de sacarte. Arriésgate en un tribunal en lugar de en la calle. No puede decirse que esta comunidad, donde viven tu madre y Hope, esté demasiado predispuesta a darles a los hombres, sobre todo a hombres que han acosado a una joven, mucho crédito. Ni, ya puestos, el beneficio de la duda…

– ¿Crees…?

– Puedes hacerlo si estás dispuesta a pagar el precio.

– ¿La cárcel?

– Tal vez. Y también la fama. Serás la chica ideal de cada persona que tenga un problema similar al tuyo. Podría merecer la pena, ¿no crees?

Ashley echó la cabeza hacia atrás.

– No podré soportar esto mucho más. En un momento estoy aterrorizada y al siguiente furiosa. Me siento a salvo un segundo, y amenazada al siguiente.

– ¿Por qué no podemos ser violentos antes de que sean violentos con nosotros? -dijo Catherine con determinación-. ¿Por qué todo es tan condenadamente injusto? ¿Por qué tenemos que esperar a ser víctimas?

– Yo no esperaré.

– Bien. Así pues, consideremos qué nos conviene hacer.

Ashley asintió.

Scott observó los montones de cosas apiladas en el salón.

– Has ido de compras.

– En efecto -dijo Sally.

– ¿Quieres explicárnoslo? -pidió Scott. Cogió una caja de toallitas limpiadoras-. Esto, por ejemplo.

Sally explicó con voz tranquila:

– Si alguien teme haber dejado una muestra de ADN en un lugar comprometido, se puede borrar con estas toallitas de amoníaco, eliminando todo rastro.

Scott silbó. «Toallitas limpiadoras -pensó-. Parte del arma de un crimen.»

Sally miró a su ex marido y notó que vacilaba. Continuó con firmeza.

– Hemos acordado reunir a O'Connell con su padre y lo haremos. Scott, sin saberlo, nos ha allanado el camino. Luego debemos robar la pistola de O'Connell, usarla contra su padre y devolverla a su sitio antes de que la eche en falta…

– ¿Por qué no dejarla en la escena del crimen? -propuso Scott.

– Lo he pensado. Pero será la prueba crucial. A la policía y la acusación les encantará buscar y encontrar el arma del asesinato. Diseñarán su acusación en torno a ella. Será la prueba incontrovertible que condenará a O'Connell. Para asegurarnos, debe ser descubierta oculta en su casa.

– ¿Qué son estas otras cosas? -preguntó Hope.

Sally se volvió hacia la compra. Había varios teléfonos móviles, un tubo de pegamento instantáneo, un ordenador portátil, un mono de hombre de talla pequeña, dos cajas de guantes quirúrgicos, varios pares de zapatillas quirúrgicas para colocarse sobre los zapatos, dos pasamontañas negros y una navaja del ejército suizo.

– Son lo que necesitamos, según creo. Hay otras cosas que serán útiles también, como pelo recogido de un peine en el apartamento de O'Connell. Todavía estoy encajando las piezas.

– ¿Para qué es el ordenador? -preguntó Scott.

Sally suspiró. Se volvió hacia Hope.

– Es el mismo modelo que viste en el apartamento de O'Connell, ¿verdad?

Hope examinó la máquina.

– Sí. Al menos así lo recuerdo.

– Bien -dijo Sally-. Dijiste que su ordenador contiene material encriptado sobre Ashley y nosotros. Éste no.

Hope asintió.

– Creo que comprendo…

– La policía le confiscará el ordenador. Prefiero que sea uno que hayamos preparado para la ocasión.

– ¿Vamos a cambiarlos?

– Correcto. Borrará todo nexo entre nosotros y él. Probablemente tenga copias de seguridad en alguna parte, pero aun así… El tiempo será un factor crucial.

Les tendió a cada uno una hoja. En la parte superior había escrito una serie de horarios.

Hope contempló el papel. Sally había esbozado tareas, acontecimientos y acciones, y los había marcado A, B y C.

– No has asignado las funciones -dijo-. Tres personas haciendo cosas interrelacionadas, pero no has dicho aún quién hace qué.

Sally se arrellanó en su sillón.

– He intentado ponerme en la piel de un policía sagaz -dijo-. Hay que considerar lo que van a encontrar y cómo lo interpretarán. Los crímenes giran siempre en torno a cierta lógica. Una cosa debe guiarlos a la siguiente. Tienen técnicas modernas, como análisis de ADN, análisis balísticos, estudios forenses de armas y diversos adelantos que sólo conocemos por encima. He intentado hacerme una idea y recordar qué entorpece las investigaciones. El fuego, por ejemplo, lo emborrona todo, pero no necesariamente destruye las pruebas forenses. El agua estropea las heridas y el ADN, así como las huellas dactilares. Nuestro problema es que queremos cometer un crimen violento y dejar una pista. No una pista perfecta, pero sí suficiente para guiarlos en la dirección que queremos. Si somos astutos, la policía hará el resto y no será necesaria ninguna confesión por parte de O'Connell.

– ¿Y si él guía a la policía en nuestra dirección?

– Tenemos que estar preparados para eso. Sobre todo, debemos hacer que parezca un crimen irracional, y eso es lo difícil. Pero debemos conseguir que la policía no crea nada de lo que O'Connell alegue. La policía querrá respuestas sencillas a preguntas sencillas. Y debemos proporcionárselas.

Sally hizo una pausa y los miró.

– Pero no creo que lo haga -dijo.

– ¿Hacer qué?

– Guiar a la policía hacia nosotros. Si lo hacemos bien, O'Connell no sabrá que hemos organizado todo el tinglado.

Scott asintió.

– Pero yo estuve en su barrio haciendo preguntas. Es probable que alguien me recuerde…

– Por eso en cierto momento clave tendrás que estar a kilómetros de distancia y en presencia de alguien que luego corrobore tu coartada. Por ejemplo, usando una tarjeta de crédito y formulando una queja en un lugar donde haya una cámara de vídeo. Sin embargo, probablemente sea importante que estés también cerca.

Scott se reclinó en su asiento.

– Lo comprendo, pero…

– Lo mismo tienen que hacer Ashley y Catherine. Aunque tengan que interpretar un papel.

Los otros dos permanecieron en silencio.

Sally tomó aliento.

– Lo cual nos lleva a la cuestión cruciaclass="underline" el crimen en sí. He pensado al respecto, y creo que tendré que ocuparme yo.

– Yo conseguiré el arma -dijo Hope-. Soy la que sabe dónde está y tengo la llave.

– Sí, pero ya has estado allí antes. Tendrás el mismo problema que Scott. No; otra persona tendrá que coger el arma. Puedes decirme dónde está.

Hope asintió, pero Scott negó con la cabeza.

– Eso será, claro, suponiendo que sigue donde la viste. Lo cual es mucho suponer.

Sally se aclaró la garganta.

– Sí, pero en ese caso podemos esperar y elaborar un plan B para hacernos con el arma.

– De acuerdo. Si robamos la pistola y luego te la damos, ¿sabrás manejarla? ¿En estas circunstancias?

– Tendré que hacerlo. Es mi deber, creo.

Hope sacudió la cabeza.

– No sé, me parece que es demasiado peligroso… Al igual que tú, Sally, intento pensar como un policía. Si tú cometes el crimen, un poli podría hallarle mucho sentido: una madre protege a su hija. Pero dudo que ningún poli piense que lo hiciera la compañera de la madre. En otras palabras, el hecho de que Ashley no sea mi hija, no sea de mi sangre, me protege de las sospechas, ¿no crees? Y soy más joven, más rápida y más fuerte, por si hay que acabar corriendo.

Scott y Sally la miraron. Ambos adivinaron lo que estaba a punto de decir, pero ninguno fue capaz de impedirlo.

Hope trató de sonreír entre las nubes de sus propias dudas.