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Dirigió sus ojos a las lejanas colinas. Los lugareños decían que las Holyoke eran montañas, pero exageraban. «Las Rocosas sí son montañas», pensó. Las colinas locales recibían una grandiosidad no merecida, aunque las buenas tardes de otoño compensaban su falta de altura con generosas vetas de rojo, marrón y magenta.

Se volvió para ver el partido. No le resultó difícil imaginarse unos cinco años atrás, cuando ella misma habría estado allí abajo vestida de blanco y azul, corriendo por la banda izquierda. Siempre había sido una buena jugadora, aunque no como Hope. Ésta jugaba con una especie de intrépido desparpajo, y Ashley se contenía.

Sintió una curiosa emoción cuando la chica que jugaba en su antiguo puesto marcó el gol de la victoria. Esperó a que terminaran los vítores y aplausos. Vio a Hope soltar a Anónimo y lanzar un balón al centro del campo. Sólo uno, advirtió, y no tan lejos como antes. Observó cómo el perro recogía el balón y lo llevaba de vuelta hacia Hope empujándolo con el hocico y las patas, rebosante de alegría canina.

Mientras Hope recogía el balón y lo guardaba en la bolsa de red, vio que Ashley estaba allí a su lado.

– Hola, killer. ¿Qué te ha parecido?

Oír el apodo que Hope le había puesto en su primer año de equipo la hizo sonreír. A Hope se le había ocurrido el nombre porque Ashley era demasiado reticente en el campo, demasiado tímida con las jugadoras mayores. Así que se la llevó aparte y le dijo que cuando jugaba tenía que dejar de ser la Ashley que se preocupaba por los sentimientos de las personas y transformarse en una killer, una exterminadora. Debía jugar duro, sin dar cuartel ni esperar recibirlo, y hacer lo que hiciera falta para, al final del partido, saber que se había dejado la piel. Las dos habían mantenido esta personalidad secundaria en secreto, sin mencionarla a Sally ni a Scott, ni a nadie. Ashley al principio lo consideró una tontería, pero al final acabó por apreciarlo.

– Se las ve bien. Fuertes.

– ¿No ha venido Sally?

Ashley negó con la cabeza.

– Es un equipo demasiado joven. Le falta experiencia -respondió Hope, sin ocultar su decepción por la ausencia de su compañera-. Pero si no nos dejamos intimidar, somos capaces de hacerlo bien.

Ashley asintió. Se preguntó si lo mismo podría decirse de su situación.

Scott estaba sentado en el centro del salón, algo incómodo, flanqueado por espacios vacíos. Las tres mujeres ocupaban sillas distintas, frente a él. La situación tenía una extraña formalidad, e imaginó que era como estar sentado ante un gran jurado.

– Bueno -dijo con buen ánimo-. Supongo que lo primero es qué sabemos de este tipo que está molestando a Ashley. Quiero decir, ¿qué clase de persona es? ¿De dónde procede? Lo básico…

Miró a Ashley, que parecía estar sentada en un borde afilado.

– Ya os he dicho lo que sé -dijo-, que no es gran cosa.

Esperó fríamente que uno de los otros tres añadiera algo como «bueno, supiste lo suficiente para dejarlo entrar en tu casa para un polvo rápido», pero nadie lo dijo.

– Me gustaría saber -añadió Scott- si ese O'Connell responderá a un toque de atención nuestro. Puede que sí y puede que no, pero una muestra de firmeza por nuestra parte tal vez…

– Ya lo he intentado -dijo Ashley.

– Sí, lo sé. Hiciste lo adecuado. Pero ahora sugiero un poco más de fuerza. ¿No creéis que el primer paso es no sobredimensionar el problema? Tal vez lo que haga falta sea una bravata. Ya sabéis, un papá enfurecido.

Sally asintió.

– Tal vez podamos influir en dos sentidos. Scott, tú puedes decirle que la deje en paz y al mismo tiempo endulzarlo ofreciéndole un poco de dinero. Algo sustancioso, cinco de los grandes o así. Eso será más que suficiente para alguien que trabaja en un taller de coches e intenta aprender informática.

– ¿Un soborno para que se aleje de Ashley? -replicó Scott-. ¿Funcionará?

– En muchas disputas familiares, divorcios y casos de custodia, mi experiencia indica que un acuerdo monetario llega muy lejos.

– Acepto tu palabra -dijo Scott. No la creía. También tenía sus dudas de que hablar con O'Connell fuera a servir de nada. Pero sabía que lo primero era intentar el camino más sencillo-. Pero supongo…

Sally alzó una mano.

– No nos adelantemos. Ese tipo se ha comportado de manera rara. Pero, tal como lo veo, aún no ha quebrantado ninguna ley. Quiero decir que más adelante podemos hablar de detectives privados, recurrir a la policía, conseguir una orden de alejamiento…

– Seguro que eso lo solucionará todo -ironizó Scott, pero Sally lo ignoró.

– O examinar otros medios legales. Incluso podríamos hacer que Ashley se marchara de Boston. Sería un contratiempo, sin duda, pero siempre es una posibilidad. Aunque creo que primero hemos de probar con lo más sencillo.

– De acuerdo -zanjó Scott-. ¿Qué estrategia seguimos?

– Ashley llama al tipo. Arregla otro encuentro. Lleva dinero y la acompaña su padre. Lo hace en público. Una conversación breve y sin tonterías. Si hay suerte, será el final de la historia.

Scott fue a sacudir la cabeza, pero se detuvo. Bien mirado, tenía sentido. Al menos, lo suficiente para intentarlo. Así pues, decidió seguir el plan de Sally, con alguna variante propia.

Hope había permanecido en silencio durante toda la conversación. Sally se volvió hacia ella.

– ¿Qué te parece? -preguntó.

– Creo que es una estrategia adecuada -dijo, aunque no lo creía.

A Scott de pronto le molestó que se le diera a Hope la oportunidad de hablar. Quiso decir que no tenía nada que hacer allí, que debería marcharse a otra habitación. «Sé razonable -se ordenó-. Aunque esta mujer sea irritante.»

– Bien, lo haremos así. Al menos para empezar.

Sally asintió.

– Bien. Scott, ¿querías de verdad té o era una de tus bromas?

– Me cuesta trabajo creer… -empecé, pero decidí probar una estrategia diferente-. Quiero decir que deberían tener alguna idea…

– ¿De a lo que se enfrentaban? -preguntó ella-. Aún no sabían nada del ataque al chico. Ni nada del, digamos, accidente que la amiga de Ashley tuvo después de la cena. Y tampoco de la reputación de Michael O'Connell, ni de las impresiones que había causado en sus compañeros de trabajo, profesores y demás. La información crítica que podría haberlos guiado en una dirección distinta. Todo lo que sabían era que… ¿qué palabra usaba Ashley? Que era una «rata». Una palabra muy inocente.

– Pero ¿hablar con él? ¿Ofrecerle dinero? ¿Cómo se les ocurrió pensar siquiera que eso funcionaría?

– ¿Por qué no? Con la gente normal siempre funciona.

– Sí, pero…

– La gente siempre busca soluciones a sus problemas. ¿Qué alternativas tenían, si no?

– Bueno, podrían haber sido un poco más agresivos…

– ¡No lo sabían! -Su voz se elevó de pronto con vehemencia. Se inclinó hacia mí con los ojos entornados de frustración e ira-. ¿Por qué resulta tan difícil comprender lo poderosa que es la capacidad de negación que tenemos todos? ¡Nunca queremos creer lo peor!

Se detuvo y tomó aire. Yo empecé a hablar, pero ella alzó una mano.

– No pongas excusas -dijo-. Incluso tú te negarías a verlo, aunque tuvieras delante lo más peligroso del mundo. -Inspiró de nuevo-. Pero Hope lo vio. O al menos tuvo una leve intuición. Sin embargo, por un motivo u otro, todos equivocados y estúpidos, se abstuvo de mencionarlo. Al menos en aquel momento inicial…