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Malerick prosiguió hacia Broadway y luego volvió sobre sus pasos para llegar a su apartamento. No dejaba de inspeccionar las calles que iba dejando atrás y las que le rodeaban. No vio a nadie que le siguiera.

Entró al portal y se quedó allí cinco minutos estudiando la calle. Vio a un viejecito, a quien reconoció como vecino del edificio de enfrente, que paseaba a su caniche. Vio a un chaval con patines. A dos adolescentes con helados. Y a nadie más. La calle estaba desierta: el día siguiente era lunes, día de trabajo y de escuela. La gente estaba en sus casas planchando, ayudando a sus hijos con los deberes… y pegados al televisor viendo el informativo de la CNN sobre la terrible tragedia de Central Park.

Subió deprisa al apartamento y apagó todas las luces.

Y ahora, Venerado Público, el espectáculo llega a su fin, como sucede siempre.

Pero la naturaleza de nuestro arte es que lo que resulta manido para los espectadores de hoy será nuevo e ingenioso para otros que lo presencien en otros lugares, mañana y pasado mañana.

¿Sabían, amigos míos, que cuando el artista sale al escenario una vez concluida la actuación no es para recibir el agradecimiento de los asistentes, sino para tener la oportunidad de darle las gracias a su público, esas personas que tuvieron la amabilidad de prestarle atención mientras actuaba?

Así que permítanme que yo les aplauda ahora por haberme honrado con su presencia durante estos modestos números. Espero haberles proporcionado emoción y alegría. Espero haber llevado el asombro a sus corazones mientras me han acompañado en este mundo infernal donde la vida se transforma en muerte, la muerte en vida y lo real en irreal.

Me inclino ante ustedes, Venerado Público…

Encendió una vela y se sentó en el sofá. No quitaba los ojos de la llama. Aquella noche, sabía que la llama oscilaría, que él recibiría un mensaje.

Sentado, inclinado hacia adelante, inmerso en la satisfacción de la venganza cumplida, meciéndose atrás y adelante de forma hipnótica, respirando con lentitud.

La llama osciló. ¡Sí!

Hablame.

Oscila otra vez…

Y, en efecto, un instante después volvió a hacerlo.

Pero la oscilación no era un mensaje del espíritu sobrenatural de una persona amada desaparecida hacía ya tiempo, sino que lo había producido una ráfaga del frío viento vespertino de abril que llenó la habitación cuando media docena de policías antidisturbios derribaron la puerta con un ariete. Tiraron al jadeante ilusionista al suelo, y uno de ellos, la oficial pelirroja que recordaba del apartamento de Lincoln Rhyme, le colocó una pistola contra la nuca y le fue enumerando sus derechos como una letanía.

Capítulo 47

Con los brazos temblorosos por el peso de Lincoln Rhyme y de su silla de ruedas, dos sudorosos oficiales de los Servicios de Emergencia subían su carga por la escalera que conducía a la entrada del edificio, y dejaban al criminalista en el portal. Él tomó entonces el mando de la silla, que condujo hasta el apartamento de El Prestidigitador y aparcó junto a Amelia Sachs.

Mientras los oficiales de los Servicios de Emergencia despejaban las habitaciones, Rhyme se quedó mirando cómo Bell y Sellitto cacheaban al estupefacto asesino. Rhyme había aconsejado que solicitaran la ayuda de un médico de la oficina de Exámenes Médicos, el cual llegó algo después e hizo lo que le pidieron. Resultó haber sido una buena idea, pues el especialista encontró varios cortes en la piel de Weir, que parecían pequeñas cicatrices, pero que se podían abrir. En su interior había herramientas metálicas minúsculas.

– Hacedle una radiografía en la enfermería del Centro de Detención -dijo Rhyme-. ¡Un momento, esperad! Hacedle una resonancia magnética de cada centímetro cuadrado.

Una vez que pusieron al Prestidigitador unas esposas triples y dobles grilletes, dos oficiales le sentaron en el suelo. El criminalista estaba estudiando un dormitorio en el que había una enorme colección de instrumentos y accesorios de mago. Las máscaras, las manos falsas y los dispositivos de látex daban a la estancia un aspecto fantasmagórico, desde luego, pero lo que Rhyme percibió sobre todo fue soledad: le angustiaba ver objetos como ésos ahí almacenados para los horrorosos propósitos del asesino, cuando en realidad estaban hechos para formar parte de un espectáculo que podría entretener a millares de personas.

– ¿Cómo? -susurró El Prestidigitador.

Rhyme advirtió la mirada de perplejidad. De consternación, también. El criminalista saboreó esa sensación. Los cazadores dicen que la mejor parte del juego es la búsqueda en sí de la presa. Pero un cazador no es realmente bueno si no siente que el placer llega a su punto máximo cuando finalmente abate a la presa.

– ¿Cómo lo han averiguado? -repitió el hombre con su susurro sibilante de asmático.

– ¿Que lo que intentabas era atacar el circo? -Rhyme miró a Sachs.

– Aunque no había muchos indicios -dijo Sachs-, todo apuntaba…

– ¿«Apuntaba»? Sachs, yo diría más bien «empujaba».

– Apuntaba -continuó ella haciendo caso omiso del comentario de Rhyme- hacia lo que iba a hacer en realidad. En el cuarto que hay en el sótano del edificio del Tribunal encontramos la bolsa con la ropa que utilizó para fingir que estaba herido.

– ¿Encontró la bolsa?

– Había pintura roja en los zapatos y en el traje -continuó ella-. Y fibras de moqueta.

– Creí que la pintura era sangre falsa. -Rhyme hizo un gesto negativo con la cabeza, enfadado consigo mismo-. Era lógico llegar a ese razonamiento, pero yo debería haber tenido en cuenta otras fuentes. Resultó que la base de datos que tiene el FBI la identificó como una pintura utilizada en automoción: Jenkin Manufacturing. El tono es el rojo anaranjado que se emplea exclusivamente para vehículos de emergencia. Es una fórmula, en concreto, que se vende en latas pequeñas, para retoques. Las fibras también eran del campo de la automoción: procedían de la moqueta resistente que han llevado las ambulancias GMC hasta hace ocho años.

– Así que Lincoln dedujo -continuó Sachs- que había comprado o robado hacía poco una vieja ambulancia y la había reparado. Podría haberle servido para escapar o para realizar otro atentado contra la vida de Charles Grady. Pero entonces Rhyme recordó las virutas de estaño: ¿qué pasaba si procedían realmente de un temporizador como habíamos pensado en un principio? Y, ya que utilizó gasolina en el pañuelo del apartamento de Lincoln…, bueno, pues eso significaba seguramente que iba a esconder una bomba de gasolina en una ambulancia que no era tal.

– Y, a partir de eso, me limité a usar la lógica -intervino Rhyme.

– Lo que quiere decir es que se dejó llevar por la intuición -le reprendió Bell.

– La intuición es una bobada -soltó Rhyme-. Mientras que la lógica no lo es. La lógica es la espina dorsal de la ciencia, y la investigación criminal es ciencia pura.

Sellitto miró a Bell e hizo un gesto de «ya tenemos aquí el sermón».

Pero la insubordinación en las filas no iba a apagar el entusiasmo de Rhyme.

– La lógica, como iba diciendo. Kara nos contó en qué consistía dirigir la atención de los espectadores hacia donde no quiere uno que miren.