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– Bueno, eso es precisamente la ilusión, ¿no? -dijo Rhyme con ironía-. Te vimos en el parque, pero temíamos que te escaparas. Porque tienes tendencia a hacerlo, ¿sabes? Y supusimos que volverías a tu casa dando un complicado rodeo, así que le pedí a Kara que hiciera un pequeño disfraz. ¡Qué buena es, esa chica! Casi no la reconocía ni yo mismo. Cuando se tropezó contigo, te colocó el sensor en el reloj.

– Tal vez podríamos haberle atrapado en la calle -continuó Sachs-, pero ha demostrado ser bastante bueno para las escapadas. De todas maneras, queríamos encontrar su escondrijo.

– ¡Pero eso significa que ustedes lo sabían antes del incendio!

– ¡Oh! -dijo Rhyme con desdén-, ¿la ambulancia? La Brigada de Explosivos dio con ella y la desactivó en cuestión de sesenta segundos. Se la llevaron de allí y la sustituyeron por otra, para que no pensaras que lo habíamos descubierto. Sabíamos que querrías contemplar el incendio. Enviamos al parque a todos los agentes de la policía secreta que pudimos para que buscaran a un hombre de tu constitución que estuviera mirando el fuego, pero que no tardara en irse al poco de comenzar éste. Un par de agentes te vieron y mandamos a Kara a que te pusiera el chip. Y… ¡magia potagia! -Rhyme se rió por las palabras escogidas-, aquí estamos.

– Pero el fuego… ¡yo lo vi!

– ¿Ves lo que siempre digo yo sobre las pruebas y los testigos? -le dijo Rhyme a Sachs-. Él vio el fuego, así que tenía que ser real -se dirigió a continuación a Loesser-. Pero no lo era, ¿ves?

– Lo que vio -dijo Sachs- era el humo que salía de un par de granadas de la Guardia Nacional que habíamos montado en lo alto de la carpa con una grúa. ¿Las llamas? Ah, sí: procedían de un quemador de propano que había en la puerta donde se hallaba la ambulancia. Y también encendieron un par de quemadores más en la pista de manera que las sombras de las llamas se proyectaran sobre el lateral de la carpa.

– Y oí gritos… -dijo Loesser en un susurro.

– ¿Los gritos? Fue idea de Kara. Pensó que podíamos decir a Kadesky que informara al público de que iba a haber un descanso para que un estudio cinematográfico rodara una escena en la carpa, precisamente una escena sobre el incendio de un circo. E hizo que todo el público gritara en el momento oportuno. Estaban encantados, de repente eran extras en una peli.

– No -murmuró El Prestidigitador-. Fue…

– … una ilusión -le dijo Rhyme-. Fue una ilusión.

Algunos pases mentales realizados por «El hombre inmovilizado».

– Será mejor que me encargue de esta escena -dijo Sachs, señalando con la cabeza la habitación y frunciendo el ceño.

– Claro, claro, Sachs. ¿En qué estaría yo pensando? Aquí estamos, sentaditos, charlando y contaminando una escena del crimen…

Con sus múltiples esposas y grilletes, y con un agente a cada lado, el asesino fue conducido fuera de la habitación, mucho menos insolente que la última vez que le llevaron al Centro de Detención.

Y en el momento en que dos oficiales de los Servicios de Emergencia estaban a punto de transportar de nuevo a Rhyme, sonó el teléfono de Lon Sellitto.

– Aquí la tengo… -miró a Sachs-. ¿Quieres hablar con ella? -Le hizo un gesto negativo a Sachs con la cabeza y siguió escuchando con un gesto serio en la cara-. De acuerdo, se lo digo ahora. -Colgó el teléfono-. Era Marlow -le informó.

El jefe de los Servicios de Patrulla. ¿Qué pasaría?, se preguntó el criminalista mirando la cara de preocupación de Sellitto.

El arrugado detective continuó hablando con Sachs.

– Quiere que te pases mañana por allí a las diez. Es sobre tu promoción. -Sellitto puso un gesto de extrañeza-. Y ha habido otra cosa que me ha dicho que te diga, algo sobre tu nota en el examen, ¿qué era? -Movió la cabeza en sentido negativo, miró hacia el techo, con gesto de preocupación-. ¿Qué era?

Sachs lo miraba impávida, aunque Rhyme observó que una de las uñas emprendía un breve ataque a la cutícula de su pulgar.

Entonces, el detective chascó los dedos.

– ¡Ah, sí!…, ya me acuerdo. Me ha dicho que has conseguido la tercera puntuación más alta en la historia del departamento. -Arrugó la cara y miró a Rhyme-. Sabes lo que eso significa, ¿verdad? ¡Que el Señor se apiade de nosotros!: ahora ya no habrá quien la aguante.

* * *

Corría, sin aliento.

El pasillo tenía casi dos kilómetros de largo.

Kara iba corriendo sobre el linóleo gris con una única cosa en la mente, y no era el difunto Erick Weir, ni su psicótico ayudante Art Loesser, ni el brillante número de ilusionismo con fuego en el Cirque Fantastique. No. Ella sólo pensaba: ¿voy a llegar a tiempo?

Avanzaba por el oscuro pasillo…, las pisadas resonaban en el suelo.

Dejaba atrás puertas cerradas y puertas abiertas. Le llegaban fragmentos de programas televisivos y de música; escuchaba retazos de conversaciones de despedida de las familias, que se disponían a marcharse tras pasar allí las horas de visita del domingo.

Escuchaba sus propias pisadas huecas.

Se detuvo al llegar ante la puerta de la habitación. Respiró hondo una docena de veces para recobrar firmeza en la voz y, más nerviosa que en cualquier otra ocasión antes de salir al escenario, entró en la estancia.

Una pausa. Y luego dijo:

– ¡Hola, mamá!

Su madre desvió la vista del televisor, parpadeó con sorpresa y sonrió.

– ¡Oh!, mira quién ha venido. Hola, cariño.

Dios mío, pensó Kara, mirándola a sus ojos vivos. ¡Ha vuelto! ¡Ha vuelto de verdad!

Se acercó a ella, la abrazó y aproximó la silla.

– ¿Qué tal estás?

– Bien. Esta noche hace un poco de frío.

– Voy a cerrar la ventana -Kara se levantó y la cerró.

– Pensé que no llegarías a tiempo, cielo.

– He tenido una noche muy ajetreada. Tengo que contarte lo que me ha pasado, mamá. No te lo vas a creer.

– Soy toda oídos.

– ¿Quieres un té o algo? -le preguntó Kara llena de excitación. Sentía una tremenda necesidad de contarle todo lo acaecido en su vida en los últimos seis meses, hasta el más pequeño detalle. Pero se dijo a sí misma que sería mejor calmarse; le pareció que demasiada efusión podría abrumar a su madre, que tenía un aspecto tremendamente frágil.

– No, no quiero nada, cielo… ¿Podrías apagar el televisor? Prefiero charlar contigo. No sé qué pasa con el mando, pero no consigo que funcione. A veces incluso pienso que hay alguien que entra y cambia los botones.

– Me alegro de haber venido antes de que te acostaras.

– Me hubiera quedado levantada para charlar contigo.

Kara le sonrió. Su madre dijo:

– Cielo, he estado pensando en tu tío, mi hermano.

Kara asintió. El difunto hermano de su madre había sido la oveja negra de la familia. La madre y los abuelos de Kara se habían negado a hablar de él, y estaba prohibido mencionar su nombre en las reuniones familiares. Pero, desde luego, los rumores volaban: era homosexual, era heterosexual y estaba casado, pero había tenido una aventura amorosa con una gitana rumana, había disparado a un hombre por una mujer, nunca se había casado y era un músico de jazz alcohólico…

Kara había deseado siempre saber la verdad sobre él.

– ¿Qué pasa con el tío, mamá?

– ¿Quieres saberlo?

– Oh, por supuesto; cuéntamelo -le dijo, inclinándose hacia adelante y poniendo la mano sobre el brazo de su madre.

– Bien, veamos, pues: ¿cuándo sería eso? Calculo que en mayo del setenta, tal vez del setenta y uno, no estoy segura del año -qué cabeza tengo-, pero estoy segura de que era mayo. Tu tío y algunos de sus compañeros del ejército habían vuelto de Vietnam.

– ¿Fue soldado? No lo sabía.

– Oh, estaba muy guapo con el uniforme… Bueno, pues lo habían pasado fatal allí. -Su tono se hizo más serio-. Al mejor amigo de tu tío lo mataron justo a su lado; murió en sus brazos. Un tipo negro y grandote. Bien, pues a Tom y a otro soldado se les metió en la cabeza que iban a poner un negocio para ayudar a la familia de su amigo muerto; y lo que hicieron fue irse al Sur y comprar un barco. ¿Te imaginas a tu tío en un barco? Yo pensé que era la cosa más extraña del mundo. Montaron un negocio de gambas y Tom hizo una fortuna.