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«Yo no conozco muy bien tu profesión», le había dicho Rhyme. «Pero cuando te vi actuar en la tienda el domingo, me quedé impresionado. Y no me impresiono con facilidad. Lo hiciste condenadamente bien.»

«Para ser una estudiante…», le había respondido, quitándose importancia.

«No», dijo Rhyme con firmeza. «Para ser una artista. Deberías actuar en un escenario.»

«Todavía no estoy preparada. Ya llegará.»

«El problema de esa actitud», dijo Rhyme tras un espeso silencio, «es que a veces no llega». Bajó los ojos hacia su propio cuerpo. «A veces, las cosas… intervienen. Y ahí está…, se aplaza algo importante y uno se lo pierde para siempre.»

«Pero el señor Balzac…»

«… te tiene sometida. Está claro.»

«Él sólo piensa en lo que más me conviene.»

«No, no es cierto. Yo no sé en qué piensa, pero desde luego no es en ti. Fíjate en Weir y Loesser. Y en Keating. Los mentores pueden hechizarte. Agradécele a Balzac lo que ha hecho, conserva su amistad, envíale entradas de palco de tu primera actuación en el Carnegie Hall. Pero apártate de él ahora; ahora, ahora que puedes.»

«Yo no estoy hechizada», dijo Kara riendo.

Rhyme no había contestado, y se dio cuenta de que ella estaba pensando hasta qué punto la tenía dominada.

«Hemos conseguido contactar con Kadesky», prosiguió Rhyme, «nos debe una, después de todo lo que hemos hecho. Amelia me ha contado lo mucho que te gusta el Cirque Fantastique. Creo que deberías solicitar que te hicieran una prueba».

«Aunque lo hiciera, mi situación personal…, mi…»

«Madre», le interrumpió Rhyme.

«Exacto.»

«He estado hablando con Jaynene.»

La joven se quedó callada.

«Déjame que te cuente una historia», dijo Rhyme.

«¿Una historia?»

«Yo fui el jefe del Departamento de Investigaciones Forenses de Nueva York. El trabajo tenía una parte que era la típica mierda administrativa, ya puedes figurarte. Pero a mí lo que más me gustaba, lo que mejor se me daba, era encargarme de las Escenas de Crímenes, y por eso, incluso después de ascender de categoría, yo seguía acudiendo a los trabajos sobre el terreno siempre que me era posible. Bueno, pues hace unos años tuvimos un violador en serie que actuaba en el Bronx. No voy a entrar en detalles, pero la situación era bastante fea y yo quería atrapar a ese hombre. Lo deseaba desesperadamente. Me llamó una patrulla para informarme de que se acababa de producir otra agresión, hacía apenas media hora, y al parecer las pruebas eran buenas. Me fui allí a encargarme personalmente de la escena.

»Nada más llegar me encontré con que a mi subordinado, y buen amigo mío, le había dado un infarto. Y uno de los fuertes. Una impresión tremenda. Era un tipo joven, que se mantenía en forma. En todo caso, estaba preguntando por mí. -Rhyme espantó un recuerdo duro, y luego continuó-. Pero me quedé allí para investigar la escena, rellené las fichas para la cadena de custodia y luego me fui al hospital. Fui tan rápido como pude, pero llegué demasiado tarde. Había muerto hacía media hora. No me sentí orgulloso de eso; todavía me duele después de todos estos años. Pero volvería a hacer lo mismo.»

«Entonces, lo que quiere decirme es que yo debería mandar a mi madre a una de esas residencias horribles», dijo con amargura. «Una más barata. Sólo así podré ser feliz.»

«Desde luego que no. Llévala a algún sitio en el que le den lo que necesita: cuidados y compañía. No lo que tú necesitas. No a un centro de rehabilitación que te va a llevar a la ruina… ¿Lo que quiero decirte? Que si hay algo que tú sabes que tienes que hacer en la vida, eso tiene que tener prioridad con respecto a todo lo demás. Consigue un trabajo en el Cirque Fantastique. O en otro espectáculo. Pero tienes que seguir adelante.»

«¿Sabe cómo son algunas de esas residencias?»

«Bueno, entonces lo que tienes que hacer es encontrar una que os satisfaga a las dos. Perdona que sea tan brusco, pero ya te he dicho que la delicadeza y yo no hacemos muy buenas migas.»

Kara movió la cabeza en sentido negativo.

«Mire, Lincoln, aunque me decidiera, ¿sabe cuánta gente se moriría por un empleo en el Cirque Fantastique? Reciben cien currículos todas las semanas.»

Rhyme sonrió por fin.

«Bien, pues… he estado pensando en ello. "El hombre inmovilizado" tiene una idea para un número que creo que podríamos intentar.»

Rhyme acabó de contarle la historia a Sachs.

– Pensamos que llamaríamos al truco «El sospechoso se escapa» -añadió Kara-. Voy a añadirlo a mi repertorio.

Sachs se volvió hacia Rhyme.

– ¿Y la razón de no habérmelo dicho antes es…?

– Lo siento. Estabas ocupada, no podía localizarte.

– Bueno; podría haber salido mejor si me lo hubieras dicho. Podrías haberme dejado un mensaje.

– Lo. Siento. Te. Digo. He pedido disculpas. No es algo que haga muy a menudo, ¿sabes? Creo que deberías saber apreciarlo. Aunque, ahora que lo mencionas, no veo cómo podría haber salido mejor. La cara que has puesto no tenía precio. Ha contribuido a darle credibilidad.

– ¿Y Balzac? -preguntó Sachs-. ¿No conocía a Weir? ¿No estaba involucrado de verdad?

Rhyme hizo un gesto con la cabeza a Kara.

– Pura ficción. Nosotros escribimos el guión, nosotros dos.

Sachs miró a la joven.

– Primero te acuchillan hasta matarte cuando se supone que estás a mi cargo. Luego te conviertes en una sospechosa de asesinato. -La oficial dio un suspiro de exasperación-. Esta amistad puede ser de las difíciles.

Kara se ofreció para salir a comprar más café cubano, ya que el otro día no les había sido posible, aunque Rhyme sospechaba que era sólo una excusa que ponía Kara para tomarse otro de los viscosos cafés del restaurante. Pero antes de que decidieran qué pedir, les interrumpió el teléfono de Rhyme.

– Comando. Contestar teléfono.

Un instante después, se escuchó en el altavoz del teléfono la voz de Sellitto.

– Linc, ¿estás ocupado?

– Depende -refunfuñó-. ¿Qué pasa?

– Los malvados no descansan… Volvemos a necesitar tu ayuda. Tenemos un homicidio enigmático.

– El último fue «incomprensible», si no recuerdo mal. Me parece que tú dices cosas así para picarme.

– No; de veras. Este no podemos descifrarlo.

– Está bien, está bien -gruñó el criminalista-. Cuéntame los detalles.

Aunque la traducción de la brusca respuesta de Lincoln Rhyme era sencillamente que estaba encantado de poder mantener el aburrimiento a raya un poco más.

* * *

Kara estaba parada delante de Smoke & Mirrors observando cosas que no había advertido en el año y medio que llevaba trabajando allí. Un agujero en la esquina superior izquierda del cristal producido por un perdigón de plomo o una bola. Un pequeño trazo ondulado de un graffiti en la puerta. Un libro polvoriento de Houdini en el escaparate, abierto por la página en la que se describía el tipo de cordeles que le gustaba usar en sus números.

Vio un resplandor en el interior del establecimiento: era el señor Balzac, que se había encendido un cigarrillo.

Tomó aire. Vamos allá, pensó y empujó la puerta.

Balzac estaba junto al mostrador con ese amigo suyo que había estado en la ciudad el fin de semana, un ilusionista de California. Su jefe la presentó como una estudiante, y el hombre, de mediana edad, le estrechó la mano. Hablaron de generalidades: de cómo había ido su función la noche anterior, de las actuaciones que había en ese momento…, los típicos chismes por los que se interesan los artistas de cualquier parte. Por fin, el hombre recogió su maletín. Iba de camino al aeropuerto Kennedy a tomar el vuelo de regreso a casa, y se había detenido en la tienda para devolver los accesorios que había pedido prestados. Dio un abrazo a Balzac, saludó con la cabeza a Kara y se marchó.