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– ¿Tienes datos sobre el origen de alguna de estas pruebas? -preguntó Sellitto.

– Es una mecha normal, imposible averiguar su origen; y el petardo está destrozado. No se ve el nombre del fabricante ni nada. -Cooper hizo un gesto negativo con la cabeza.

Así que todo lo que tenían, por lo que Rhyme podía ver, eran unas pequeñas tiras de papel pegadas a los restos de una mecha. Las cuerdas eran hilos estrechos de algodón cien por cien y sin marca determinada; imposible, pues, averiguar su procedencia.

– También hubo un destello -dijo Sachs repasando sus notas-. Cuando las oficiales le vieron con la víctima, él levantó la mano y se produjo una luz brillante, como un resplandor. Las cegó a las dos.

– ¿Ha quedado algún resto?

– Yo no he encontrado nada. Dicen que se evaporó en el aire.

Bueno, Lon, entonces tú lo has dicho: incomprensible.

– Prosigamos. ¿Huellas?

Cooper se conectó a la base de datos del NYPD sobre huellas de suelas de zapatos, una versión digitalizada del archivo en papel que Rhyme había recopilado en su época de director del Departamento Forense del NYPD. Después de unos minutos de examen, dijo:

– Los zapatos son negros, marca Ecco, y no llevan cordones. Parece que son del cuarenta y tres.

– ¿Hay restos? -preguntó Rhyme.

Sachs cogió varias bolsas de plástico de una de las cajas de leche. En su interior había tiras de cinta adhesiva, que habían sido arrancadas del rodillo.

– Estas son de los sitios por los que anduvo el asesino y de los alrededores del cuerpo.

Cooper cogió las bolsas de plástico y sacó uno por uno los rectángulos de cinta adhesiva, colocándolos en diferentes bandejas para evitar que se mezclaran. La mayor parte de los restos adheridos a los rectángulos eran de polvo que coincidía con las muestras de control de Sachs, lo que significaba que no procedían ni del asesino ni de la víctima, sino que se encontraban de forma natural en la escena del crimen. Pero en algunos de los trozos de cinta aparecieron fibras que Sachs había encontrado sólo en los sitios por los que había caminado el criminal o en los objetos que éste había tocado.

– Examinémoslos en el microscopio.

El técnico los levantó con unas tenacillas, los montó en el portaobjetos del microscopio binocular estéreo -el instrumento más valorado para el análisis de fibras- y pulsó un botón. La imagen que él veía a través del ocular apareció en la gran pantalla plana del monitor para que todos pudieran verla.

Las fibras tenían el aspecto de hebras gruesas de color grisáceo.

Las fibras son pistas importantes para un forense, puesto que hay en abundancia, prácticamente saltan de una fuente a otra y pueden clasificarse con facilidad. Se dividen en dos categorías: naturales y artificiales. Rhyme advirtió de inmediato que aquéllas no tenían la viscosidad del rayón ni estaban hechas de polímeros y, por consiguiente, tenían que ser naturales.

– ¿Pero de qué tipo en concreto? -se preguntó Cooper en voz alta.

– Fíjate en la estructura celular. Aseguraría que es excrementicia.

– ¿Y eso qué es? -preguntó Sellitto-. ¿Excremento? ¿Como la mierda?

– Excremento, como la seda. La seda procede del tubo digestivo de los gusanos. Teñida de gris. Y con un acabado mate. ¿Qué más hay en el portaobjetos, Mel?

El técnico pasó el resto de las muestras por el microscopio y vieron que se trataba de fibras idénticas.

– ¿Llevaba algo gris el asesino?

– No -informó Sellitto.

– Y la víctima tampoco -dijo Sachs.

Más misterios.

– ¡Vaya! -exclamó Cooper mirando por el ocular-. Puede que tengamos un pelo, aquí.

En la pantalla apareció una hebra larga de pelo castaño.

– Pelo humano -gritó Rhyme al advertir que tenía cientos de escamas. El de un animal tendría docenas, como máximo-. Pero es falso.

– ¿Falso? -preguntó Sellitto.

– Bueno -replicó con impaciencia-, es pelo auténtico, pero es de una peluca. Es obvio. Mirad… en el extremo. Eso no es un bulbo. Es pegamento. Puede que no sea de él, evidentemente, pero merece la pena anotarlo en la pizarra.

– ¿Que no tiene el pelo castaño? -preguntó Thom.

– Los hechos son lo único que nos importa -dijo Rhyme lacónicamente-. Escribe que es posible que el asesino llevara una peluca de color castaño.

– Sí, bwana.

Cooper siguió con su examen y encontró que en dos de los rectángulos de cinta adhesiva había una cantidad minúscula de polvo y cierto material vegetal.

– Amplía primero el vegetal, Mel.

Cuando analizaba escenas de crímenes en Nueva York, Lincoln Rhyme siempre había otorgado una gran importancia a las pruebas geológicas, vegetales y animales, ya que sólo una octava parte de la ciudad está realmente en el continente; el resto son islas. Eso significaba que los minerales, la flora y la fauna solían ser más o menos homogéneos en distritos concretos, e incluso en barrios dentro de los mismos, lo cual facilitaba la asignación de ciertas substancias a determinados lugares.

Acto seguido apareció en la pantalla una imagen más bien artística de una ramita rojiza y un trocito de hoja.

– Bien -comentó Rhyme.

– ¿Y por qué «bien»? -preguntó Thom.

– Porque es raro. Es un nogal americano rojo. Es difícil encontrarlos en la ciudad. En los únicos sitios, que yo sepa, en que se pueden ver son Central Parky Riverside Park. Y… ¡eh, fijaos en eso! ¿Veis esa pequeña mota azul verdoso?

– ¿Dónde? -preguntó Sachs.

– ¿No la ves? Está justo ahí -dijo con un sentimiento de profunda frustración por no poder levantarse de un salto de la silla y señalarlo en la pantalla-. En la esquina inferior derecha. Si la ramita fuera Italia, la mota sería Sicilia.

– Ya lo veo.

– ¿Tú qué crees, Mel? Liquen, ¿no? Y yo apostaría por Parmelia conspersa.

– Podría ser -dijo el técnico con cautela-. Pero hay muchos líquenes.

– Sí, pero no hay muchos líquenes azul verdosos y grises -replicó Rhyme secamente-. De hecho, apenas hay. Y éste es el que más abunda en Central Park… Tenemos dos vínculos con el parque. Bien. Ahora echemos un vistazo al polvo.

Cooper montó otra muestra en el portaobjetos. La imagen que arrojaba el microscopio -motas de polvo que parecían asteroides- no era muy reveladora desde el punto de vista forense, y Rhyme dijo:

– Pon una muestra en el CG/EM.

En el cromatógrafo de gases/espectrómetro de masas se unen dos instrumentos de análisis químico, el primero de los cuales descompone una sustancia desconocida en sus componentes, mientras que el segundo determina lo que es cada uno de ellos. Por ejemplo, un polvo blanco que en apariencia es uniforme puede estar compuesto de una docena de compuestos químicos diferentes: bicarbonato de soda, arsénico, polvos de talco, fenol y cocaína.

Se ha comparado el cromatógrafo con una carrera de caballos: las substancias empiezan moviéndose por el instrumento juntas, pero avanzan a ritmos distintos y acaban separándose. En la meta, el espectrómetro de masas compara cada una de ellas con las substancias conocidas que forman parte de una enorme base de datos para poder identificarlas.

Los resultados del análisis de Cooper mostraron que el polvo que Sachs había recogido estaba impregnado de aceite. Ahora bien, la única información que proporcionó la base de datos fue que se trataba de aceite de origen mineral, no vegetal ni animal, aunque no podía identificarlo de forma más específica.

– Envíalo al FBI -ordenó Rhyme-. Comprueba si los del laboratorio lo han visto alguna vez. -Entornó los ojos para fijarse bien en una de las bolsas de plástico-. ¿Es ésa la tela negra que encontraste?