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– No; eso es demasiado insulso -dijo Rhyme mirando las fotografías de la víctima-. ¿Qué tal «El Prestidigitador»? -propuso, sorprendido de su propio acierto.

– A mí me parece que funciona.

Con una letra que distaba mucho de la elegancia que tenía la de Thom, el detective escribió las palabras en lo alto de la pizarra.

El Prestidigitador…

– Pues a ver si podemos hacer un conjuro para que aparezca -dijo Rhyme.

– Cuéntales lo de «El hombre evanescente» -le dijo Sachs a Kara.

La joven se frotaba la mano contra el pelo de muchacho que llevaba, mientras describía un truco de ilusionista que sonaba casi idéntico a lo que El Prestidigitador había hecho en la Escuela de Música.

Pero al final añadió el descorazonador comentario de que la mayoría de los ilusionistas sabían hacerlo.

– Danos alguna idea sobre cómo se hacen los trucos -le pidió Rhyme-. Las técnicas. Así sabremos qué esperar de él si intenta hacer lo mismo con otra persona.

– ¿Me está pidiendo que descubra el pastel?

– ¿Que descubras el pastel?

– Sí -dijo Kara, y pasó a explicarlo-. Miren, todos los trucos de magia se componen de un efecto y un método. El efecto es lo que ve el público; ya saben: la chica que levita, las monedas que caen y traspasan una mesa maciza… El método es el mecanismo que emplea el mago: mantener a la chica suspendida de unos cables, sujetar las monedas en la palma de la mano y dejar caer otras idénticas que hay en un agujero perforado en la mesa.

Efecto y método, reflexionó Rhyme. Es como lo que yo hago: el efecto es atrapar al criminal cuando parece que es imposible. El método es la ciencia y la lógica que empleamos para hacerlo.

– Descubrir el pastel -continuó Kara- significa revelar el secreto de un truco. Como acabo de hacer al explicarles en qué consiste «El hombre evanescente». Es una cuestión delicada; el señor Balzac, mi mentor, critica siempre a los magos que revelan el truco ante el público y cuentan los métodos de otros.

Thom entró en la habitación con una bandeja. Sirvió café a los que se lo habían pedido. Kara se echó azúcar y se apresuró a darle un trago, aunque para Rhyme parecía estar aún demasiado caliente. El criminalista le echó una mirada al whisky de malta Macallan de dieciocho años que había en un estante al otro lado de la habitación. A Thom no le pasó inadvertido ese gesto así que le dijo:

– Es media mañana; ni se te pase por la cabeza.

La misma mirada de concupiscencia lanzó Sellitto a las rosquillas. Se permitió sólo media. Y sin crema de queso. Parecía sufrir con cada bocado.

Repasaron todas y cada una de las pruebas con Kara, que las estudió con atención y les ofreció su descorazonadora opinión de que había cientos de fuentes para la mayoría de los puntos. La cuerda era de un tipo especial utilizado en trucos de magia, que cambiaba de color y que se vendía en F. A. O. Schwarz [7] y en cualquier tienda de magia del país. El nudo era uno de los que empleaba Houdini en los números en los que su intención era cortar la cuerda para escapar; era prácticamente imposible de desatar para un artista amarrado.

– Incluso sin las esposas -dijo Kara con suavidad-, esa chica no tenía ninguna posibilidad de huir.

– ¿Es raro? El nudo, quiero decir.

Kara les explicó que no, que cualquiera que tuviera unos conocimientos básicos de los números de Houdini lo conocía.

El aceite de ricino en el maquillaje, continuó Kara, significaba que el asesino empleaba cosméticos teatrales muy realistas y duraderos, y era probable que el látex procediera, como había sospechado Rhyme, de las fundas falsas para los dedos, herramientas muy habituales también entre los magos. La fibra de alginato, insinuó Kara, no se debía a la labor de un dentista, sino que se utilizaba para hacer moldes de látex, probablemente para los dedos falsos o para el gorro que había hecho parecer calvo al conserje. La tinta indeleble era algo en realidad bastante novedoso, aunque ciertos ilusionistas la usaban en algunos números.

Sólo había un par de cosas que se salían de lo corriente, explicó Kara: por ejemplo, la placa de circuitos (que era un gimmick, dijo, un accesorio especial que la audiencia no puede ver). Pero las había fabricado el mismo sospechoso. Las esposas Darby eran también poco comunes. Rhyme ordenó que mandaran a alguien al Museo de Escapismo de Nueva Orleans del que había hablado Kara. Sachs propuso que fueran las oficiales Franciscovich y Ausonio, puesto que se habían ofrecido para ayudar. Era el tipo de misión perfecta para una pareja de jóvenes oficiales deseosas de trabajar. Rhyme accedió y Sellitto lo organizó todo a través del jefe de la División de Servicios de Patrulla.

– ¿Y qué nos dices de su huida? -preguntó Sellitto-. ¿Y de que se cambiara de ropa tan deprisa para vestirse de conserje?

– Se llama «magia proteica» -dijo Kara-. Transformismo. Es una de las cosas que llevo años estudiando. En mi caso, sólo es una parte de mi repertorio, pero hay gente que se dedica exclusivamente a eso. Puede resultar asombroso; hace algunos años vi a Arturo Brachetti, que llegaba a cambiarse tres o cuatro docenas de veces en una sola función, y a veces en menos de tres segundos.

– ¿Tres segundos?

– Sí. Además, los verdaderos transformistas no se limitan a cambiarse de ropa. También son actores. Caminan de forma diferente, tienen una forma de estar distinta, hablan de otra manera. Lo que hacen es prepararlo todo de antemano. La ropa está hecha de piezas que se sujetan con tiras de velero. El transformismo consiste sobre todo en quitarse la ropa con la mayor rapidez. Y los tejidos suelen ser de nylon o de seda, muy finos, para así poder llevar varias prendas superpuestas. Hay veces en que yo llevo cinco trajes debajo del que ve el público.

– ¿Seda? -preguntó Rhyme-. Nosotros hemos encontrado fibras de seda gris. Las oficiales que estuvieron en la escena del crimen dijeron que el conserje llevaba un uniforme gris. Las fibras estaban desgastadas, como con un acabado mate.

– Así que no brillaban, sino que tenían el aspecto de ser algodón o lino… -dijo Kara asintiendo con la cabeza-. También utilizamos sombreros, paraguas y maletas plegables, fundas para cubrir los zapatos…, todo tipo de accesorios que podamos esconder en nuestro propio cuerpo. Y pelucas, por supuesto. Para hacer que cambie la cara, lo más importante son las cejas. Si se cambian las cejas, la cara es diferente en un sesenta o setenta por ciento. Y también se pueden añadir algunas prótesis, nosotros los llamamos «postizos»: tiras y piezas de relleno de látex que se pegan con un adhesivo especial. Los transformistas estudian los rasgos faciales básicos de distintas etnias, así como los de los géneros. Un buen artista proteico conoce las proporciones de la cara de una mujer y las de un hombre, y puede aparentar un cambio de sexo en cuestión de segundos. Nosotros estudiamos las reacciones psicológicas ante las caras y las posturas, de manera que podemos convertirnos en alguien guapo o feo, aterrador, simpático o desvalido…, en lo que sea.

La parte oculta de la magia le resultaba interesante a Rhyme, pero lo que él quería eran datos más específicos.

– ¿Hay algo en concreto que puedas decirnos que nos ayude a encontrarle?

Kara negó con la cabeza.

– No se me ocurre nada que les lleve a un establecimiento en particular ni a ningún otro sitio. Lo que sí puedo es ofrecerle mi impresión general.

– Adelante.

– Bueno, el hecho de que el criminal utilizara una cuerda de color cambiante y dedos falsos me hace pensar que está familiarizado con la prestidigitación. Eso significa que debe de ser bueno robando carteras, escondiendo armas o cuchillos y cosas por el estilo…, como quitarle las llaves a la gente, o los carnés de identidad. También conoce el transformismo, y está claro que eso les va a plantear a ustedes un problema. Pero, lo más importante es que el número de «El hombre evanescente», las mechas y los petardos, la tinta indeleble, la seda negra…, todo eso me hace pensar que es un ilusionista con formación clásica.

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[7] Famosa juguetería de la Quinta Avenida. (N. de la T.)