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Un momento más tarde, Sachs entró resueltamente en la habitación, acompañada del equilibrado Roland Bell. Cuando a Sellitto le ordenaron que añadiera otro detective al equipo, Rhyme había propuesto a Bell al instante; le gustaba la idea de contar con un policía astuto, un tirador de primera que podría respaldar a Sachs sobre el terreno.

Saludos y presentaciones entre unos y otros. A Bell no le habían hablado de Kara, así que ésta contestó a su mirada inquisitiva con un:

– Yo soy como él -señaló con la cabeza en dirección a Rhyme-, una especie de asesora.

– Encantado de conocerte -dijo Bell, atónito al ver que Kara, distraídamente, hacía rodar tres monedas a la vez sobre sus nudillos.

Cuando Sachs se fue con Cooper a examinar las pruebas, Rhyme preguntó:

– ¿Quién era el joven? La víctima, quiero decir.

– Se llamaba Anthony Calvert. Treinta y dos años. Soltero. Bueno, sin compañero en su caso.

– ¿Hay alguna relación con la estudiante de música?

– No parece -contestó Sellitto-. Bedding y Saul lo han comprobado.

– ¿En qué trabajaba? -preguntó Cooper.

– Estilista maquillador en Broadway.

Y la primera había sido una intérprete y estudiante de música, reflexionó Rhyme. Una mujer heterosexual y un gay. Vivían y trabajaban en barrios distintos. ¿Qué vínculos había entre los crímenes?

– ¿Algo que os haga pensar en que obtiene algún tipo de placer? -preguntó Rhyme.

Sin embargo, puesto que el primer asesinato no tenía un carácter sexual, a Rhyme no le sorprendió que Sachs dijera:

– No. No, salvo que se lleve recuerdos a su casa y se los meta en la cama con él… Pero esto le pone. -Se aproximó a la pizarra y señaló las fotos digitales del cadáver.

Rhyme acercó la silla y estudió las horripilantes imágenes.

– ¡Enfermo hijo de puta! -fue la apática observación que les ofreció Sellitto.

– ¿Y qué arma usó? -preguntó Roland Bell.

– Parece que fue una sierra de través -dijo Cooper mientras examinaba unas imágenes ampliadas de las heridas.

Bell, que ya había visto bastantes matanzas cuando trabajaba de policía en Carolina del Norte y después en Nueva York, movió la cabeza negativamente:

– Bien, pues tenemos un hueso duro de roer.

Mientras Rhyme continuaba examinando las fotografías, advirtió de pronto un ruido raro, un sonido sibilante e irregular que procedía de algún lugar cercano. Se volvió y vio que Kara estaba detrás de él. El sonido lo producía su respiración frenética. La joven estaba delante de las fotos del cuerpo de Calvert y, mientras las miraba fijamente, como petrificada, se pasaba la mano de forma compulsiva por el pelo corto; los ojos espantados e inundados de lágrimas. Le temblaba la mandíbula. Se apartó de la pizarra.

– ¿Te encuentras…? -comenzó a decir Sachs.

Kara levantó una mano, cerró los ojos, respirando con dificultad.

Rhyme se dio cuenta en ese momento, al ver el dolor que reflejaba su rostro, que el caso se había acabado para ella. Había llegado al límite. La vida de Rhyme, su trabajo en escenas de crímenes, incluía aquel tipo de horrores; la de ella, no. Los riesgos y peligros de la profesión de Kara eran, desde luego, ilusorios, y hubiera sido demasiado pedir que un civil se enfrentara a cosas tan repugnantes como aquélla de forma voluntaria. Era una auténtica pena, porque necesitaban su ayuda desesperadamente. Pero al ver el horror pintado en su cara, supo que no podían someterla a más violencia de este tipo. Pensó que tal vez acabara por vomitar.

Sachs iba a acercarse a la joven, pero se detuvo al ver que Rhyme le hacía un gesto negativo con la cabeza. El mensaje era que ya sabía que iban a perder a la chica, y que tenían que dejar que se marchara.

Sólo que se había equivocado.

Kara tomó aire profundamente, como hace un nadador en el trampolín antes de tirarse al agua desde una gran altura, y volvió a acercarse a las imágenes, con una mirada resuelta. Sólo había estado armándose de valor para enfrentarse de nuevo a las fotografías. Las estudió con detenimiento, y finalmente dijo, asintiendo con la cabeza:

– P. T. Selbit -dijo, secándose sus ojos azules.

– ¿Es una persona? -dijo Sachs.

Kara asintió.

– El señor Balzac solía hacer algunos de sus números. Era un ilusionista del siglo pasado. Hacía ése que se llama «Mujer serrada en dos mitades». Y esto es lo mismo: atado, con los miembros extendidos. Y la sierra. La única diferencia es que escogió a un hombre como protagonista del número -parpadeó al escucharse decir algo tan inofensivo-; perdón, del asesinato.

Rhyme volvió a preguntar:

– ¿Y esto sólo lo conocen un número limitado de personas?

– No. Es un truco famoso, más aún que el de «El hombre evanescente». Cualquiera que tenga unas nociones mínimas de historia de la magia lo conoce.

Aunque se esperaba una respuesta tan descorazonada como aquélla, Rhyme dijo:

– De todas formas, anótalo en el perfil, Thom. -Acto seguido se dirigió a Sachs-. Bueno, pues cuéntanos qué pasó en casa de Calvert.

– Al parecer, la víctima salió del edificio por la puerta trasera, de camino al trabajo, como hacía siempre, según los vecinos. Pasó por un callejón y vio esto. -Señaló al gato negro de juguete que había metido en una bolsa de plástico-. Un gato de juguete.

Kara lo examinó.

– Es un autómata. Como un robot. Nosotros lo llamamos un «artificio».

– ¿Un…?

– Un artificio. Un accesorio que el público piensa que es real. Como un cuchillo falso con una hoja que desaparece al introducirse en la empuñadura o como una taza de café con doble pared. -Conectó un interruptor y, de repente, el gato empezó a moverse, a maullar de forma bastante real-. La víctima debió de ver al animal y lo pisó, o tal vez pensó que estaba herido. Así es cómo El Prestidigitador lo atrajo hacia el callejón sin salida.

– ¿Procedencia? -le preguntó Rhyme a Cooper.

– Sing-Lu, fabricado en Hong-Kong. He consultado la web, y el juguete puede comprarse en cientos de tiendas de todo el país.

Rhyme suspiró.

– Demasiado corriente para averiguar su procedencia. -Parecía ser el lema de aquel caso.

– Entonces -continuó Sachs-, Calvert se acercó al gato, se acuclilló para comprobar qué le pasaba. El asesino estaba escondido en alguna parte y…

– El espejo -le interrumpió Rhyme. Miró a Kara, que asentía con la cabeza.

– Los ilusionistas utilizan mucho los espejos. Atraes la atención hacia ellos, y puedes hacer desaparecer completamente algo o a alguien que esté detrás.

Rhyme se acordó de que el nombre de la tienda en la que trabajaba Kara era Smoke & Mirrors [13].

– Pero algo salió mal y la víctima consiguió escapar -continuó Sellitto-. Y ahora viene la parte más extraña: comprobamos la cinta grabada en el 911. Calvert entró en el edificio y en su apartamento, y entonces llamó al teléfono de emergencias. Les dijo que el agresor estaba fuera del edificio y que las puertas estaban cerradas. Y entonces la comunicación se interrumpió. El Prestidigitador consiguió entrar de alguna manera.

– Tal vez por la ventana. Sachs, ¿comprobaste la salida de incendios?

– No. La ventana estaba cerrada desde el interior.

– En cualquier caso, deberías haberlo comprobado -dijo Rhyme cortante.

– Pero no entró por ahí. No tuvo tiempo.

– Bueno, entonces debía de tener las llaves de la víctima -dijo el criminalista.

– No dejó huellas en las llaves -refutó Sachs-. Sólo encontramos las de la víctima.

– Pero debía de tenerlas -insistió Rhyme.

– No -intervino Kara-. Forzó la cerradura.

– Imposible -dijo Rhyme-. O tal vez él había entrado antes e hizo una copia de las llaves. Sachs, deberías volver y comprobar si…

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[13] En castellano, «Humo y espejos». (N. de la T)