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– Hay unas cuadras por aquí cerca, ¿no? -preguntó Sellitto.

– Sí, yo las he visto -dijo Sachs-. Creo que están entre las calles Ochenta y Noventa.

– Entérate -dijo Rhyme-. Y manda a alguien allí.

Sachs miró el reloj: eran las 13.35.

– Vale; tenemos tiempo aún. Quedan dos horas y media hasta la próxima víctima.

– Bien -dijo Sellitto-. Enviaré equipos de vigilancia al parque y a las cercanías de las cuadras. Si están allí hacia las dos y media, tendremos aún mucho tiempo para dar con él.

Rhyme advirtió que Kara fruncía el ceño.

– ¿Qué pasa? -le preguntó.

– ¿Sabe una cosa? Yo no estoy tan segura de que dispongan de tanto tiempo.

– ¿Por qué?

– Se acuerda de lo que les dije sobre la desorientación, ¿no?

– Sí, lo recuerdo.

– Bueno, pues también la hay de carácter «temporal», que consiste en engañar al público y hacerle creer que algo va a pasar en un momento determinado, cuando en realidad sucede en otro. Por ejemplo, un ilusionista repite una acción cada cierto tiempo. El público, de forma subconsciente, llega a pensar que, haga lo que haga el artista, tiene que pasar sólo en esos momentos. Pero lo que hace el mago entonces es acortar los intervalos de tiempo entre una y otra acción. El público no presta atención y no se fija en absoluto en lo que hace. Es posible detectar un truco de desorientación temporal, ya que el ilusionista permite siempre que el público sepa cuánto dura el intervalo.

– ¿Por ejemplo, rompiendo los relojes? -preguntó Sachs.

– Exacto.

– Entonces, ¿tú crees que no tenemos hasta las cuatro?

– Puede que sí -dijo Kara tras encogerse de hombros-. Tal vez ha planeado matar a tres personas dejando pasar cuatro horas entre una y otra, y luego matará a la cuarta cuando haya transcurrido sólo una hora. No lo sé.

– No sabemos nada -dijo Rhyme con decisión-. ¿Qué piensas tú, Kara? ¿Tú qué harías?

La joven soltó una risa que reflejaba su inquietud, ya que lo que le estaban pidiendo era que se pusiera en el lugar de un asesino. Tras unos momentos de profunda reflexión, dijo:

– Él sabe que han encontrado ya los relojes. Y sabe que son ustedes inteligentes. Ya no necesita insistir en ese punto. Si yo fuera él, mataría a la siguiente víctima antes de las cuatro. Intentaría hacerlo ya.

– Pues no digas más -dijo Rhyme-. Olvidémonos de la vigilancia y de los de paisano. Lon, llama a Haumann y que envíen unidades de emergencia al parque. Muchas.

– Pero eso puede ahuyentarle, Linc…, si está disfrazado y vigilando por su parte…

– Creo que tenemos que arriesgarnos. Informa a las unidades de emergencia de que a quien buscamos es a… ¿a quién demonios estamos buscando? Dales una descripción general; apáñatelas lo mejor que puedas.

Asesino de cincuenta años, conserje de sesenta años, ancianita de setenta años con un cesto de la compra…

Cooper levantó la vista del ordenador y dijo:

– Ya tengo la cuadra. Academia de Equitación de Hammerstead.

Bell, Sellitto y Sachs se pusieron en marcha al instante.

– Yo también quiero ir -pidió Kara.

– No -dijo Rhyme.

– Puede que haya algo de lo que yo me dé cuenta, algún truco o algún cambio de ropa que realice alguien en una multitud. Yo podría advertirlo -insistió. Y añadió, señalando esta vez a los otros policías-: tal vez ellos no.

– No. Es demasiado peligroso. No debe haber civiles en una operación táctica. Ésas son las normas.

– A mí las normas no me importan -replicó la joven, inclinándose desafiante sobre él-. Yo puedo ayudarles.

– Kara…

Pero la joven le hizo callar dirigiendo primero la mirada hacia las fotografías de las escenas del crimen de Tony Calvert y Svetlana Rasnikov, y después, con una expresión fría en los ojos, de nuevo hacia Lincoln Rhyme. Con un gesto tan simple, le recordó que había sido él quien le había pedido que se quedara, quien la había introducido en ese mundo y quien había convertido a una joven inocente en alguien que podía ver tales horrores sin pestañear.

– De acuerdo -dijo Rhyme. Y añadió, señalando con la cabeza a Sachs-: Pero no te separes de ella.

* * *

Ella actuaba con cautela, observó Malerick, como correspondía a una mujer a quien había abordado un hombre en Manhattan. Aunque se tratara de un desconocido tímido, amable y capaz de calmar a los caballos encabritados.

Aun así, Cheryl Marston se iba tranquilizando poco a poco y empezaba a disfrutar de las historias que él le contaba sobre los tiempos en que montaba a pelo en el circo, historias bastante adornadas para mantenerla entretenida y hacer que bajara la guardia.

Una vez que la moza de cuadra y el veterinario de guardia en Hammerstead hubieron examinado a Don Juanito y declarado que su estado de salud era bueno, Malerick y su próxima artista involuntaria se fueron paseando desde las caballerizas hacia un restaurante, justo en el extremo de Riverside Drive.

La mujer conversaba amablemente con John (el personaje que había escogido para esta cita) y le contaba su vida en la ciudad, su amor por los caballos desde pequeña, los que había tenido o montado, su ilusión por comprarse una casita de verano en Middleburg, en Virginia. Él le respondía de vez en cuando con alguna que otra observación que ponía de manifiesto sus conocimientos equinos (que había sacado de los comentarios que hacía ella, de lo que sabía del circo y del mundo de la magia). Los animales habían sido siempre una parte importante de la profesión: se les hipnotizaba, se les hacía desaparecer, se les convertía en ejemplares de otras especies… Hubo un ilusionista hacia 1800 que inventó un número muy popular en el que un pollo quedaba convertido en pato en cuestión de segundos (el método no podía ser más sencillo: el pato aparecía en escena disfrazado de pollo). Y, en otros tiempos menos políticamente correctos, era muy corriente matar y resucitar animales, aunque rara vez se les hacía daño en realidad; después de todo, un ilusionista sería bastante inepto si tuviera que matar de verdad a un animal para hacer creer que está muerto. Además, saldría caro.

Para la actuación que había empezado en Central Park tendiendo una trampa a Cheryl Marston, Malerick se había inspirado en el repertorio de Howard Thurston, un célebre ilusionista de principios del siglo XX, especializado en números con animales. El truco que hizo Malerick, sin embargo, no habría contado con la aprobación de su creador; el famoso mago trataba a los animales en la función como si fueran ayudantes humanos, casi como si fueran miembros de su familia. Malerick había mostrado menos humanidad. Había cazado una paloma con sus propias manos, la había colocado boca arriba, acariciándole lentamente el cuello y los costados hasta que quedó hipnotizada, una técnica que los magos llevaban años utilizado para hacer creer que el pájaro estaba muerto. Cuando vio aparecer a Cheryl Marston subida al caballo, lanzó con fuerza la paloma hacia la cara del animal. El encabritamiento de Don Juanito a causa del dolor y el susto, sin embargo, no tuvieron nada que ver con la paloma, sino con un generador de ultrasonidos ajustado a una frecuencia que hería profundamente el oído del caballo. Al salir de los matorrales para «rescatar» a Cheryl, Malerick desconectó el generador, de manera que cuando se hizo con la brida ya había dado tiempo de que el caballo se calmara.

Y ahora, poco a poco, la amazona iba abandonando su cautela conforme se daba cuenta de lo mucho que tenían en común.