– ¿Me sigues, Linc?
– Un caso, estabas diciendo. Incomprensible.
Sellitto le dio más detalles, atrapando lentamente la atención de Rhyme.
– Tiene que haber algún modo de salir de la sala. Pero no hay nadie, ni de la escuela ni de los de nuestro equipo, que lo haya encontrado.
– ¿Cómo es la escena del crimen?
– Aún está muy virgen. ¿No podría encargarse de ella Amelia?
Rhyme miró al reloj.
– Estará ocupada otros veinte minutos más, aproximadamente.
– Eso no importa -dijo Sellitto, dándose golpecitos en el vientre como si estuviera buscando los kilos perdidos-. Le enviaré un mensaje al busca.
– Mejor que no la distraigamos aún.
– ¿Por qué, qué está haciendo?
– ¡Uy, algo peligroso! -dijo Rhyme, concentrándose de nuevo en la voz sedosa de la trompeta-. ¿Qué más?
La mujer olió el ladrillo húmedo del muro del bloque de pisos contra su cara.
Le sudaban las palmas de las manos y, por debajo del pelo, de un vivo color rojo, que se había recogido con la polvorienta gorra reglamentaria, sentía un picor tremendo en el cráneo. Aún así, permaneció completamente inmóvil cuando un agente uniformado se deslizó a su lado y plantó también la cara contra el muro.
– Veamos, la situación es ésta -dijo el hombre, señalando con la cabeza hacia la izquierda. Le explicó que justo a la vuelta de la esquina de aquel edificio había un solar, en mitad del cual se hallaba el coche utilizado para la fuga, que hacía unos minutos se había estrellado tras una persecución a gran velocidad.
– ¿Funciona todavía?
– No. Chocó contra un contenedor y se ha estropeado. Tres ocupantes. Conseguimos atrapar a uno. Hay otro dentro del coche con una especie de rifle de caza descomunal. Ha herido a un policía.
– ¿Está grave?
– No, la herida es superficial.
– ¿Lo tenéis?
– No. Está fuera de la zona acordonada. En un edificio al oeste de aquí.
– ¿Y el tercer sospechoso? -preguntó ella.
El agente suspiró.
– ¡Joder!, consiguió llegar al primer piso de este edificio de aquí. -Señaló con la cabeza la casa a la que estaban pegados-. Hay una barricada. Tiene un rehén. Una mujer embarazada.
Sachs fue asimilando la avalancha de información mientras se apoyaba en el otro pie para así aliviar el dolor de la artritis que sufría en las articulaciones. ¡Cómo dolían las condenadas! Leyó el nombre de su compañero en la placa que llevaba en el pecho.
– ¿Qué arma tiene el que ha cogido a la rehén, Wilkins?
– Un revólver. De tipo desconocido.
– ¿Dónde están los nuestros?
El joven señaló a dos agentes que había detrás de un muro en la parte posterior del solar.
– Y otros dos que hay en la parte frontal del edificio, en la que se encuentra el hombre que tiene un rehén.
– ¿Alguien ha avisado a la Unidad de Servicios de Emergencia?
– No lo sé. He perdido el transmisor cuando empezó el tiroteo.
– ¿Estás en los blindados?
– Negativo. Estaba de guardia de tráfico… ¿Qué coño vamos a hacer?
La mujer pulsó el Motorola para ponerlo en una determinada frecuencia, y dijo:
– Escena del crimen Cinco Ocho Ocho Cinco a Supervisor.
Un momento más tarde se escuchó:
– Aquí capitán Siete Cuatro. Continúe.
– Las diez trece. Solar al este del Seis Cero Cinco de Delancey. Agente herido. Necesitamos refuerzos inmediatamente, un autobús del Servicio Médico de Emergencias y una Unidad de Servicios de Emergencia. Dos sujetos, ambos armados. Uno con rehén; necesitaremos un negociador.
– Comprendido, Cinco Ocho Ocho Cinco. ¿Un helicóptero para observación?
– Negativo, Siete Cuatro. Uno de los sospechosos tiene un rifle de gran potencia. Y están deseando hacer blanco en algún poli.
– Enviaremos refuerzos tan pronto como podamos. Pero los Servicios Secretos han cerrado la mitad del sur de la ciudad por la llegada del vicepresidente desde el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. Nos retrasaremos. Dejo la situación a tu criterio. Corto.
– Comprendido. Corto.
«Vicepresidente: acabas de perder mi voto», pensó la oficial.
Wilkins negó con la cabeza.
– ¡Pero no podemos colocar a un negociador cerca del apartamento! Al menos mientras el del arma siga en el coche.
– En eso estoy-respondió Sachs.
Volvió a asomarse por la esquina del edificio y miró desde allí al coche, un modelo barato con el morro empotrado en un contenedor, las puertas abiertas y, tras ellas, un hombre delgado empuñando un rifle.
Lo tengo en cuenta…
Sachs gritó:
– ¡Eh, el del coche! ¡Está rodeado! ¡Si no tira el arma, abriremos fuego! ¡Tírela ahora mismo!
El hombre se agachó y apuntó hacia ella. Sachs se escondió para cubrirse. Llamó por el Motorola a los dos agentes que había en la parte posterior del solar.
– ¿Hay rehenes en el coche?
– Ninguno.
– ¿Estás seguro?
– Totalmente -fue la respuesta del agente-. Lo comprobamos bien antes de que comenzara a disparar.
– Perfecto. ¿Tenéis un buen blanco?
– Es probable que a través de la puerta.
– No, no disparéis a ciegas. Buscad la posición adecuada. Y, en cualquier caso, hacedlo sólo si estáis protegidos en todo momento.
– Comprendido.
Vio que los agentes se colocaban a ambos lados. Pasado un momento, uno de ellos dijo:
– Tengo un blanco perfecto para matarle. ¿Lo aprovecho?
– Mantente alerta -dijo, y a continuación gritó-: ¡Eh, el del coche, el del rifle! ¡Tiene diez segundos antes de que abramos fuego! ¡Tire el arma! ¿Me entiende? -repitió esto último también en español.
– Que te den por culo.
Sachs lo interpretó como una respuesta afirmativa.
– ¡Diez segundos! -gritó-. ¡Y ya ha comenzado la cuenta!
Se dirigió a los dos agentes por radio y les dijo:
– Concededle veinte. A partir de entonces, tenéis luz verde.
Casi cuando el recuento iba por diez segundos, el hombre tiró el rifle y se levantó con las manos en alto.
– ¡No disparen, no disparen!
– Mantenga las manos en alto y no las baje ni un momento. Camine hacia la esquina del edificio este. Si baja las manos le dispararemos.
Cuando llegó a la esquina, Wilkins le esposó y le registró. Sachs continuaba agachada, y le dijo al sospechoso:
– El tipo que está ahí dentro, su colega, ¿quién es?
– No tengo por qué decírselo…
– Ya, ya sé que no tiene por qué. Lo que pasa es que si lo cogemos, que es lo que vamos a hacer, a usted se le acusará de asesinato. Y… ¿merece el hombre que está ahí dentro los cuarenta y cinco años en Ossining?
El hombre suspiró.
– ¡Venga ya! -insistió ella con brusquedad-. Nombre, dirección, familia, qué le gusta cenar, nombre de pila de su madre, si tiene parientes en el sistema… Apuesto a que sabe un montón de cosas sobre él.
El hombre suspiró y comenzó a hablar; Sachs iba anotando apresuradamente los detalles.
El Motorola emitió un ruido. El negociador de rehenes y el equipo de emergencia acababan de llegar y se encontraban delante del edificio. Sachs le pasó las notas a Wilkins.
– Dáselas al negociador.
La agente le leyó al hombre del rifle sus derechos, mientras pensaba: ¿había llevado la situación lo mejor que había podido?, ¿había puesto en peligro innecesariamente algunas vidas?, ¿debería haberse ocupado ella misma del agente herido?
Cinco minutos más tarde, el capitán supervisor aparecía caminando por la esquina del edificio. Iba sonriendo.