– Me gusta.
– ¿El qué?
– Esta idea del ilusionismo. -«No te pongas sensiblero, joder», se dijo. «Te pones así cuando estás bebido.» Pero aquella aseveración sobre sí mismo no le impidió beber otro sorbito de whisky y continuar diciendo:
– A veces, la realidad puede ser un poco dura, ¿sabes? -tampoco pudo evitar echar una mirada incómoda a su cuerpo inmóvil.
Se arrepintió instantáneamente del comentario y de la mirada, y cambió de tema. Pero Kara no le mostró ni un ápice de lástima fingida:
– ¿Sabe?, yo no estoy segura de que haya mucha realidad.
Rhyme frunció el ceño; no comprendía lo que quería decir.
– ¿No es una ilusión la mayor parte de nuestras vidas? -continuó Kara.
– ¿Cómo?
– Bueno, todo lo pasado son recuerdos, ¿no?
– Sí.
– Y todo lo futuro es imaginación. Tanto una cosa como la otra son ilusiones. Los recuerdos no son fiables, y sobre el futuro no podemos más que especular. Lo único que es por completo real es el preciso instante del presente, y éste pasa constantemente de la imaginación al recuerdo. ¿Lo ve? La mayor parte de nuestra vida es ilusoria.
Rhyme se rió suavemente ante tal planteamiento. Como persona lógica, como científico, él quería abrir un agujero en la teoría de Kara. Pero no pudo. Ella tenía razón, concluyó. Él pasaba la mayor parte de su tiempo entre recuerdos del Antes, antes del accidente, y pensando lo mucho que había cambiado su vida Después.
¿Y el futuro? Oh, sí, él solía habitar allí. Sin que nadie se hubiera enterado, salvo Sachs y Thom, Rhyme pasaba al menos una hora casi todos los días trabajando: ejercicios de recuperación de la movilidad manual, ejercicios de aguaterapia en un hospital cercano, o montando en la bicicleta de estimulación electrónica que guardaba en un dormitorio del piso de arriba. Aquel régimen de ejercicios lo hacía en parte para recuperar ciertas funciones nerviosas y motrices, mejorar la capacidad de resistencia y prevenir los problemas de salud colaterales que pueden multiplicarse en los tetrapléjicos. Pero la razón principal de tales esfuerzos era mantener los músculos en forma para el día en que existiera una cura.
Aplicó también la teoría de Kara a su profesión: cuando trabajaba en un caso, no dejaba de volver una y otra vez a sus recuerdos para extraer datos sobre investigaciones forenses y crímenes pasados, al mismo tiempo que preveía dónde podía estar el sospechoso y qué iba a hacer éste a continuación.
Todo lo pasado son recuerdos y todo lo futuro es imaginación…
– Ya que hemos roto el hielo -dijo Kara, añadiendo un azucarillo al café-, tengo que hacerle una confesión.
Otro trago.
– Dime.
– Guando le vi por primera vez, pensé lo que voy a decirle…
Oh, sí, Rhyme lo recordaba. La Mirada. La famosa mirada «aléjate de los lisiados». Acompañada de La Sonrisa. Sólo había algo peor, y era lo que se avecinaba en ese momento: la siempre incómoda disculpa por La Mirada y La Sonrisa.
Kara se quedó dubitativa, se sentía violenta, pero continuó:
– Lo que pensé fue que usted podría ser un magnificó ilusionista.
– ¿Yo? -preguntó Rhyme, sorprendido.
Kara asintió con la cabeza.
– En usted todo es percepción y realidad. La gente le mira y ve que es minusválido…, ¿así lo llama usted?
– Los políticamente correctos dicen «discapacitado». Yo, por mi parte, lo que digo es que estoy jodido.
Kara rió y continuó hablando:
– La gente ve que usted no puede moverse. Es probable que piensen que tiene problemas mentales o que es algo retrasado, ¿verdad?
Era cierto. Las personas que no le conocían solían hablarle más despacio y más alto, explicaban cosas obvias de forma simple. (A Thom le indignaba que Rhyme, a veces, contestara murmurando frases incoherentes o fingiendo tener el síndrome de Tourette, lo que espantaba a las horrorizadas visitas.)
– El público se formaría al instante una opinión con respecto a usted, y estarían convencidos de la imposibilidad de que estuviera detrás de los números de ilusionismo. La mitad de los asistentes no dejaría de pensar en su condición, y la otra mitad no se atrevería siquiera a mirarle. Entonces sería el momento de engañarles… En fin, el caso es que le vi en esta silla de ruedas… y está claro que ha pasado por momentos muy duros. Y, para ser sincera, yo no me mostré compasiva, no le pregunté qué tal estaba. Ni siquiera dije «Lo siento». Lo único que pensé fue «Qué gran mago sería». Fue bastante grosero por mi parte y tuve la sensación de que usted se dio cuenta.
Aquella confesión inundó a Rhyme de satisfacción. Enseguida la tranquilizó:
– Créeme, yo no me llevo bien con la compasión ni con la delicadeza. La grosería me merece muchísimo más respeto.
– ¿Ah, sí?
– Sí.
Kara levantó la taza de café.
– Por el famoso ilusionista, El Hombre Inmovilizado.
– Los juegos de manos serían un problema para mí -señaló Rhyme.
– Como dice siempre el señor Balzac: la mejor de las destrezas son los juegos de mente.
Oyeron que se abría la puerta principal y, acto seguido, las voces de Sachs y Sellitto, que se acercaban por el pasillo. Rhyme arqueó una ceja y se inclinó sobre la pajita que había en el vaso. Dijo en voz muy baja:
– Observa esto. Es un número que yo llamo «Cómo escamotear las pruebas comprometedoras».
Lon Sellitto preguntó:
– En primer lugar: ¿podemos creer que está muerto?, ¿que está durmiendo entre los peces?
Sachs y Rhyme se miraron entre sí y dijeron al unísono:
– No.
El corpulento detective continuó:
– ¿Sabéis lo peligrosas que son esas aguas del Harlem? Los niños que se lanzan a nadar en él desaparecen para siempre.
– Tráeme el cadáver -dijo Rhyme-, y te creeré.
Ahora bien, le animaba una cosa: que no tenían noticia de que se hubiera producido ningún homicidio o desaparición. La casi captura y la zambullida en el río probablemente habrían asustado al asesino; tal vez ahora que sabía que la policía le seguía los talones, renunciaría a cometer más agresiones o, al menos, dejaría de actuar por algún tiempo, lo que daría a Rhyme y a su equipo una oportunidad de encontrar su escondite.
– ¿Y qué pasa con Larry Burke? -preguntó Rhyme.
Sellitto hizo un gesto negativo con la cabeza.
– Tenemos a docenas de agentes buscándole. Y a muchos voluntarios; también a militares y bomberos fuera de servicio, ¿sabes? El alcalde ha ofrecido una recompensa… Pero permitidme que os diga que no tiene buena pinta. Yo pienso que tal vez está en el maletero del Mazda.
– ¿Aún no lo han sacado?
– Aún no lo han encontrado. Las aguas en esa zona son negras como el azabache y, según me dijo uno de los buzos, la corriente podría haber arrastrado el coche más de un kilómetro antes de que se hundiera.
– Debemos tener en cuenta -señaló Rhyme- que el asesino tiene el arma y la radio de Burke. Lon, deberíamos cambiar de frecuencia para que no pueda oír lo que tramamos.
– Claro. -El detective llamó a la Central e hizo que cambiaran todas las transmisiones relativas al caso del Prestidigitador a una frecuencia especial de operaciones especiales que cubría toda la ciudad.
– Volvamos a las pruebas. ¿Qué tenemos, Sachs?
– No hay nada en el restaurante griego -contestó ella haciendo una mueca-. Le dije al gerente que no tocara la escena, pero parece que no lo entendió del todo. O no quiso entenderlo. Cuando volvimos allí, el personal había limpiado la mesa y barrido el suelo.
– ¿Y qué pasa con la charca donde le visteis?
– Allí encontramos algunas cosas -dijo Sachs-. Nos cegó otra vez con ese algodón flash y lanzó varios petardos. Al principio pensamos que estaba disparando.