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Cooper inspeccionó los residuos quemados:

– Como en el caso de los otros, no puede averiguarse el origen.

– Vale -suspiró Rhyme-. ¿Qué más hay?

– Cadenas. Dos trozos.

El asesino había rodeado con aquellas cadenas a Cheryl Marston por el tórax, los brazos y los tobillos, asegurándolas después con cierres automáticos, como los que se utilizaban en las correas de los perros. Cooper y Rhyme examinaron con detenimiento todos esos artículos. No había marcas de fábrica en ninguno de ellos. Y lo mismo sucedía con la cuerda y con la cinta adhesiva con la que amordazó a la chica.

La bolsa de deporte que el asesino recogió del coche y en la que probablemente llevaba las cadenas y la cuerda tampoco tenía marca y estaba fabricada en China. Si se disponía de los recursos humanos suficientes, a veces era posible averiguar la procedencia de objetos tan comunes como aquél preguntando en los establecimientos comerciales de saldos y a vendedores ambulantes. Pero ante una bolsa de deporte como aquélla, barata y producida en serie, una búsqueda de tal magnitud resultaba imposible.

Cooper la vació sobre una bandeja de porcelana para análisis de pruebas y golpeó varias veces el fondo para sacar todo su contenido. Cayó un poquito de polvo blanco. El técnico realizó un análisis químico que reveló que la sustancia era flunitracepam.

– Es la droga que utilizan los agresores sexuales cuyas víctimas son personas a quienes conocen -le dijo Sachs a Kara.

La bolsa contenía también pequeñas bolitas de un material pegajoso y translúcido, parecido a otra sustancia alojada en la cremallera y en el asa.

– No lo reconozco -dijo Cooper.

Kara las examinó, las olió y dijo:

– Es la cera adhesiva que se emplea en magia. La usamos para pegar cosas provisionalmente, mientras estamos en escena. Tal vez él tenía una cápsula de droga pegada a la palma de la mano, preparada para dejarla caer en el vaso de la chica en el momento oportuno.

– ¿Y esa cera se encuentra en…? -preguntó Rhyme con cinismo-…, déjame pensar…, en cualquier tienda de magia del mundo occidental, ¿no?

– Lo lamento -dijo Kara, asintiendo con la cabeza.

Dentro de la bolsa, Cooper encontró también unas virutas metálicas y una marca negra circular, parecida a la huella dejada por un bote de pintura pequeño.

Al examinarlo por el microscopio comprobó que el metal era probablemente estaño, y que en él había unas marcas especiales de fabricación a máquina, pero a Rhyme se le escapaban las deducciones que pudieran hacerse a partir de esa información.

– Envía algunas instantáneas a nuestros amigos de la agencia.

Cooper tomó las fotografías, las comprimió y las envió a Washington a través de un correo electrónico cifrado.

Las manchas negras resultaron ser tinta indeleble, no pintura. Pero la base de datos no pudo identificar la clase en particular; no había marcadores para aislarlas.

– ¿Qué es eso? -preguntó Rhyme mirando una bolsa de plástico que contenía una tela de color azul marino.

– Ahí sí tuvimos suerte -dijo Sachs-. Es la cazadora que llevaba el asesino cuando conoció a Marston. No tuvo ocasión de cogerla cuando salió corriendo.

– ¿Algún rasgo característico? -preguntó Rhyme con la esperanza de que hubiera iniciales o marcas de la lavandería.

Después de un detenido examen de la prenda, Cooper anunció:

– No. Y no queda ni una etiqueta.

– Pero encontramos algunas cosas en los bolsillos -dijo Sachs.

Lo primero que examinaron fue un pase de prensa de una de las principales cadenas de televisión por cable. El periodista de la CTN se llamaba Stanley Saferstein, y en la fotografía del pase aparecía como un hombre delgado, de pelo castaño y con barba. Sellitto llamó a la cadena y habló con el responsable de seguridad. Resultó que Saferstein era uno de sus periodistas más veteranos, que llevaba años trabajando en la sección metropolitana. Le habían robado el pase la semana anterior: desapareció durante o después de la celebración de una conferencia de prensa en el sur de la ciudad. Aunque el ladrón había tenido que cortar el cordón para llevarse el pase, el periodista afirmó no haber notado nada en absoluto.

Quien había robado la tarjeta a Saferstein era el Prestidigitador, pensó Rhyme, ya que el periodista se le parecía ligeramente: unos cincuenta años, cara alargada y pelo oscuro.

El pase robado se había anulado, según explicó el jefe de seguridad, «pero quien se lo hubiera llevado podía seguir pasando por los controles de muchos sitios; los guardas y policías no comprueban a fondo si ven nuestro logotipo».

Después de que Cooper colgara el teléfono, Rhyme le dijo:

– Comprueba el nombre «Saferstein» en las bases del VICAP [17] y del NCIC [18].

– ¿Seguro?, ¿porqué?

– Por si acaso, sólo -contestó Rhyme.

No le sorprendió que el resultado fuera negativo. De hecho, no había pensado que el periodista tuviera ninguna relación con El Prestidigitador, pero con un criminal como aquél no quería arriesgarse.

En la cazadora se había encontrado también una tarjeta de plástico gris correspondiente a la llave de un hotel. Rhyme se puso contentísimo con ese hallazgo. Aunque no figurara en ella el nombre del establecimiento -sólo tenía el dibujo de una llave y una flecha, para indicar al cliente el extremo por el que tenía que insertar la tarjeta en la cerradura-, suponía que habría códigos en la banda magnética que les darían información sobre el hotel y la habitación a la que pertenecía.

Cooper encontró el nombre del fabricante en unas letras muy pequeñas al dorso de la tarjeta: APC INC, AKRON, OHIO. Según comprobó en una base de datos de marcas comerciales, eran las siglas de American Plastic Cards, una empresa que fabricaba cientos de tarjetas de identidad y de cerraduras.

No pasaron ni cinco minutos cuando el equipo ya estaba en comunicación, a través del teléfono con altavoz, con el mismísimo presidente de la APC, un director general, según imaginaba Rhyme, en mangas de camisa, que no tenía inconveniente alguno en trabajar un sábado o en coger él mismo el teléfono. Rhyme le explicó la situación, le dio una descripción de la llave y le preguntó a cuántos hoteles de la zona metropolitana de Nueva York se vendía.

– ¡Ah, sí! Esa es la APC-42. Es nuestro modelo más demandado. La fabricamos para los grandes sistemas de cierre: Ilco, Saflok, Tesa, Ving, Sargent y todos los demás.

– ¿Alguna sugerencia que nos permita adjudicarla a un hotel en concreto?

– Me temo que van a tener que empezar a llamar a los hoteles y preguntar cuál de ellos utiliza APC-42 de color gris. Nosotros tenemos esa información aquí, pero yo no sabría encontrarla. Intentaré localizar a mi director de ventas o a su ayudante. Pero eso puede tardar un día o dos.

– ¡Puf. -dijo Sellitto.

Sí, «puf».

Después de colgar, Rhyme decidió que no quería esperar la respuesta de APC, así que le pidió a Sellitto que enviara la llave a Bedding y Saul, y que les diera instrucciones para que comenzaran a indagar en los hoteles de Manhattan a fin de averiguar cuál de ellos utilizaba la maldita APC-42. También ordenó que se analizaran las huellas dactilares del pase de prensa y de la llave de tarjeta. Pero los resultados también fueron negativos: sólo revelaron algunas manchas y más huellas de fundas de dedos.

Roland Bell volvió de las escenas del crimen correspondientes al West Side, y Cooper le puso al tanto de lo que el equipo sabía hasta el momento. Después volvieron a las pruebas y averiguaron que la cazadora del Prestidigitador contenía algo más: la factura de un restaurante llamado Riverside Inn, en Bedford Junction, Nueva York. De esa factura se deducía que fueron cuatro personas las que almorzaron en la mesa 12, el sábado 6 de abril, es decir, hacía dos semanas. Comieron pavo, carne mechada, un filete y un menú especial. Nadie bebió alcohol, sólo refrescos.

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[17] VICAP, siglas de Violent Criminal Apprehension Program, organismo del Estado de Massachusetts que recoge y analiza la información sobre delitos violentos suministrada por la policía, la fiscalía y otras instituciones. (N.de laT.)

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[18] NCIC, siglas de National Crime Information Center, perteneciente al FBI. (N. de la T)