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– Y tampoco hay documentos que indiquen que Weir haya vivido alguna vez en Denver.

– ¿Forma de pago? -preguntó Sachs.

– En metálico -respondieron al mismo tiempo Ausonio y Rhyme, que añadió:

– No comete errores tontos. Ni uno. Esta pista no conduce a ninguna parte. Pero al menos hemos confirmado que es nuestro hombre.

Rhyme dio las gracias a las oficiales y Sachs las acompañó hasta la puerta.

El teléfono de Rhyme recibió otra llamada. El código de zona del número le resultaba familiar, pero no logró identificarlo.

– Mando. Responder al teléfono… ¿Sí?

– Habla el teniente Lasing de la policía estatal. Quiero ponerme en contacto con el detective Roland Bell. Me dio este número como puesto de mando provisional.

– Hola, Harv -respondió Bell acercándose al micrófono-. Aquí estoy -y añadió, dirigiéndose a Rhyme-: Es nuestro enlace en el caso Constable, en Canton Falls.

– Hemos recibido las pruebas que nos enviaron esta mañana -continuó Lasing-, y las están estudiando en nuestro departamento forense. Hemos enviado a un par de detectives a hablar con la esposa de Swensen, el pastor al que detuvo tu gente la noche pasada. No ha dicho nada de interés, y mis muchachos no han encontrado en la caravana nada que lo vincule con Constable ni con nadie de la Unión Patriótica.

– ¿Nada? -suspiró Bell-. Mal asunto. Pensé que sería un tipo descuidado y fácil de investigar.

– Quizá los chicos de la Unión Patriótica hayan pasado antes y limpiado a fondo el lugar.

– Eso es más que probable. Tío, creo que en esto nos merecemos un poco más de suerte. Bueno, sigue en ello, Harv. Gracias.

– Si encontramos alguna otra cosa, te lo haré saber, Roland.

Colgaron.

– Este caso Constable se está poniendo tan difícil como el que tenemos entre manos -dijo mirando hacia las pizarras blancas.

Otra llamada a la puerta de la calle.

Provista de una gran taza de café, Kara entró en la habitación; parecía más cansada y demacrada que las dos policías.

Sellitto estaba pronunciando un monólogo sobre nuevas técnicas para perder peso cuando su conferencia a lo Jenny Craig fue interrumpida por una nueva llamada telefónica.

– ¿Lincoln? -Se escuchó la voz entre los ruidos del altavoz-. Soy Bedding. Creo que hemos acotado el origen de la llave a tres hoteles. Nos ha costado tanto porque…

Le interrumpió la voz de su compañero Sauclass="underline"

– Resulta que hay muchos hoteles que alquilan habitaciones por meses y para estancias largas que también usan llaves de tarjeta.

– Por no hablar de los sitios por horas. Pero eso es otra historia.

– Hemos tenido que comprobarlos todos. El caso es que esto es lo que tenemos. La llave pertenece probablemente, y digo probablemente, al Chelsea Lodge, al Beckman o al… ¿cuál es el otro?

– El Lanham Arms -respondió su compañero.

– Eso es. Son los únicos que usan este color en el Modelo 42. Estamos ahora en el Beckman, en la Treinta y cuatro con la Quinta. Vamos a empezar a probarla.

– ¿Qué significa que vais a empezar a probarla? -preguntó Rhyme.

– ¿Cómo te lo explicaríamos? -preguntó Bedding o Saul-. Las llaves funcionan sólo de una forma, pero no de la otra.

– ¿Cómo es eso? -se interesó Rhyme.

– La llave sólo puede leerla la cerradura de la habitación del hotel. La máquina que tienen en recepción y que graba los códigos de las habitaciones en tarjetas en blanco no puede leer las tarjetas una vez grabadas e indicar a qué habitación pertenecen.

– ¿Por qué? Es absurdo.

– Nadie necesita saber eso.

– Salvo nosotros, claro, que por eso tenemos que ir puerta por puerta hasta probarla en todas.

– Mierda -estalló Rhyme.

– Con esa palabra has resumido también nuestros sentimientos -dijo uno de los detectives.

– Bueno, ¿necesitáis más gente? -preguntó Sellitto.

– No. No hay más remedio que probar las puertas una por una. No hay otro sistema. Y si en una habitación ha entrado un huésped nuevo…

– … la tarjeta ya no sirve. Lo que no contribuye precisamente a mejorar nuestro humor.

– ¿Decían ustedes, caballeros? -dijo Bell por el teléfono.

– Hola, Roland.

– Te hemos conocido por el acento.

– Habéis dicho Lanham Arms. ¿Dónde está eso?

– Setenta y cinco este. Cerca de Lex.

– Me suena el nombre, pero no llego a situarlo -Bell movía la cabeza con un gesto de contrariedad.

– Es el siguiente de nuestra lista.

– Después del Beckman.

– Con sus seiscientas ochenta y dos habitaciones. Será mejor que pongáis manos a la obra.

Dejaron a la pareja entregada a su ardua tarea.

El ordenador de Cooper pitó y él leyó un correo electrónico recién llegado.

– Del laboratorio del FBI en Washington… Por fin han preparado un informe sobre las virutas metálicas que encontramos en la bolsa de deporte del Prestidigitador. Dicen que las marcas pueden corresponder a un mecanismo de relojería.

– Vale, pero evidentemente no es un reloj -dijo Rhyme.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Bell.

– Es un detonador -respondió Sachs con solemnidad.

– Eso diría yo -confirmó Rhyme.

– ¿Una bomba de gasolina? -preguntó Cooper señalando con la cabeza hacia el pañuelo «de recuerdo» que había dejado Weir la noche anterior y que estaba empapado en gasolina.

– Probablemente.

– Ha comprado gasolina y está obsesionado con el fuego. Va a quemar a su próxima víctima.

Como le había pasado a él.

El fuego lo mató, mató a quien fue, y matando a alguien se siente mejor, reduce la ansiedad acumulada por la ira en su interior…

Rhyme observó que se acercaban las doce. Casi mediodía… La siguiente víctima iba a morir pronto. ¿Pero cuándo? ¿A las doce y un minuto, a las cuatro de la tarde? Un estremecimiento de frustración y rabia le brotó en la base del cráneo y se desvaneció en su cuerpo insensible. Tenían tan poco tiempo…

Quizá ninguno.

Pero no podía llegar a conclusión alguna apoyándose en las pruebas de que disponían. Y el día iba avanzando a rastras, lento como un gota a gota intravenoso.

Llegó un fax y Gooper lo leyó.

– Es del laboratorio de documentos de Queens. Han abierto el periódico que encontramos en el Mazda. No había ninguna anotación ni nada encerrado en un círculo. Éstos son los titulares.

Los escribió en la pizarra.

UN CORTE DEL SUMINISTRO

ELÉCTRICO OBLIGA A CERRAR

UNA COMISARÍA DE POLICÍA

DURANTE CASI CUATRO HORAS.

NUEVA YORK ASPIRA

A LA CONVENCIÓN REPUBLICANA.

LOS PADRES SE QUEJAN POR

LA FALTA DE SEGURIDAD

EN UN COLEGIO DE NIÑAS.

EL LUNES EMPIEZA EL JUICIO

CONTRA LA TRAMA CRIMINAL

DE LA MILICIA.

GALA BENÉFICA DE FIN

DE SEMANA EN EL

METROPOLITAN.

ESPECTÁCULOS DE PRIMAVERA

PARA NIÑOS, JÓVENES Y ANCIANOS.

EL GOBERNADOR Y EL ALCALDE

SE REÚNEN PARA DISCUTIR

EL NUEVO PLAN PARA EL WEST SIDE.

– Uno de esos titulares es importante -dijo Rhyme. Pero, ¿cuál? ¿Son los colegios de niñas el objetivo del asesino? ¿La gala? ¿Ha puesto a prueba uno de sus gimmicks especiales haciendo que se fuera la luz en la comisaría? Se sentía aún más frustrado, porque tenía pruebas nuevas pero se le escapaba su significado.

Sonó el teléfono de Sellitto. Mientras respondía la llamada, todos le miraban fijamente esperando un nuevo crimen.

Era la una y tres minutos.

Ya había pasado el mediodía y ya había sonado la hora de matar.

Pero, al parecer, las noticias no eran malas. El detective levantó una ceja en señal de sorpresa agradable y dijo ante el micrófono: