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– ¿Cómo ha dicho? -preguntó Sellitto.

Rhyme miró a Kara, que hacía un gesto negativo con la cabeza.

– El señor Balzac no me lo dijo cuando le llamé la noche pasada.

Después del incendio -explicó Kadesky- lo reorganizamos todo. El Cirque du Soleil tenía tanto éxito, que recomendé a Sid Keller copiar lo que ellos hacían. En cuanto cobramos el dinero del seguro, pusimos en marcha el Fantastique.

– No, no, no -murmuraba Rhyme entre dientes mientras miraba la pizarra con las pruebas anotadas.

– ¿Qué dices, Linc? -le preguntó Sellitto.

– Eso es lo que Weir está haciendo aquí -anunció-. Su objetivo es su espectáculo, el Cirque Fantastique.

– ¿Cómo?

Vuelta a examinar las pruebas y a compararlas con su hipótesis.

– ¡Perros! -exclamó Rhyme asintiendo con la cabeza.

– ¿Qué? -preguntó Sachs.

– ¡Malditos perros! Fíjate en la pizarra. Míralo. Los pelos de animal y los excrementos de Central Park eran de la loma de los perros, que está ahí, justo enfrente de la ventana -dijo, moviendo la cabeza con energía hacia la fachada de la casa-. Él no estaba vigilando a Cheryl Marston en el camino de herradura; estaba vigilando el circo. El periódico, el que encontramos en el Mazda…, si te acuerdas de los titulares, uno decía: «Espectáculos para niños, jóvenes y ancianos». Llama al periódico y comprueba si en ese número había información sobre el circo. Thom, llama a Peter, deprisa.

El ayudante era buen amigo de un periodista del Times, un joven que les había ayudado en alguna ocasión en el pasado. Descolgó el teléfono y le llamó. Peter Hoddins trabajaba en la sección de Internacional, pero encontrar la respuesta le costaría menos de un minuto. Transmitió la información a Thom, que anunció:

– El circo era el reportaje central, que incluía detalles en abundancia: horarios, actuaciones, biografías de los artistas y hasta una entradilla sobre medidas de seguridad.

– ¡Mierda! -estalló Rhyme-. Lo que estaba haciendo era investigar… ¿Y el pase de prensa? Lo quería para moverse entre bastidores. -Rhyme entornaba los ojos mientras examinaba la pizarra con las pruebas-. ¡Claro! Ahora lo entiendo. Las víctimas. ¿Qué representaban? Espectáculos circenses. Un maquillador, una amazona. Y la primera víctima…, sí, no era más que una estudiante, pero ¿cómo se ganaba la vida? Cantando y entreteniendo a los niños, como un payaso.

– Y también las formas de asesinato -añadió Sachs-. Todas se basaban en trucos de magia.

– Sin duda va detrás de su espectáculo. Terry Dobyns dijo que en última instancia lo que le movía era la venganza. Ha colocado una bomba de gasolina.

– ¡Dios mío! -exclamó Kadesky-. Hay dos mil personas, y el espectáculo va a empezar dentro de diez minutos.

A las dos de la tarde.

– La sesión matinal del domingo -puntualizó Rhyme-. Como en Ohio hace tres años.

Sellitto tomó su Motorola y llamó a los oficiales que había apostados en el exterior del circo. No obtuvo respuesta. El detective frunció el ceño y llamó por el teléfono con altavoz de Rhyme.

– Al habla el oficial Koslowski -se oyó un momentó después.

Sellitto se identificó y casi ladró:

– ¿Por qué no tiene la radio encendida, oficial?

– ¿Radio? Estamos fuera de servicio, teniente.

– ¿Fuera de servicio? Pero si acaban de entrar en servicio…

– Bueno, detective, nos han dicho que ya no…

– ¿Qué les han dicho qué?

– Hace alrededor de media hora vino un detective y nos dijo que ya no hacía falta que nos quedáramos y que podíamos tomarnos el resto del día libre. Voy camino de la playa de Rockaway con mi familia. Puedo…

– Describa al detective.

– Cincuentón, con barba, pelo castaño.

– ¿Y dónde se fue?

– Ni idea. Llegó andando hasta el coche, enseñó la placa y nos despidió.

Sellitto dio un puñetazo al colgar.

– Ya está liada. ¡Cielo santo, ya está liada! -gritó a Sachs-. Llama a la Sexta y que vayan los de Explosivos. -Acto seguido llamó a la Central y ordenó que fuesen al circo los servicios de emergencia y los bomberos.

Kadesky corrió hacia la puerta.

– Voy a organizar la evacuación de la carpa.

Bell dijo que estaba llamando a los Servicios Médicos de Emergencia para que preparasen varios equipos de quemados en el hospital Columbia Presbyterian.

– Quiero más gente de paisano en el parque -dijo Rhyme-. Muchos. Creo que El Prestidigitador estará allí.

– ¿Que estará allí? -preguntó Sellitto.

– Para ver el incendio. Estará cerca. Recuerdo sus ojos mientras miraba las llamas en mi dormitorio. Le gusta mirar el fuego. No se perdería esto por nada del mundo.

Capítulo 30

A él no le preocupaba tanto el fuego en sí.

Edward Kadesky cubrió a la carrera la corta distancia que separaba el apartamento de Lincoln Rhyme de la carpa del Cirque Fantastique. Iba pensando que, con los nuevos adelantos y retardadores del fuego, incluso los peores incendios de teatros y circos avanzaban muy despacio. Pero no, el verdadero peligro residía en que cundiera el pánico, en las toneladas de músculo humano, en la estampida que te pisotea, te descuartiza, te aplasta y te ahoga. Huesos rotos, pulmones reventados, asfixia…

Salvar a la gente en una catástrofe de un circo significa sacarles del lugar sin que se produzcan escenas de pánico. En el pasado, lo tradicional era que para alertar a los payasos, acróbatas y otros trabajadores de que se había declarado un incendio, el maestro de ceremonias hacía una señal discreta al director de la orquesta, quien daba comienzo a la interpretación de la animada marcha de John Philip Sousa Barras y estrellas para siempre. Los empleados debían entonces ocupar unas posiciones estratégicas y guiar al público hacia unas salidas específicas (por supuesto, aquellos empleados que no se limitaban, sencillamente, a abandonar el barco).

Con el tiempo, la melodía ha sido sustituida por otros procedimientos mucho más eficaces para la evacuación de una carpa circense. Pero… ¿y si explotara una bomba de gasolina, vertiéndose oleadas de llamas por todas partes?

La multitud se lanzaría en tropel hacia las salidas y morirían un millar de personas aplastadas.

Edward Kadesky entró corriendo en la carpa y vio a seiscientas personas esperando con impaciencia a que comenzara el espectáculo.

Su espectáculo.

Eso fue lo que pensó. El espectáculo que él había montado. Kadesky había sido vendedor ambulante en barracas de feria, telonero en teatros de segunda de ciudades de tercera, encargado de las nóminas y vendedor de entradas en inmundos circos regionales. Llevaba años esforzándose por llevar al público espectáculos que fueran más allá del lado chabacano del negocio, el aspecto más carnavalesco de los circos. Ya lo había hecho una vez, con el circo Hasbro and Keller Brothers (que Erick Weir había destrozado). Luego volvió a hacerlo con el Cirque Fantastique, un espectáculo de fama mundial que confería legitimidad e incluso prestigio a una profesión menospreciada a menudo por los asiduos al teatro y la ópera, e ignorada por los espectadores de E! y de MTV [22].

Recordaba la ola de calor abrasador que salía de la carpa del Hasbro en Ohio. Las partículas de ceniza, que parecían nieve gris y mortífera. La crepitación de las llamas, ese ruido infernal y asombroso que producen, mientras su espectáculo se derrumbaba delante de sus ojos.

Aunque había una diferencia: hacía tres años, la carpa estaba vacía. Hoy, millares de hombres, mujeres y niños estarían en mitad del desastre.

La ayudante de Kadesky, Katherine Tunney, una joven morena que había hecho una vertiginosa carrera en la organización de parques Disney antes de trabajar con Kadesky, advirtió la preocupación en su mirada y se puso a su lado al instante. Ésa era una de las muestras de su talento: le adivinaba el pensamiento casi por telepatía.

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[22] Cadenas de televisión por cable de música y espectáculos. (N. de la T.)