Выбрать главу

– ¿Qué pasa? -le susurró.

Kadesky le puso al corriente de lo que le habían contado Lincoln Rhyme y los policías. La joven, al igual que él, empezó a recorrer con los ojos toda la carpa, buscando la bomba y a la vez mirando a las víctimas.

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó lacónicamente.

Él se quedó pensando unos instantes y a continuación le dio una serie de instrucciones.

– Después, márchate; sal de aquí -añadió.

– Y tú, ¿vas a quedarte? ¿Qué vas a…?

– ¡Haz lo que te digo! -dijo con firmeza. Luego, apretó la mano de la joven. En un tono de voz más suave, añadió-: Nos encontraremos fuera. Todo irá bien.

A Kadesky le pareció que ella quería abrazarle, pero con la mirada le indicó que no lo hiciera. Se les veía desde la mayoría de los asientos, y no quería que nadie del público pensara ni por un momento que pasaba algo.

– Ve despacio, sonríe. Recuerda que, ante todo, somos artistas.

Katherine asintió con la cabeza y se dirigió primero al encargado de iluminación y después al director de orquesta, para darles las instrucciones de Kadesky. Por último, se colocó en su puesto junto a la entrada principal.

Enderezándose la corbata y abotonándose la chaqueta, Kadesky dirigió una mirada a la orquesta e hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Se escuchó un redoble de tambor.

Comienza la función, pensó.

Conforme avanzaba pausadamente, sonriendo, hacia el centro de la pista, fue haciéndose el silencio entre el público. Se detuvo en el centro exacto del círculo y el redoble de tambor cesó. Momentos después le iluminaron dos focos blancos. Aunque había dicho a Katherine que diera instrucciones al responsable de iluminación para que dirigiera hacia él los focos principales, no pudo evitar un grito ahogado, al creer por un instante que las luces brillantes procedían de la detonación de la bomba.

Pero la sonrisa no se borró de su boca ni un segundo y se recuperó enseguida. Se llevó a la boca un micrófono inalámbrico y comenzó a hablar.

– Buenas tardes, señoras y señores. Bienvenidos al Cirque Fantastique -tranquilo, agradable, imperioso-. Hoy hemos preparado para todos ustedes un espectáculo maravilloso. Para empezar, voy a pedirles que sean comprensivos. Me temo que vamos a causarles unas pequeñas molestias, pero creo que merecerá la pena. Tenemos una actuación especial fuera de la carpa. Les ruego mil disculpas… Intentamos meter el Hotel Plaza aquí, pero la dirección no nos lo permitió…, dijeron algo así como que los huéspedes no estarían de acuerdo… -una pausa para las risas-. Así que voy a pedirles que no pierdan sus entradas y que salgan a Central Park.

El público empezó a murmurar, preguntándose en qué consistiría el número.

– Colóquense por aquí cerca, donde deseen -decía, sonriendo-. Siempre que vean los edificios de Central Park South, verán también la actuación.

Risas y emoción en las gradas. ¿Qué querría decir con eso? ¿Sería que los acróbatas iban a hacer algún número entre los rascacielos?

– Eso es: las filas de abajo primero, de manera ordenada, por favor. Salgan por la salida que tengan más próxima.

Las luces de la sala se dirigieron hacia arriba. Vio a Katherine Tunney de pie junto a la puerta, sonriente e indicando a la gente por dónde debía salir. Por favor, pensó dirigiéndose a ella, sal ya, ¡vete!

El público iba abandonando sus localidades, charlando en voz alta, Kadesky apenas los distinguía ahora, con esa luz deslumbrante. Miraban a sus acompañantes, se preguntaban quién debería ser el primero en salir y hacia dónde dirigirse. Después llamaban a los niños para que no se separaran de ellos, recogían los bolsos y las bolsas de palomitas, buscaban las entradas…

Kadesky sonreía conforme les observaba levantarse y dirigirse hacia las salidas, hacia un lugar seguro. Pero lo que pensaba era lo siguiente: Chicago, Illinois, diciembre de 1903. En una matinée del famoso vodevil de Eddie Foy en el Teatro Iroquois, un foco fue el origen de un incendio que se extendió rápidamente del escenario al patio de butacas. Las dos mil personas que había dentro corrieron despavoridas hacia las salidas, bloqueándolas de tal manera que no permitían la entrada a los bomberos. Fue una muerte terrible para más de seiscientas personas.

Hartford, Connecticut, julio de 1944. Otra matinée; en el Circo Ringling Brothers & Bailey. Justo cuando la popular familia Wallenda comenzaba su famoso número de equilibrismo se declaró un pequeño incendio en la parte sureste de la carpa, que no tardó en devorarla por completo, pues había sido impermeabilizada con gasolina y parafina. En cuestión de minutos, más de ciento cincuenta personas murieron quemadas, ahogadas o aplastadas.

Chicago, Hartford, y tantas otras ciudades. Miles de muertes horribles en incendios declarados en teatros y circos a lo largo de los años. ¿Pasaría lo mismo allí? ¿De ese modo pasaría a la historia su espectáculo, el Cirque Fantastique?

La carpa iba vaciándose con fluidez. Aun así, el precio por evitar que cundiera el pánico era que el proceso de salida fuera lento. Todavía quedaba mucha gente en el interior, algunos de los cuales, al parecer, permanecían sentados porque preferían no salir a ver la actuación del exterior. Cuando hubiera salido la mayor parte del público, él mismo tendría que informarles de lo que pasaba en realidad.

¿Para cuándo estaba programada la explosión de la bomba? Era probable que no fuera algo inmediato. Weir daría una oportunidad a los que llegaran tarde para que entraran y tomaran asiento, y así causar más daño. En ese momento eran las dos y diez. Tal vez lo había programado para una hora exacta, como las dos y cuarto o las dos y media.

¿Y dónde estaba?

No se le ocurría dónde podía colocarse una bomba para que causara el mayor daño posible.

Recorrió la carpa con la mirada hasta llegar a la multitud que se aglomeraba en la puerta principal, y allí vio la silueta de Katherine: la joven le hacía gestos con la mano para que abandonara el lugar.

Pero iba a quedarse. Haría todo lo que fuera necesario para evacuar la carpa, incluso llevar a la gente de la mano y conducirles hasta la puerta, o empujarles si fuera necesario; y luego volvería a por más, aunque la carpa estuviera viniéndose abajo en trozos candentes. Él sería la última persona en salir.

Con una amplia sonrisa le hizo un gesto negativo con la cabeza a Katherine, se puso el micrófono en la boca y siguió hablándole al público del precioso número que les esperaba fuera. De repente le interrumpió una música a un volumen muy alto. Se volvió hacia el lugar destinado a la orquesta. Los músicos, siguiendo sus propias instrucciones, se habían ido, pero el director estaba allí, ante la consola desde la que controlaba la música grabada que utilizaban a veces. Sus miradas se encontraron, y Kadesky le hizo un gesto con la cabeza que indicaba su aprobación. El director, un veterano de la vida circense, había puesto una cinta y subido el volumen. El tema era Barras y estrellas para siempre.

* * *

Amelia Sachs se abrió paso entre la multitud que salía del Cirque Fantastique y se dirigió corriendo al centro de la pista, desde donde se oía la marcha atronadora y en donde, micrófono en mano, se encontraba Edward Kadesky instando con entusiasmo a todo el mundo a que saliera a ver el número especial (Sachs dedujo que era para evitar que cundiera el pánico).

Una idea brillante, pensó, imaginando el espantoso tumulto que podía organizarse si todas las personas que cabían allí se apresuraban a salir al mismo tiempo.