Выбрать главу

– Perdona -dijo Luis-, no te he oído; ¿has dicho que es tu primera rotación?

– Así es.

– Vale -dijo el corpulento detective-. ¿Y qué te parece si fuera también la última? -Luis dejó caer el periódico y se levantó de un salto del sofá, sacando con toda facilidad su Glock y apuntando con ella al hombre que él sabía era Erick Weir. Aunque habitualmente Luis era un tipo tranquilo, en ese momento gritó ante su micrófono:

– ¡Está aquí! ¡Ha entrado… al cuarto de estar!

Los otros oficiales que habían estado esperando en la cocina, el detective Bell y ese teniente gordo, Lon Sellito, entraron por otra puerta, ambos con cara de asombro. Agarraron a Weir de los brazos y le sacaron la pistola con silenciador que llevaba en el cinturón.

– ¡Al suelo! ¡Ya, ya, ya! -gritó Sellitto con una voz cruda y tensa mientras aplastaba su pistola contra la cara del asesino.

¡Y qué expresión tenía!, pensó Luis. Él había visto a lo largo de los años a muchos asesinos sorprendidos, pero ése se llevaba la palma. Estaba jadeando, incapaz de decir nada. Pero Luis supuso que los policías estaban tan sorprendidos como él.

– ¿Por dónde coño ha entrado? -preguntó Sellitto sin aliento. Bell se limitó a hacer un gesto negativo, de consternación, con la cabeza.

Mientras Luis le ponía a Weir, sin ninguna delicadeza, unas esposas dobles, Sellitto se inclinó sobre el criminal y le dijo:

– ¿Estás solo? ¿O tienes refuerzos fuera?

– No.

– ¡No nos vengas con sandeces!

– ¡Los brazos, me hace daño en los brazos! -dijo Weir entrecortadamente.

– ¿Hay alguien contigo?

– No, no; lo juro.

Bell estaba llamando a los demás por su transmisor.

– ¡Oh, cielos!… No me preguntes cómo, pero logró entrar.

Dos oficiales uniformados asignados al equipo SWAT se apresuraron a entrar en el apartamento desde el pasillo, donde habían estado escondidos, cerca del ascensor.

– Al parecer, apalancó la ventana de esta planta -dijo uno de ellos-; ¿sabes?, la que está al lado de la salida de incendios.

Bell miró a Weir y comprendió.

– ¿La cornisa del Lanham? ¿Saltaste?

Weir no dijo nada, pero tenía que haber sido así. Había agentes apostados en el callejón que formaban los edificios del Hotel Lanham y el bloque de Grady, así como en los tejados de ambos. Pero no se les había pasado por la cabeza que recorrería la cornisa y saltaría por el respiradero.

– ¿Y no hay señales de que haya alguien más? -preguntó Bell a los oficiales.

– No. Parece que está solo.

Sellitto se puso unos guantes de látex y le cacheó. El resultado fueron unas herramientas propias de ladrones, y varios accesorios y artículos de magia. Y, lo más extraño, los falsos dedos que llevaba bien pegados a los suyos de verdad. Sellitto se los quitó y los metió en una bolsa de plástico para pruebas. Si la situación no fuera tan desconcertante, que un asesino a sueldo hubiera logrado entrar en el apartamento de una familia a la que estaban dando protección, la imagen de las diez fundas de dedos metidas en una bolsa hubiera resultado cómica.

Examinaban a su presa mientras Sellitto seguía registrándole. Weir era musculoso, y su condición física excelente, a pesar de que el fuego le hubiera producido algunos daños; de hecho, tenía cicatrices por todas partes.

– ¿Alguna identificación? -preguntó Bell.

Sellitto negó con la cabeza.

– E A. O. Schwarz [23] -dijo, lo cual significaba «placa y tarjeta de identificación del NYPD falsos y de mala calidad. No mucho mejores que los de juguete».

Weir miró en dirección a la cocina y vio que estaba vacía. Frunció el ceño.

– ¡Ah! Los Gradys no están aquí -dijo Bell, como si fuera algo obvio.

El agresor cerró los ojos y posó la cabeza en la alfombra raída.

– Pero, ¿cómo? ¿Cómo lo habían averiguado?

Sellitto le dio la respuesta, si se podía calificar de taclass="underline"

– Bueno, ¿sabes una cosa? Hay alguien a quien le encantaría responder a esa pregunta. ¡Venga, que nos vamos de paseo!

* * *

Lincoln Rhyme examinó al asesino esposado que había en la puerta del laboratorio, y le dijo:

– ¡Bienvenido de nuevo!

– Pero… el fuego… -desconcertado, el hombre miró hacia la escalera que conducía al dormitorio.

– Discúlpenos por haberle estropeado su actuación -dijo Rhyme con frialdad-. Supongo que no ha logrado escapar de mí, después de todo, ¿verdad, Weir?

Weir volvió la mirada hacia el criminalista y dijo entre dientes:

– Yo ya no me llamo así.

– ¿Te has cambiado de nombre?

– Legalmente, no; pero Weir pertenece a quien yo fui en tiempos. Ahora he cambiado de tercio.

Rhyme se acordó de la observación del psicólogo Terry Dobny referente a que el fuego había «matado» al antiguo Weir y éste se había convertido en otra persona.

El asesino estaba examinando en ese momento el cuerpo de Rhyme.

– Usted comprende a lo que me refiero, ¿no? A usted también le gustaría olvidar el pasado y convertirse en otra persona, imagino.

– ¿Y cómo te llamas ahora?

– Eso es algo entre mi público y yo.

– ¡Ah!, sí, tu venerado público.

Weir, amarrado con esposas dobles, perplejo y empequeñecido, llevaba puesto un traje gris de ejecutivo. Ya no lucía la peluca que se había puesto la noche anterior, sino su pelo auténtico, que era abundante, largo y rubio oscuro. A la luz del día Rhyme podía ver mejor las cicatrices del cuello: tenían un aspecto impresionante.

– ¿Cómo dieron conmigo? -preguntó Weir con su voz sibilante-. Mis orientaciones les guiaron hacia…

– ¿Hacia el Cirque Fantastique? Sí que lo hiciste. -Cuando Rhyme había vencido a un asesino, su humor mejoraba notablemente y le gustaba conversar-. Bueno, en realidad lo que quieres decir no es que nos orientaste, sino que nos desorientaste… ¿Lo ves?, estaba mirando las pruebas y me di cuenta de que el caso en conjunto parecía un poco demasiado fácil.

– ¿Fácil? -dijo, y tosió.

– En el trabajo con escenas de crímenes hay dos tipos de pruebas. Están las pistas que el criminal deja sin darse cuenta, y están las pruebas colocadas, aquéllas que deja intencionadamente para despistarnos.

»Después de que todo el mundo se marchara apresuradamente para buscar las bombas en el circo, yo tuve esa sensación de que algunas de las pistas estaban "colocadas". Era evidente: los zapatos que dejaste en el apartamento de la segunda víctima tenían pelos de perro, excrementos y restos que conducían a Central Park. Se me ocurrió que un asesino listo podía haber puesto esa porquería y esos pelos de perro en los zapatos a propósito, y que luego los habría dejado en la escena para que los encontráramos y pensáramos en la zona que hay para perros cerca del circo. Y todas esas alusiones al fuego que hiciste ayer por la noche, cuando viniste a verme…

Miró a Kara:

– Eso es desorientación verbal, ¿no, Kara?

La mirada agitada de Weir recorrió a la joven de arriba abajo.

– Sí -respondió ella, mientras se echaba más azúcar al café.

– Pero mi intención era matarle -dijo Weir casi sin aliento-. Si le hubiera dicho todas esas cosas para despistarle sería señal de que quería que estuviera vivo.

Rhyme soltó una carcajada.

– No intentaste matarme en absoluto. Nunca fue tu intención. Querías que pareciera eso para dar credibilidad a tus palabras. Lo primero que hiciste después de prender fuego a mi apartamento fue salir corriendo y llamar al 911 desde un teléfono público. Lo comprobé con la centralita. La persona que llamó dijo que podía ver las llamas desde la cabina. Pero la cabina está en la esquina, y desde allí no se ve mi dormitorio. A propósito, fue Thom quien lo comprobó. Gracias, Thom -Rhyme llamó a su ayudante que, por casualidad, pasaba en ese momento por la puerta del dormitorio.

вернуться

[23] Conocida tienda de juguetes de Estados Unidos. (N. de la T)