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La joven salió al escenario vestida con un ajustado maillot negro que llevaba un adorno en forma de media luna en el pecho y, sobre él, una capa brillante y transparenté parecida a una toga romana translúcida. Nunca había pensado que Kara fuera atractiva, y mucho menos sexy, pero el ceñido conjunto resultaba muy sensual. Se movía como una bailarina, esbelta y con desenvoltura. Hubo una larga pausa en la que se dedicó a examinar lentamente al público. Parecía que se detenía a mirar a cada uno de los asistentes. Se empezó a crear un ambiente tenso. Por fin, con una voz teatral, dijo:

– El cambio. Ah, el cambio… cómo nos fascina. La alquimia: convertir el plomo y el estaño en oro… -Levantó una moneda de plata, la encerró en su mano y, un segundo después, la abrió para que los presentes vieran una moneda de oro, que hizo desaparecer en el aire y se transformó en una lluvia de confetti dorado.

Aplausos del público y murmullos de placer.

– La noche… -la iluminación disminuyó de repente hasta hacerse oscuridad y, un instante después, no más de unos segundos, volvió-… se convierte en día. -Kara vestía ahora un traje similar, brillante, pero esta vez dorado, y el adorno que llevaba en la frente semejaba una lluvia de estrellas. Rhyme no pudo más que reírse ante la rapidez del cambio de ropa-. La vida… -en su mano apareció una rosa roja-… se convierte en muerte… -tapó la rosa con sus manos y se transformó en una flor seca amarilla-… se convierte en vida. -Un ramo de flores frescas había sustituido al tallo muerto. Se lo arrojó a una mujer del público, que pareció estar encantada. Rhyme oyó un murmullo de sorpresa: «¡Pero si son de verdad!».

Kara bajó los brazos y recorrió con la mirada al público con una expresión seria.

– Hay un libro -dijo con una voz que llenaba la sala-, un libro escrito hace dos mil años por el escritor romano Ovidio, que se llama Las metamorfosis. En él una oruga se convierte en… -Abrió la mano y de ella salió una mariposa que desapareció por detrás del escenario.

Rhyme había estudiado latín durante cuatro años. Recordaba los esfuerzos que exigía la traducción de los libros de Ovidio. Se acordaba de que eran una serie de catorce o quince mitos cortos escritos en verso. ¿Qué pretendía Kara? Estaba dando una clase sobre literatura clásica a un público integrado por madres de abogados y niños que tenían la mente puesta en sus Xboxes y Nintendos (aunque había advertido que el vestido entallado mantenía la atención de todos los adolescentes que había entre la concurrencia).

– Las metamorfosis… -continuó- es un libro sobre los cambios, sobre las personas que se convierten en otras personas, animales, árboles, objetos inanimados. Algunas de las historias de Ovidio son trágicas, otras son fascinantes, pero todas ellas tienen algo en común. -Una pausa, y luego, en voz alta-: ¡La magia! -Una explosión de luz y una nube de humo, y Kara había desaparecido.

Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos Kara cautivó al público con una serie de trucos y juegos de manos basados en unos cuantos poemas del libro. En cuanto a su intento de averiguar el secreto de los trucos, Rhyme renunció por completo. En efecto, enseguida se entregó al aspecto dramático de las historias que ella contaba. Ni siquiera cuando intentó recuperarse del hechizo de Kara y concentrarse en sus manos, fue capaz de descubrir el método ni una sola vez. Tras una larga ovación y un bis, durante el cual se transformó en una viejecita y luego volvió a recuperar su aspecto anterior («Lo joven en viejo…, lo viejo en joven»), Kara salió del escenario. Transcurridos cinco minutos, volvió a salir vestida con unos vaqueros y una camisa blanca y se dirigió a la zona del público para saludar a los amigos.

Un dependiente de la tienda preparó una mesa con jarras de vino, café, refrescos y galletas.

– ¿No hay whisky? -preguntó Rhyme echando una mirada a los baratos productos que se ofrecían.

– Lo siento, caballero -respondió el joven con barba.

Sachs, copa de vino en mano, hizo una señal a Kara, que se les unió.

– ¡Eh! ¡Qué estupendo! Nunca imaginé que les vería por aquí.

– ¿Qué quieres que te diga? -comentó Sachs-. ¡Fantástico!

– Excelente -le dijo Rhyme y, acto seguido, se volvió hacia el bar-. Tal vez hay algo de whisky por ahí, Thom.

Thom hizo un gesto afirmativo a Rhyme y le dijo a Kara:

– ¿Serías capaz de transformar personalidades? -Cogió dos vasos de Chardonnay, metió en uno de ellos una pajita y se lo ofreció a su jefe-. O esto o nada, Lincoln.

Rhyme dio un sorbo, y dijo:

– Me gustó el final, con lo de «joven-viejo». No me lo esperaba. Temía que acabaras transformándote en mariposa. Un cliché, ¿sabes?

– Se supone que debía temerlo. En mi caso hay que esperar lo inesperado. Juegos de la mente, ¿recuerda?

– Kara -dijo Sachs-, tienes que intentar trabajar para el Cirque Fantastique.

La joven se rió, pero no dijo nada.

– No, lo digo en serio: eres una gran profesional -insistió Sachs.

Rhyme se dio cuenta de que Kara no deseaba darle más vueltas al asunto. La joven dijo, quitándole importancia:

– Estoy donde me corresponde; no hay prisa. Hay mucha gente que comete el error de dar el salto demasiado rápido.

– Vamos a comer algo -sugirió Thom-, me muero de hambre. Jaynene, ¿te vienes?

La mujerona dijo que estaría encantada y propuso un sitio nuevo que había cerca del Jefferson Market, entre la Sexta y la Décima.

Pero Kara dijo que no podía, ya que, al parecer, tenía que quedarse para practicar algunos de los números en los que se había equivocado durante la actuación.

– ¡Pero chica! No puede ser -protestó la enfermera, con expresión de extrañeza-. ¿Qué tienes que trabajar?

– Sólo serán un par de horas, porque el amigo del señor Balzac va a ofrecer una función privada esta noche, así que mi jefe va a cerrar pronto para ir a verle.

Kara le dio un abrazo a Sachs y se despidió. Intercambiaron sus números de teléfono y prometieron que se mantendrían en contacto. Rhyme le dio las gracias de nuevo por su ayuda en el caso Weir.

– No podríamos haberle cogido sin ti -dijo Rhyme.

– Ya iremos a verte a Las Vegas -gritó Thom.

Rhyme empezó a conducir la Storm Arrow hacia la parte delantera del establecimiento. Conforme lo hacía, miró hacia su izquierda y se encontró con los ojos inmóviles de Balzac, que le contemplaban desde otra habitación. El ilusionista desvió la mirada hacia Kara, que se le aproximaba en ese momento. En presencia de Balzac, la chica se transformó de inmediato en una mujer muy diferente, tímida e insegura.

Metamorfosis, pensó Rhyme, y vio cómo cerraba Balzac la puerta lentamente, separando al resto del mundo del brujo y su aprendiza.

Capítulo 35

– Lo diré otra vez: puedes contratar a un abogado; necesitas uno.

– Lo comprendo -masculló Erick Weir con un susurro sibilante.

Se encontraban en la oficina que tenía Lon Sellitto en el número uno de Police Plaza. Era una habitación pequeña, gris en su mayor parte, decorada, como un detective lo habría escrito en un informe, con «foto de bebé, foto de niño, foto de mujer adulta, foto de un paisaje con lago en localización indeterminada, una planta (muerta)».

Sellitto había interrogado a cientos de sospechosos en su vida. La única diferencia entre éstos y el que tenía delante en ese momento era que Weir estaba sujeto con una cadena doble a la silla, y a su espalda había un agente de patrulla armado.