Entonces, su madre miró por la ventana, a la hiedra trepadora, y dijo:
– Todo ha salido de maravilla. Nos salió muy bien.
Kara sabía que sería frustrante intentar mantener una conversación con ella cuando estaba en ese estado mental. Ninguna frase tendría conexión con la anterior. Había veces que incluso perdía el hilo en mitad de una frase y su voz se perdía en un silencio de confusión.
Así que Kara se limitó a divagar sobre la actuación de Las metamorfosis que acababa de ofrecer. Y, a continuación, con mayor entusiasmo incluso, le contó a su madre que había ayudado a la policía a atrapar a un asesino.
Por un momento la madre arqueó la ceja, como si hubiera comprendido, y a Kara se le aceleró el corazón. Se inclinó hacia adelante y dijo:
– He encontrado la lata. Pensé que nunca la encontraría.
La cabeza volvió a la almohada.
Kara cerró los puños con fuerza, comenzó a respirar más deprisa.
– Soy yo, mamá, yo, «Su Real Descendiente». ¿No me ves?
– ¿Qué…?
¡Maldita sea!, dijo para sí Kara, enfurecida, dirigiéndose al demonio que había poseído a la pobre mujer, tapándole el alma. ¡Déjala en paz!, ¡devuélvemela!
– ¡Eh, hola! -dijo desde la puerta una voz de mujer que sobresaltó a Kara. Antes de volver la cabeza se limpió varias lágrimas de la mejilla, tan sutilmente como si estuviera realizando un pase de torniquete.
– ¡Hola! -le dijo a Amelia Sachs-. Me has encontrado.
– Soy poli; a eso nos dedicamos. -Entró en la habitación con dos tazas de Starbucks. Vio la que Kara tenía en la mano-. Lo siento: un regalo repetido.
Kara apartó bruscamente la que tenía en la mano (tirándola casi) y cogió la que le ofrecía Sachs con un gesto de gratitud.
– La cafeína nunca se desperdicia si yo ando cerca. -Comenzó a dar sorbos-. Gracias. ¿Os habéis divertido?
– Desde luego. Esa mujer, Jaynene, es graciosísima. Thom se ha enamorado de ella. Y consiguió hacer reír a Lincoln.
– Tiene ese don con la gente. Y es una persona estupenda.
– Balzac se apoderó de ti rápidamente al acabar el espectáculo. Yo quería haberte dado las gracias otra vez y decirte que deberías pasarnos una factura por el tiempo que nos has dedicado.
– Ni hablar. Gracias a vosotros, ahora conozco el café cubano. Eso ya salda todas las cuentas.
– No, cóbranos algo. Envíame la factura a mí y yo te garantizo que la pasaré a la Central.
– He desempeñado un papel en el caso -dijo Kara-. Ya tengo algo que contarles a mis nietos… ¡Oye!, tengo libre el resto de la noche. El señor Balzac se ha marchado con su amigo. Y pensaba ir a reunirme con algunos amigos al Soho, ¿te vienes?
– Claro -dijo la agente-. Podríamos… -Levantó la vista por encima del hombro de Kara-. ¡Hola!
Kara volvió la cabeza y vio a su madre, que miraba con curiosidad a la oficial. Analizó esa mirada y dijo:
– Ahora mismo no está realmente con nosotras.
– Fue en el verano -dijo la anciana-. En junio, estoy prácticamente segura. -Cerró los ojos y se recostó.
– ¿Se encuentra bien?
– Es algo pasajero. Volverá pronto. La mente se le vuelve un poco rara a veces -Kara le acarició el brazo a su madre y luego le preguntó a Sachs-: ¿Y tus padres?
– Te resultará familiar, presiento. Mi padre murió. Mi madre vive cerca de mi casa, en Brooklyn. Peligrosamente cerca, pero hemos llegado a un… acuerdo.
Kara sabía que esos acuerdos entre madre e hija podrían ser tan complejos como un tratado internacional, así que no le pidió a Amelia que entrara en detalles, al menos por el momento. Ya tendrían tiempo en el futuro.
Un pitido penetrante inundó la habitación, y ambas mujeres se echaron mano al cinturón para coger sus buscas. Ganó Amelia.
– Apagué el móvil al entrar aquí porque había un letrero en la entrada que decía que no se pueden usar. ¿Te importa? -señaló con un gesto al teléfono que había sobre la mesa.
– No, adelante.
Cogió el auricular y marcó. Kara se levantó para estirar las mantas de la cama de su madre.
– ¿Te acuerdas de la pensión en la que nos quedamos en Warwick, mamá?, ¿cerca del castillo?
¿Te acuerdas? ¡Dime que te acuerdas!
– ¿Rhyme? Soy yo -se oyó decir a Amelia.
Kara interrumpió su monólogo unos segundos más tarde, cuando oyó que la oficial preguntaba secamente:
– ¿Qué? ¿Cuándo?
Kara frunció el ceño y se volvió hacia la agente. Amelia estaba mirándola y hacía un gesto negativo con la cabeza.
– Iré enseguida para allá… Estoy con ella ahora. Se lo diré. -Colgó el teléfono.
– ¿Qué pasa? -preguntó Kara.
– Creo que no podré ir a conocer a tus amigos… Debimos olvidarnos de una ganzúa o una llave. Weir se soltó de las esposas en el Centro de Detención e intentó hacerse con el arma de un agente. Lo han matado.
– ¡Oh, Dios mío!
Amelia se dirigió a la puerta.
– Tengo que hacerme cargo de esa escena. -Se detuvo y miró a Kara-. ¿Sabes?, a mí me preocupaba tenerlo bajo custodia durante el proceso. Era un hombre demasiado escurridizo. Pero supongo que a veces se hace justicia. ¡Ah!, y respecto a la factura, lo que pensaras cargar, ponle el doble.
– Constable tiene cierta información -dijo con resolución una voz de hombre.
– Ha estado jugando a los detectives, ¿no? -le preguntó Charles Grady al abogado irónicamente.
Irónicamente, no sarcásticamente. El fiscal adjunto no tenía nada contra Joseph Roth que, aunque representaba a la escoria, era un abogado defensor que se las arreglaba para pasar por encima del rastro cenagoso que dejaban sus clientes y que trataba a los fiscales y a los policías con franqueza y respeto. Grady le correspondía.
– Sí, sí que ha estado. Ha hecho algunas llamadas a Canton Falls y ha asustado a un par de tipos de la Unión Patriótica. Hicieron comprobaciones, y parece que algunos de los antiguos miembros se han vuelto unos granujas.
– ¿Quiénes? ¿Barnes? ¿Stemple?
– No hemos profundizado. Lo único que sé es que él está muy disgustado. No hacía más que decir: «Judas, Judas, Judas», una y otra vez.
Lo cual no logró despertar mucha compasión en Grady. Como decía el refrán, dos que duermen en el mismo colchón… Le dijo al abogado:
– Él sabe que yo no voy a permitir que salga impune.
– Y lo comprende, Charles.
– ¿Sabes que Weir ha muerto?
– Sí… Debo decirte que Andrew se alegró al enterarse. Yo creo realmente que él no tuvo nada que ver en el intento de matarte, Charles.
Grady no estaba interesado en absoluto en las opiniones de los abogados defensores, ni siquiera en las de los honestos, como Roth.
– ¿Y tiene información fiable?
– La tiene, sí.
Grady le creyó. Roth era un hombre a quien no se podía engañar fácilmente; si él pensaba que Constable iba a delatar a algunos de los suyos, es que iba a pasar. El éxito que fuera a tener el caso al final era otra cosa, desde luego. Pero si Constable proporcionaba información relevante, y si los federales hacían un trabajo medianamente decente con la investigación y el arresto, él estaba seguro de que encerraría a los malhechores. Grady se aseguraría también de que la investigación forense la supervisara Rhyme.
Los sentimientos del fiscal respecto a la muerte de Weir eran confusos. Mientras que en público había expresado su preocupación porque le hubieran disparado y había prometido que se llevaría a cabo una investigación oficial, en privado estaba encantado de que hubieran liquidado a ese cabrón. Aún estaba sorprendido y furioso porque un asesino hubiera entrado al apartamento donde vivían su mujer y su hija, y porque hubiese intentado matarlas, además.
Grady miró la botella de vino golosamente, pero se dijo que una de las consecuencias de esa llamada telefónica era que el alcohol quedaba excluido por el momento. El caso Constable era tan importante que necesitaba estar con los cinco sentidos alerta.