Entre el propósito de escribir esta novela y el ejercicio mismo de la escritura mediaron años de pensar, leer, investigar, discutir y, sobre todo, penetrar con asombro y horror al menos en una parte de la verdad de una historia ejemplar del siglo XX y de las biografías de esos personajes turbios pero reales que aparecen en el libro. En ese dilatado proceso, me resultó imprescindible la cooperación, el conocimiento, las experiencias y las investigaciones previas de muchas personas que, en algunos casos, incluso compartieron conmigo sus vivencias y hasta sus incertidumbres sobre una historia las más de las veces sepultada o pervertida por los líderes que durante setenta años fueron los dueños del poder y, por supuesto, de la Historia.
Como siempre, entre la escritura y la publicación de lo escrito requeriría la ayuda que varios amigos me prestarían en la búsqueda de información y, sobre todo, con las lecturas de las diversas versiones a través de las cuales fui delineando la novela, y con las discusiones de sus contenidos y soluciones literarias, un intercambio que poco a poco me permitiría ajustar desde la puntuación y las perspectivas narrativas hasta las visiones históricas y filosóficas que manejo en las más de quinientas páginas de este libro.
Por eso quiero expresar mi enorme gratitud a todos los que, de un modo u otro, en una etapa u otra, con su paciencia, su conocimiento o su sentido común, o simplemente detrás de un timón (como el amigo Ramón Arencibia), me ayudaron a concebir, perfilar, escribir y reescribir muchas veces esta novela. En España me dieron su apoyo inestimable Javier Rioyo, José Luis López Linares, Jaime Botella, Felipe Hernández Cava, Luis Plantier, Xabier Ei-zaguirre, Emilia Anglada y mi vieja amiga, claro que cubana, Lourdes Gómez. Moscú nunca se me hubiera revelado sin la generosa y dispuesta colaboración de Víctor Andresco, Miguel Bas, Alexander Kazachkov (Shura), Tatiana Pigariova, Jorge Martí y Mirta Karcick. En Francia fueron mis soportes Elisa Rabelo y Francois Crozade y mi querida editora Anne Marie Métailié. El buen amigo Johnny Andersen fue mi guía para los pasos daneses de Trotski. Agradezco las lecturas, los valiosísimos aportes bibliográficos y la inteligencia de mis amigos mexicanos Miguel Díaz Reynoso y Gerardo Arreóla, quizás los más entusiastas soportes de este proyecto, y del investigador peruano Gabriel García Higueras y el amigo argentino Darío Alessandro. Desde Canadá e Inglaterra me dieron su apoyo los profesores-amigos John Kirk y Steve Wilkinson. Y entre mis muchos colaboradores cubanos (o casi cubanos en algún caso) no puedo dejar de mencionar al librero Barbarito, a Dalia Acosta, Helena Núñez, Stanislav Verbov, Alex Fleites, Fernando Rodríguez, Estela Navarro, Juan Manuel Tabío, José Luis Ferrer (del otro lado del charco), Leonel Maza, Harold Gratmages, el doctor Fermín y el doctor Azcue, Lourdes Torres, Arturo Arango y Rafael Acosta.
Como siempre sucede en mis últimos libros, quiero dar testimonio de un agradecimiento muy especial, por su trabajo, pasión, confianza y paciencia, a mis editores españoles, Beatriz de Moura, Antonio López Lamadrid y sobre todo Juan Cerezo, que registró el libro palabra por palabra con una inteligencia, una dedicación y un amor de los que ya pocos editores tienen y menos editores practican. Igual mi gratitud para Ana Estevan, que se ocupó de editar el texto. No olvido, tampoco, la entusiasta y perspicaz lectura de Madame Anne Marie Métailié…
Por último, creo que jamás podré agradecer en todo su valor el trabajo «estajanovista» de mis más fieles y persistentes lectoras. Elena Zayas, en París, y Vivian Lechuga, acá en La Habana, que prácticamente esribieron conmigo la novela.
Y, como no puede dejar de ser, tengo que dejar constancia escrita de mi mejor y más compacto agradecimiento a mi Lucía, que se metió dentro de ll historia y me ayudó como nadie, y me dio las mejores ideas, pero que, sobre todo, me soportó estos cinco años de tristezas, alegrías, dudas y miedos (¿recuerdan a Iván?), en que dediqué mañanas, tardes, noches y madrugadas a gestar, dar forma y sacarme de dentro esta historia ejemplar de amor, de locura y de muerte que, espero, aporte algo sobre cómo y por qué se pervirtió la utopía e, incluso, provoque compasión.
Leonardo Padura Fuentes,
siempre en Mantilla, verano de 2009
Leonardo Padura