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En unas pocas semanas, el Soldado 13 comenzó a percibir una mutación en los colores de su conciencia. Mientras las clases teóricas iban llenando su cerebro de razones filosóficas, históricas y políticas para hacer inquebrantable su fe, las sesiones con los psicólogos iban drenando su mente de los lastres de experiencias, recuerdos, temores e ilusiones forjadas a lo largo de una vida y de un pasado de los cuales se desprendía como si lo fueran desollando. Le asombraba comprobar cómo su historia personal comenzaba a ser una nube borrosa, y que incluso acontecimientos recientes, como las últimas recomendaciones que le hiciera Kotov antes de partir de regreso a España, parecían tan difuminadas que a veces se preguntaba si no las habría vivido en otra existencia, remota y turbia.

En esos meses fue cuando realmente Ramón empezó a dejar de ser Ramón, y solo volvería a serlo cuando el hombre en que lo convertirían se asfixiaba y, para salvarlo, debía salir a flote el viejo Ramón Mercader. O siempre que le ordenaban sacarlo a tomar sol. Pero ya nunc volvió a ser el mismo Ramón Mercader del Rio…

El hombre que en su pasado nebuloso había adoptado con su romanticismo juvenil y con las arengas de África los ideales comunistas empezó ahora a asumir una fe científicamente sustentada, cuya materialización era la nueva sociedad soviética, donde al fin el hombre había alcanzado el grado máximo de su dignidad. La lucha revolucionaria, intuitiva y desordenada que había desplegado contra la oligarquía, la burguesía, el fascismo y los traidores, se concretó con nueva coherencia y fundamentos en la necesidad histórica de la lucha del proletariado por materializar la utopía de la igualdad y en la misión del Partido de dirigir esa gran contienda. Aprendió que si aquella lucha por momentos podía parecer despiadada, siempre era justa. En las raíces cada una de estas ideas asomaban las teorías y prácticas estalinista la sabiduría y la mirada estratégica del camarada Stalin, el Secretario General que se alzaba sobre la historia, al frente de los proletarios de mundo, como genial heredero de Marx, Engels y Lenin. La convicción de que el futuro de la humanidad pertenecía al socialismo se convirtió en su credo; y aprendió que, para que la Unión Soviética alcanzase futuro, cualquier sacrificio, cualquier acto estaba históricamente justificado y no era admisible la más mínima disidencia. En ese punto añadieron a sus estudios las lecciones de odio clasista y, visualizando esos enemigos de clase, sus convicciones se volvieron más sólidas.

Llegó octubre y las temperaturas empezaron a bajar. Karmín anunció que, sin dejar las sesiones teóricas y los encuentros con los psicólogos, iniciarían los entrenamientos físicos. El Soldado 13 tuvo la esperanza de que al fin saldría de los límites de la base y tal vez poder ver con sus ojos parte de la realidad luminosa del país de los Soviet Sin embargo, salvo las dos semanas en que se trasladaron a los montes Urales para someterlo a pruebas de resistencia en condiciones tremas (de las cuales regresó con seis kilos menos pero con el orgullo de haber sido felicitado por Karmín), el resto del adiestramiento realizó en los bosques de Malájovka. Allí incorporó las técnicas tiro con fusil, pistola y ametralladora, las habilidades de lucha con puna con espada y con hacha, los recursos de la defensa personal utilizando solo manos y pies, y le enseñaron cómo ser preciso en el lanzamiento de granadas, el arte del escalamiento de paredes y de los procesos demolición. Vencido el primer ciclo, se empeñaron en el aprendiz je de las maneras de eliminar a uno o más enemigos con las diversa armas que dominaba, identificando primero los puntos débiles en defensa de los contrarios y luego los rincones de su anatomía donde se conseguían los efectos deseados con la mayor eficiencia. Los enemigos con los que se entrenaba, especialistas en los diversos modos de agresión, siempre fueron calificados de perros trotskistas, renegados trotskistas, traidores trotskistas, hasta conseguir que la mención del adjetivo provocara un derrame hormonal.

El Soldado 13 recordaría como el momento más álgido de su reconversión y entrenamiento cuando lo enseñaron a resistir los métodos psicológicos de tortura e interrogatorio, en los que incluyeron, para buscar el realismo necesario, agresiones físicas destinadas a demostrarle la increíble inventiva humana para infligir modos de sufrimiento en sus semejantes. La esencia de aquel aprendizaje, sin embargo, no era solo la adquisición de la capacidad de callar, sino y, sobre todo, de no dejarse manipular por los interrogadores, de cortar cualquier puente de entendimiento que pudiera abrir un canal hacia sus debilidades y, más aún, conseguir que los interrogadores creyeran historias que pudieran confundirlos y alejarlos de la verdad. Le demostraron que era mucho más difícil guardar un secreto que sonsacárselo a alguien, y lo adiestraron en juegos psicológicos rebuscados, como la evocación de sueños o el reflejo de supuestas obsesiones enfermizas.

Cuando a finales de noviembre Grigoriev reapareció en la base, el Soldado 13 ya era, hasta donde los entrenadores podían garantizarlo, un hombre de mármol, convencido de la necesidad de cumplir cualquier misión que se le ordenase, forjado para resistir en silencio diversos asedios, dotado de un odio visceral contra los enemigos trotskistas y apto para ser convertido en la persona que le asignaran. La satisfacción de sus instructores era ostensible, pues el diamante en bruto encontrado por Grigoriev parecía ser una piedra maravillosa, brillante por todas sus aristas: la política, la filosófica, la lingüística, la física, la psicológica, y había sido blindada con la mejor de las corazas, porque era un hombre capaz de guardar silencio, de explotar su odio, de no sentir compasión y de morir por la causa. Una máquina obediente y despiadada.

Aquella tarde, el Soldado 13 vestía un uniforme negro similar al de su entrenador personal, pero diseñado para las temperaturas invernales. Grigoriev, acompañado por el mariscal Koniev, entró en la cabaña, lo saludó con un gesto marcial y, sin quitarse ninguna de las piezas con que se protegía del frío, atravesó la estancia en busca de la salida posterior. A una orden de Karmín, el Soldado 13 lo siguió y, al acceder al patio nevado, estuvo a punto de sonreír al ver sobre una pequeña mesa tres puñales similares a los que le ofrecieran el día de su iniciación. El Soldado 13 comprendió de inmediato lo que se esperaba de él y, cuando vio que el instructor empujaba desde el bosque al hombre vestido con harapos, sacudido por el frío y el miedo, se dispuso a darle la lección que ahora, estaba seguro, era capaz de regalarle.

– ¡Soldado 13! -dijo Karmín-, ya lo sabes… Frente a ti hay un perro trotskista enemigo del pueblo. ¡Mátalo!

El Soldado 13 escogió el puñal de campaña del ejército inglés. Apenas lo aferró, sintió cómo su piel se calentaba hasta no percibir el frío, mientras sus músculos se convertían en una prolongación de la hoja de acero y sus pies en serpientes que reptaban hacia la víctima. El hombre rogaba y Karmín, unos metros detrás de él, tuvo la gentileza de traducirle: jura que es inocente, que no ha conspirado, dice que odia a Trotski, a Zinóviev, a Kámenev y a todos los traidores a la clase obrera, insiste en que su padrecito es el camarada Stalin, y pide por favor que se haga justicia proletaria con él. ¿Crees algo de todo eso? El Soldado 13 negó con la cabeza y siguió avanzando hacia el hombre cuyos temblores parecían tan auténticos como la súplica de piedad prendida de su mirada. En ese instante creyó descubrir una estrategia diferente en el perro suplicante que clamaba con los brazos abiertos, sin retroceder, como si se hubiera fundido en la nieve. Cuando movió el puñal para buscar impulso, realizó un rápido juego de manos y cambió el agarre. No dirigiría su ataque al abdomen, sino al cuello, para que el supuesto pordiosero pudiera desviar el movimiento de la hoja de acero pero no impedir que él lo golpeara entonces con toda sus fuerzas en las entrepiernas, primero, y, una vez de rodillas, clavarle el talón en la barbilla, con un medio giro de sus piernas.