– Entonces me explicó por qué había llegado el momento de idear el plan pero no de ejecutarlo. La esencia de todo es la guerra, el comienzo de la guerra y los caminos que siga -dijo Grigoriev y volvió a servirse vodka, aunque no lo bebió-. La guerra va a empezar en cualquier momento…
– ¿Y por qué debo saber yo todo esto? -preguntó el Soldado 13, estupefacto por el peso que ejercía sobre sus hombros lo que había escuchado.
Grigoriev parecía ahora más distendido y bebió vodka.
– En una semana tenemos que decidir quién serás. Nos sobran mexicanos y españoles y necesitamos más franceses, norteamericanos. Vamos a crear varios grupos operativos independientes, y puedes estar seguro de que de tu existencia solamente sabremos cuatro personas en la Tierra: Stalin, Beria, el oficial operativo y yo.
– ¿Estás pensado que sea yo quien cumpla la misión?
– Vas a estar en la línea del frente, aunque todavía no sé en qué lugar… Pero como vas a trabajar conmigo, prefiero que desde ahora sepas lo que se espera de ti, llegado el caso… La experiencia me dice que alguien que sabe bien lo que hace y por qué lo hace, trabaja mejor.
El Soldado 13 guardó silencio mientras Grigoriev probaba el salmón. Fuera, la tarde se había convertido en noche y se veía un pedazo de la calle Ojotni Riad, mal iluminada y casi desierta.
– Stalin me dijo algo más… -comenzó Grigoriev y levantó la mano para pedir otrachekushka de vodka. Cuando el mesero se retiró, miró a su discípulo-. Esta misión no admite el fracaso. Si fallo, lo pago con mis pelotas.
– ¿Te lo dijo así?
– El camarada Stalin suele ser un hombre muy directo. Y le puede molestar muchísimo que no cumplan bien sus órdenes… Para que me entiendas: lo que viste fuera de este hotel es un monumento a la obediencia que él exige y espera… Oye bien esto, te puede enseñar mucho: cuando él decidió que se le debía dar una imagen nueva a Moscú, escogió este lugar para que se construyera un hotel donde se alojarían sus visitantes más distinguidos. A partir de sus sugerencias, pidió que le presentaran dos proyectos diferentes. Como él piensa que Moscú debe comenzar a convertirse en la capital de la arquitectura proletaria, tiene sus ideas al respecto. Se las comentó al proyectista Schúsev y a los arquitectos Saveliev y Stapran y les encargó los planos con la seguridad de que ellos sabrían interpretar lo que él tenía en mente. Los arquitectos temblaron al oír lo que Stalin les pedía y proyectaron, cada uno por su lado, lo que creyeron que podían ser las ideas del Jefe. Pero cuando Schúsev le presentó los dos proyectos, él no pudo verlos de inmediato, tenía otros problemas, y no se sabe por qué, a la semana siguiente los planos volvieron a manos del proyectista Schúsev… autorizados los dos por el camarada Stalin. ¿Cómo era posible?, se preguntaron. ¿Quería dos hoteles, o quería los dos proyectos, o había firmado los dos por error? La única solución era preguntarle al camarada Stalin si se había equivocado, pero… ¿quién se atrevía a molestarlo en sus vacaciones en Sochi? Además, el Secretario General nunca se confunde. Entonces Schúsev se iluminó, como el genio que es: realizarían los dos proyectos en un solo edificio, una mitad según el de Saveliev y la otra siguiendo el de Stapran… Así nació este engendro, y Schúsev, Saveliev y Stapran lograron salir airosos. El edificio es absurdo, un horror estético, pero existe y cumple con las ideas y la decisión del camarada Stalin. Yo aprendí la lección, y espero que tú también seas capaz de entenderla. ¡Salud, Soldado 13! -dijo y bebió hasta el fondo su vaso de vodka.
Kotov debía morir, anunció Grigoriev. Lamentaba dejar al Soldado 13 en aquel momento preciso, quizás el más bello en su proceso de renacimiento, pero debía volver a España para comenzar a preparar los funerales de su otro yo. Uno nace, otro se va, es la dialéctica de la vida, y le explicó que, antes de dedicarse en cuerpo y alma a la nueva misión, debía transferir sus responsabilidades en España a otros cámaradas; el traspaso solo podía hacerse sobre el terreno y en un tiempo quizás dilatado por la situación de la guerra: aunque los nacionales habían ganado territorio, la zona industrial y más poblada del país seguía en manos republicanas, y mientras la conservaran podían aspirar a la victoria. Al oír ese comentario, el Soldado 13 sintió la artera mordida de la nostalgia, pero logró contener los deseos de Ramón y se abstuvo de hacer una sola pregunta. Lo que no pudo evitar fue que la mención de la guerra y la inminente partida de Kotov afectaran a su todavía doloroso apego a lo que hasta poco antes habían sido su guerra, su patria y sus amores. Solo la conciencia de que ya nada de aquello le pertenecía ni volvería a pertenecerle, al menos de la misma manera, y el orgullo de saber que ahora formaba parte de un grupo selecto, situado en el corazón de la lucha por el futuro del socialismo, lo salvaron de aquel titubeo. Él vivía para la fe, la obediencia y el odio: si no se lo ordenaban, el resto no existía. África incluida. África sobre todo.
Karmín y el grupo de psicólogos continuó trabajando con él, y el Soldado 13 supo dominar su ansiedad por la demora de la anunciada concreción de una nueva personalidad. Sabía que estaba en manos de los especialistas más capaces y, confiado en la experiencia de aquellos maestros de la supervivencia y la transformación, se empeñó con más ahínco en su adiestramiento.
Ya en la segunda semana de diciembre, luego de un día monótono en el que solo recibió en la cabaña la visita de la mujer hierática encargada de la limpieza y de traerle la comida, se presentaron ante él dos hombres con aspectos y modales diferentes a todos con los que había tratado desde su llegada a la base. Uno dijo llamarse Cicerón y el otro Josefino. La primera impresión que daban era la de ser un dúo cómico de vodeviclass="underline" ambos vestían del mismo modo desmañado, tenían en sus miradas una dureza profunda y ensayada, y hablaban un francés perfecto pero con un dejo que el Soldado 13 no logró ubicar. Casi a dos voces le dijeron que su misión era convertirlo en un belga llamado Jacques Mornard. ¿Qué le parecía el nombre? El Soldado 13 sintió cómo se llenaba de orgullo y satisfacción. Finalmente dejaba de ser un alumno para convertirse en un agente. Jacques Mornard, repitió en su mente, mientras Cicerón extraía del maletín que lo acompañaba una carpeta y varios libros, que colocó sobre la mesa rodeada de butacones.