Nyssa empezó a caminar sin rumbo. Las numerosas fuentes rodeadas de animales heráldicos de piedra colocados sobre pilares que adornaban el jardín llamaron su atención. Los parterres estaban pintados de verde y blanco, los colores de la dinastía Tudor. Aunque estaban en pleno invierno y se encontraban vacíos de flores y plantas, los jardineros los estaban preparando para la primavera. Enseguida se dio cuenta de que no estaba sola. Un joven se acercó a ella, le hizo una reverencia y le sonrió.
– ¿Sois nueva en palacio, señora? -preguntó-. Conozco a todas las jóvenes bonitas que viven aquí y estoy seguro de que no os había visto antes. Me llamo Hans von Grafsteen y soy el paje personal del embajador de Cleves -se presentó quitándose el sombrero y haciendo otra reverencia.
– Yo soy lady Nyssa Wyndham y he venido a la corte a servir a la reina. El rey me ha nombrado dama de honor.
– Estoy seguro de que le gustaréis más que cualquiera de esas jovencitas estiradas.
– Mis hermanos también serán pajes de su majestad
– le confió Nyssa. Aquel joven no le intimidaba tanto como el resto de los cortesanos-. ¿Cuántos años tenéis? Parecéis menor que Philip y mayor que Giles.
– ¿Cuántos años tienen vuestros hermanos?
– Trece y nueve.
– Yo tengo once y soy sobrino del embajador. Gracias a él obtuve mi puesto como paje. ¿A qué se dedica vuestra familia, lady Nyssa?
– Mis padres son los condes de Langford -respondió Nyssa, que solía considerar innecesario explicar que en realidad Anthony Wyndham era su padrastro.
– Si no me equivoco, los Wyndham no están entre los grandes de la nobleza de este país -replicó Hans-. Decidme, ¿cómo conseguisteis un puesto tan prestigioso en la corte?
¿Debo decirle la verdad?, se preguntó Nyssa. El joven le inspiraba tanta confianza que finalmente decidió hacerlo.
– Mi madre fue amante del rey hace muchos años
– contestó-. Todavía siguen siendo buenos amigos y cuando mi madre le pidió ese puesto para mí, él no pudo negarse -añadió comprobando aliviada que la historia de su madre en la corte no parecía haber escandalizado a Hans.
– Entonces, ¿sois hija de su majestad?
– ¡Naturalmente que no! -exclamó Nyssa enrojeciendo violentamente. Ahora tendría que explicarlo todo-. Mi padre fue Edmund Wyndham, tercer conde de Langford, y yo soy su hija legítima. Cuando mi madre estuvo aquí en palacio mi padre ya había muerto y ella todavía no se había casado con mi padrastro. El heredero y sobrino de mi padre se convirtió en mi padrastro y es el único padre que he conocido
– Ahora lo entiendo… -asintió Hans.
– Habladme de la reina Ana -pidió Nyssa-. He oído que es una dama bella y bondadosa y estoy encantada de haber sido escogida para servirla. ¿Cómo es? ¿Cómo debo dirigirme a ella?
– ¿Habláis alemán, señora? -preguntó Hans sonriendo divertido.
– ¿Alemán? -repitió Nyssa, desconcertada-. Pues no…
– Entonces no es necesario que os preocupéis. No podréis dirigiros a ella porque no entiende una palabra de inglés.
– ¿Y cómo hablará con el rey?
– ¿ Quién ha dicho que van a hablar? Mi señora viene a establecer una alianza y a darle herederos… No tendrá que hablar mucho.
– Me temo que os equivocáis, Hans -replicó Nyssa-. Mi madre asegura que el rey prefiere las mujeres cultas, inteligentes e ingeniosas aficionadas a la música, la danza y los juegos de cartas. La belleza no lo es todo para él, aunque le gustan las damas hermosas.
– Entonces mi señora está condenada a caer en desgracia -suspiró Hans, apesadumbrado-. Lady Ana no es hermosa y no sabe música. Tampoco baila ni sabe jugar a las cartas porque esos frivolos pasatiempos están prohibidos en la corte de su hermano.
– ¡Vaya por Dios! -se lamentó Nyssa-. ¿Qué le ocurrirá a la pobre dama cuando el rey descubra que no es como él espera? Hans, debéis enseñarme algo de alemán para que pueda ayudar a su majestad a aclimatarse a nuestro país y nuestras costumbres -pidió.
¡Qué muchacha tan bondadosa!, se dijo Hans. Ninguna de las damas que había conocido se había molestado en averiguar cómo podían hacer la estancia de su majestad en Inglaterra más agradable. ¡Desde luego que iba a ayudar a Nyssa Wyndham! Llevaba viviendo en palacio tiempo suficiente para saber que a su señora no le iba a resultar fácil adaptarse a la corte de Enrique Tudor. Había crecido en un ambiente tan estricto y represor que no iba a saber cómo comportarse.
– Os enseñaré mi idioma, señora -prometió-. ¿Conocéis otras lenguas?
– Sé algo de francés y latín -contestó-. Y también leo un poco de griego. Crecí en el campo y no he recibido una educación muy esmerada.
– ¿Qué otras cosas sabéis hacer?
– Sé sumar, leer y escribir y un poco de historia
– respondió Nyssa-. Los idiomas se me dan bien, pero las sumas… Mamá insistió en que una mujer debe saber de cuentas para que las criadas y los comerciantes no la estafen.
– Vuestra madre parece una mujer muy práctica
– rió Hans-. En Cleves nos gustan las mujeres prácticas. Mi señora Ana también es una mujer práctica.
– Tendrá que utilizar todos sus encantos ocultos cuando se dé cuenta de que el rey está decepcionado. ¡Pobrecilla! Sólo es una joven que viene a un país extraño para casarse con un hombre a quien no conoce. ¿Creéis que le costará aprender inglés?
– Lady Ana es una mujer muy inteligente -aseguró su amigo-. Aunque al principio será duro para ella, sé que acabará gustándole Inglaterra y sus costumbres desinhibidas. Mi tío la conoce bien y afirma que es una mujer alegre y animosa a quien la corte de Cleves le resulta opresiva. Las virtudes más apreciadas allí son la docilidad y la modestia.
– Me temo que no va a tener más remedio que cambiar su rígida mentalidad alemana si quiere sobrevivir aquí -rió Nyssa-. No son éstas las cualidades más valoradas aquí.
– Vuestro rostro es todavía más bello cuando sonreís -dijo Hans muy serio-. Siento ser tan joven y venir de una familia demasiado humilde para casarme con la hija de un conde, pero espero que podamos ser amigos.
La franqueza con que el joven había hablado sorprendió a Nyssa, que consiguió esbozar una sonrisa.
– Claro que podemos ser amigos -aseguró-. Venid, os presentaré a mi familia. Me gustaría que enseñarais algo de alemán a mis hermanos. Después de todo, ellos también estarán al servicio de la princesa…, quiero decir la reina -se corrigió-. Debo acostumbrarme a llamarla majestad y a tratarla como tal.
– Vamos -contestó Hans ofreciéndole el brazo-. Os acompañaré al interior del palacio. Se está levantando un viento muy frío y no deseo que os pongáis enferma. No me gustaría que pusieran a otra en vuestro lugar.
– Tenéis razón -asintió Nyssa-. Lady Browne ha tratado de deshacerse de mí esta mañana, pero estoy decidida a quedarme y servir a su majestad con la lealtad que merece.
Cuando Nyssa regresó al salón, comprobó que su tía seguía conversando animadamente con lady Marlo-we y que ni siquiera había advertido su ausencia. Les presentó al paje del embajador de su majestad y lady Marlowe, que al parecer ya le conocía, se apresuró a corregir a la joven.
– Barón Von Grafsteen, querida lady Nyssa -dijo esbozando una sonrisa demasiado amplia y forzada-. ¿Verdad, señor?
Hans asintió de mala gana. Odiaba ser barón, un título que había heredado de su padre cuando éste había muerto hacía dos años dejando sólo un hijo, y a menudo deseaba que hubiera llegado acompañado de algo de dinero.
– Hans va a enseñarme alemán -declaró-. ¿Sabíais que lady Ana no habla otro idioma? Tomaré lecciones cada día hasta que su majestad llegue. Supongo que le gustará tener a alguien con quien hablar. ¿A ti qué te parece, tía Bliss?