– ¡Vamos, Tony! -exclamó la condesa sonriendo alegremente-. Ésta no es una visita formal. Hal está de caza por aquí y ha decidido venir a Riveredge. Apuesto a que no traerá a más de media docena de acompañantes -le tranquilizó-. Ya verás como todo saldrá bien.
– Los preparativos para recibir a un rey no se improvisan en un momento -gruñó el conde-. Por lo menos podía habernos avisado con más tiempo.
– ¿Y desde cuando es la casa responsabilidad tuya? -replicó Blaze, ofendida-. El rey llega mañana. Veinticuatro horas son más que suficiente para mí. No te preocupes, todo estará a punto. Todo cuanto tienes que hacer es mostrarte tan encantador como siempre y dejar lo demás en mis manos -aseguró inclinándose para besar a su marido en la mejilla-. Por cierto -añadió-, he mandado que vayan a buscar a mis padres a Ashby y también a mis hermanas. Quiero que conozcan al rey.'
– ¿A todas tus hermanas? -exclamó el conde, horrorizado. Blaze era la mayor de once hermanos, ocho de los cuales eran mujeres.
– Sólo a Bliss y Blythe -se apresuró a contestar ella-. Quizá mi madre traiga a Enrique y Tom. Gavin no vendrá; su esposa está a punto de dar a luz y él no la dejará sola. Además, se trata de su primer hijo.
El conde de Langford suspiró aliviado al saber que la casa no se vería invadida por la numerosa parentela de su esposa. De todas sus cuñadas era a Bliss, condesa de Marwood, y a Blythe, casada con lord Kingsley, a quienes mejor conocía. Ambas se llevaban pocos años con Blaze. Las seguía Delight, que vivía en Irlanda desde su matrimonio con Cormac O'Brian, señor de Ki-llaloe, y de quien apenas tenían noticias. Larke y Lin-nette estaban casadas con los hijos gemelos de lord Alcott y vivían en el campo contentas y felices de poder permanecer juntas. La orgullosa Vanora se había unido en matrimonio al marqués de Beresford, y la pequeña Glenna al marqués de Adney para no ser menos que su hermana. Las hijas de lord Robert Morgan eran conocidas en toda la comarca por su belleza y su facilidad para tener descendencia numerosa y robusta.
– El rey no podía haber escogido un momento mejor para visitarnos -dijo Blaze, que se había quedado pensativa. Su marido dio un respingo; conocía aquel tono de voz.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó, inquieto.
– ¡Nuestros hijos, Tony! El rey ha olvidado a Jane Seymour y sólo piensa en su nueva prometida, la princesa Ana de Cleves. Si mañana se le da bien la caza y mis manjares son de su agrado hará todo cuanto le pidamos.
– ¿Qué tramas, Blaze?
– Quiero que Nyssa, Philip y Giles se eduquen en la corte. Necesitan retinarse y debemos empezar a pensar en su futuro. Creo que Nyssa podría encontrar un buen marido entre los nobles que rodean al rey. ¡Quizá alguno dé ellos tenga hijas y se fije en nuestros chicos! No hablo de los nobles poderosos, naturalmente, sino de buenas familias deseosas de hacer una buena boda. Después de todo, Philip heredera el título de conde de Langford y yo he renunciado al señorío de Greenhill en favor de Giles. Opino que nuestros dos hijos mayores son un excelente partido -concluyó con una sonrisa.
– No me gusta la idea de educar a Nyssa en la corte -replicó el conde-. Es una buena oportunidad para los chicos, pero Nyssa…
– ¿Qué tiene de malo? Aquí no hay nadie con quien podamos casarla y ella tampoco muestra inclinación por ningún muchacho. He oído decir que la princesa de Cleves es una dama culta y refinada. Me gustaría que la nueva reina la aceptara como dama de honor. Así recibiría la mejor educación y de paso tendría la oportunidad de escoger a su marido entre numerosos caballeros de buena familia que nunca conocerá si permanece aquí. Si el rey todavía me aprecia (y estoy segura de que así es porque en el fondo Hal es un sentimental con la cabeza llena de recuerdos agradables) no dudará en llevarse a los niños a la corte. ¿No lo entiendes, Tony? -insistió-. ¡Nunca tendremos otra oportunidad como ésta! Ellos allanarán el camino al resto de nuestros hijos y cuando éstos sean mayores también irán a la corte. Los pobrecillos no tendrán títulos ni propiedades y necesitarán ayuda para hacer una buena boda.
– Quizá Richard tome los hábitos algún día -repuso el conde-. ¿Qué se le ha perdido en la corte?
– El arzobispo pasa largas temporadas allí -replicó Blaze con una sonrisa-. ¡Sería un contacto excelente!
– ¡Querida Blaze, olvidaba lo persuasiva que llegas a ser cuando te propones algo! -sonrió Anthony Wyndham-. Está bien, sigue adelante con tus planes y que sea lo que Dios quiera. Nyssa, Philip y Giles irán a la corte y dentro de unos años Richard seguirá sus pasos y conocerá al arzobispo. ¿Estás segura de que éste también será un niño? -añadió acariciando el abultado vientre de su esposa, que se encontraba a punto de dar a luz.
– Parece que sólo engendras hijos varones -contestó Blaze esbozando una sonrisa-. Ya hemos tenido cinco.
– ¿Y qué me dices de Nyssa?
– Nyssa es hija de Edmund -replicó ella-. Tú la has criado como si fuera tuya, pero lleva la sangre de Edmund.
– Y también la mía -insistió el conde-. ¿ Olvidas que él era mi tío?
– Sé que apenas os llevabais unos años, que os queríais como hermanos y que tu madre era su hermana mayor y os crió juntos.
– ¡Mi madre! -exclamó Anthony Wyndham-. ¡Santo Dios, Blaze! ¿Has mandado que fueran a buscarla a Riverside? Si se entera de que el rey ha venido a visitarnos y que no le hemos permitido hacerle los honores…
– Tranquilízate, Tony -repuso Blaze sofocando una carcajada-. Ordené al mensajero que envié a casa de mis padres que comunicara la noticia a lady Do-rothy y la invitara a acompañarnos en un día tan importante. ¡El pobre Hal no sabe lo que le espera mañana! -añadió con una sonrisa picara.
El rey llegó a casa de los Wyndham a última hora de la mañana del día siguiente. La caza se le había dado bien y estaba de un humor excelente. Había cazado dos liebres y un venado con una cornamenta tan impresionante que todo el mundo había asegurado no haber visto nunca otra igual. Su éxito le había devuelto a sus años de juventud pero el paso del tiempo había hecho mella en él.
Blaze no le veía desde hacía tres años y se había quedado de una pieza al observar cuánto había cambiado en tan poco tiempo. Había engordado tanto que su cincha apenas podía contener su estómago y su tez, tan pálida años antes, había adquirido un tono rubicundo. La condesa de Langford trató de recordar al atractivo joven que había.sido su amante mientras le hacía una reverencia y su falda de seda verde rozaba el suelo.
– ¡Levántate, mi pequeña campesina! -exclamó Enrique Tudor ayudándola a ponerse en pie. Al oír aquella voz tan familiar Blaze sé sintió transportada al pasado durante unos segundos-. ¡Tú siempre has sido mi subdita más fiel! -añadió con ojos brillantes al recordar los momentos compartidos con Blaze.
– Es un placer teneros en mi casa, majestad -respondió ella poniéndose de puntillas para besarle en la mejilla-. Hemos rezado mucho por vos y el joven príncipe Eduardo. ¡Sed bienvenido a Riveredge!
– Permitid que os presente mis respetos, majestad -añadió el marqués dando un paso al frente.
– ¡Tony, mi querido amigo! -exclamó el rey acer candóse a saludarle-. Esta tarde vendrás de caza con nosotros. ¿Y vosotros en qué estáis pensando? -añadió irritado volviéndose hacia sus acompañantes-. ¿Por qué no ha invitado nadie al conde a la cacería de esta mañana? ¿Es que tengo que ocuparme yo de todo?