– Tenemos que hablar, Tom -murmuró.
– Venid conmigo.
Ambos amigos se deslizaron al jardín, desierto en un día helado como aquél, y pasearon por el laberinto de setos, seguros de que no podían ser vistos ni oídos.
El duque de Norfolk miró de reojo a su compañero. El obispo era un hombre de elevada estatura con un rostro alargado de nariz grande, labios carnosos y rematado por una barbilla puntiaguda. Sus ojos oscuros eran reservados e impenetrables y llevaba el abundante cabello gris muy corto. Era un hombre de carácter difícil y arrogante pero, como el duque, era profundamente conservador en política y religión y también ha bía dejado de gozar del favor del rey cuando Thomas Cromwell se había convertido en primer ministro.
– Ahora que el problema está casi resuelto tenemos que empezar a pensar en el nuevo matrimonio del rey -murmuró Stephen Gardiner.
– No queda ni una princesa de sangre real en toda Europa dispuesta a convertirse en la nueva reina de Inglaterra, pero eso nos favorece, ¿verdad, obispo? Enrique Tudor tendrá que buscar a su esposa entre las rosas de su propio jardín.
– ¿Tenéis alguna dama en mente? -preguntó el obispo, seguro de que era así-. Ya sabéis que al rey le gustan las mujeres menudas y hermosas que le hagan creer que sigue siendo el príncipe más apuesto de todos los reinos cristianos. Debe ser una mujer a quien le guste la música y el baile y que sea lo bastante joven para darle muchos hijos. Y ahora decidme, ¿dónde vamos a encontrar a una jovencita dispuesta a casarse con un viejo gruñón con un enorme absceso en una pierna y que pesa una tonelada? Eso sin mencionar que no ha dudado en deshacerse de tres de las cuatro mujeres con las que ha estado casado. Me pregunto si lady Jane habría sido reina de Inglaterra durante mucho tiempo si no hubiera muerto tras el nacimiento del príncipe Eduardo. El rey la recuerda como la esposa perfecta pero sabemos que Enrique Tudor cambia de opinión con asombrosa facilidad. ¿Qué dama de buena familia estará dispuesta a sacrificarse por el bien de Inglaterra?
Norfolk miró al obispo Gardiner a los ojos. Su rostro alargado de pómulos prominentes transmitía calma y seguridad. Era el aristócrata con más títulos después del rey pero hasta su propia esposa, lady Elizabeth Stafford, había aconsejado a Thomas Cromwell que nunca se fiara de su marido. El primer ministro, que siempre había desconfiado del duque de Norfolk, había tenido en cuenta la advertencia.
El duque de Norfolk era un conspirador, pero también era un caballero ambicioso y muy inteligente. Se había casado con Ana, hija de Eduardo IV y hermana de la esposa de Enrique VIL Lady Ana le había dado un hijo, Thomas, pero el pequeño había muerto y ella también había fallecido poco después. Su segunda esposa le había dado otro hijo, Enrique, conde de Surrey, y una hija, María, casada con Enrique Fitzroy, duque de Richmond e hijo ilegítimo del rey. El duque de Norfolk siempre había soñado con ver a su hija convertida en reina de Inglaterra, pero Enrique Fitzroy había muerto y la reina Jane había dado al rey un heredero legítimo. Ahora tenía un nuevo plan en mente.
– Conozco a la mujer perfecta, obispo -contestó-: mi sobrina, Catherine Howard, la hija de mi difunto hermano. Es joven, bonita e influenciable. Es una de las damas de honor y me consta que su majestad la mira con buenos ojos. El otro día dijo que era como una rosa sin espinas. ¿Qué os parece?
– He oído que el rey también mira con buenos ojos á otras damas -repuso el obispo de Winchester-. Qs recuerdo que el otoño pasado regaló un magnífico caballo y una silla de montar a una de las hermanas Bas-set y también está lady Nyssa Windham. Vuestra sobrina tiene un par de competidoras y sospecho que, por muy bueno que sea vuestro plan, esta vez el rey se saldrá con la suya. La otra vez dejó que otros escogieran por él y lo ha pagado muy caro. Ño será fácil engañarle.
– Ana Basset no cuenta para el rey -replicó el duque de Norfolk-. Se dice que una vez estuvieron juntos y que ninguno de los dos disfrutó demasiado. El rey dio las gracias a la muchacha y la recompensó con un pequeño regalo pero nunca se casaría con ella. Su esposa debe ser una mujer a quien sólo pueda poseer después de haberle puesto el anillo de casada en el dedo, y ésa es mi Cat. El juego no ha empezado todavía pero yo me encargaré de dar las instrucciones precisas a mi sobrina. Catherine es más sensata que Ana Bolena, esa cabezota a quien el adulterio envió a la tumba.
– ¿Y qué hay de la otra muchacha?
– ¿Lady Nyssa? Su madre fue amante del rey hace unos quince años. Quizá la recordéis. Se llamaba Blaze Wyndham.
– ¡Dios mío! -exclamó el obispo-. ¿Insinuáis que la muchacha es hija de su majestad? Si no recuerdo mal, su madre abandonó palacio precipitadamante.
– Lady Nyssa es hija de Edmund Wyndham, tercer conde de Langford -le tranquilizó el duque de Norfolk-. Tenía dos años cuando su madre vino a la corte.
– Entonces, ¿por qué no la habéis tenido en cuenta? -se extrañó el obispo-. Sabéis que el rey es un sentimental. Quizá vea en esa niña los buenos tiempos que pasó junto a su madre, cuando era más joven y feliz. Blaze Wyndham nunca quiso participar en las intrigas de la corte y el rey la aprecia por ello. Escuchadme bien, señor: esa muchacha nos traerá problemas.
Nos traerá problemas, se dijo el duque. Mi plan funciona: el obispo está conmigo.
– Tranquilizaos, obispo -dijo esbozando una amplia sonrisa-. Si Nyssa Wyndham se interpone en nuestro camino yo mismo me encargaré de desacreditarla a ojos del rey. ¡El pobre odia ser traicionado por aquellos en quienes ha depositado su confianza! No debéis preocuparos; con vuestra ayuda nuestra pequeña Catherine será la próxima reina de Inglaterra.
– Espero que haya aprendido de los errores cometidos por vuestra otra sobrina, Ana Bolena. Salisteis bien parado del lío en que os metió pero esta vez podríais pagar con vuestra vida.
– Catherine no es como Ana -aseguró el duque-. Ana pasó muchos años en la corte de Francia y era una mujer sofisticada y de gustos refinados. Era mayor y experimentada, mientras que Catherine es joven e inexperta. Ha tenido una vida muy dura desde que sus padres murieron y mi madre tuvo que hacerse cargo de ella y sus hermanos. Si no llego a proponerla como dama de honor no sé qué habría sido de ella -suspiró-. Le gustará ser reina y disfrutar de todos los caprichos que nunca ha podido permitirse. ¡Las pequeñas manías del rey son un precio muy bajo en comparación ron los privilegios de una reina! Además, el rey no vivirá muchos años y pronto será libre para escoger un nuevo marido. No temáis; hará lo que yo le diga.
– ¿Estáis seguro de que es la esposa perfecta para su majestad? -insisitió el obispo, que no parecía muy convencido-. ¿No tiene secretos escondidos?
– Ninguno -respondió el duque-. Ha vivido durante toda su vida en Leadinghall como una monja bajo la supervisión de mi madre. Toca varios instrumentos y es una excelente bailarina. No es más que una joven bonita y con la cabeza llena de pájaros, pero inofensiva. Es la clase de mujer que el rey necesita en estos momentos.
– Entonces, que así sea -suspiró el obispo, resignado-. Hablaremos de Catherine Howard hasta que al rey le duelan los oídos. ¿Y qué me decís de Cromwell? ¿No tratará de impedir nuestro plan?
– Cromwell está acabado -contestó Thomas Howard esbozando una sonrisa triunfante-. El rey está muy descontento con él y le culpa de todos sus problemas. No tenemos que preocuparnos por él. Thomas Cromwell estará demasiado ocupado tratando de salvar su preciosa vida para preocuparse por nosotros. Es increíble que un hombre de origen tan humilde haya llegado tan alto. ¡Adonde vamos a llegar! -refunfuñó-.¡Malditos tiempos modernos! Cuando nos hayamos librado del aprovechado de Crum, todo volverá a ser como antes -añadió con una sonrisa mientras se volvía y dejaba al obispo con la palabra en la boca.