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– Sí, tío -contestó Catherine, sabedora de que eran aquellas las palabras que el duque de Norfolk deseaba escuchar. Su tío la había puesto entre la espada y la pared y no le había dejado otra elección. Él y sus amigos eran caballeros poderosos obsesionados por asuntos enrevesados cuya mente adolescente no alcanzaba a comprender. Por lo menos al rey le gusta la conversación inteligente, la música y el baile, se dijo tratando de concentrarse en los aspectos positivos de su nueva situación. Aprenderé a curarle y vendarle la pierna y seré una esposa fiel. No puedo permitirme ser tan remilgada.

– Estoy orgulloso de ti, pequeña -sonrió Thomas Howard-, Yo te enseñaré lo que debes saber para complacer a su majestad. Deberás morderte la lengua de vez en cuando y estar siempre alegre. Dale la razón en todo, delante de los demás y cuando os encontréis a solas. Y lo más importante: no permitas que se tome demasiadas libertades contigo hasta que no estéis casados. Si obtiene de ti lo que desea antes de ese día te habrás puesto a la altura de la criada que se deja manosear por el mozo de cuadra aprovechando la oscuridad del establo. ¿Me has comprendido? Un beso de vez en cuando y algún que otro abrazo pero nada más, Catherine. ¡Por mucho que insista y se enfade contigo debes mantenerle a raya! Recuérdale que eres una muchacha decente y si es necesario échate a llorar, pero nunca cedas a sus caprichos antes del día de la boda. Recuerda que eres pobre y que tu virginidad es tu única dote.

– Sí, tío -murmuró Catherine humildemente-. Prometo obedeceros en todo.

– Ahora te diré otro secreto -añadió el duque bajando la voz-: lady Rochford es mi espía entre los sirvientes de la reina. Puedes confiar en ella pero no ciegamente. Es una mujer muy infeliz y se siente culpable por la muerte de su marido George Bolena. Desde ese día ni los Bolena ni su propia familia han querida saber nada de ella y yo he sido el único que le ha dado consuelo. En cuanto a Nyssa Wyndham, debes terminar con esa amistad inmediatamente.

– ¡No puedo hacer eso! -protestó Catherine-. Nyssa es la única amiga que he tenido en toda mi vida. Además, si riño con ella todo el mundo se extrañará y sospechará que tramamos algo.

– Quizá tengas razón -admitió su tío, pensativo. Nunca hubiera creído a Catherine capaz de razonar con astucia pero, después de todo, era una Howard-. Está bien, pequeña, manten tu amistad con lady Nyssa. Pensándolo bien, es una buena idea: así el resto de la corte seguirá preguntándose hasta el final a cuál de las dos escogerá el rey. Pero recuerda que no debes hablarle de nuestros planes, ¿entendido? ¡Nada de confidencias a medianoche!

– Os he entendido perfectamente, tío -contestó Catherine, ofendida-. Ño soy ninguna tonta. Si tenéis que recomendarme al rey, necesitáis tener el campo libre.

El duque de Norfolk sonrió satisfecho. La muchacha era más inteligente de lo que había imaginado. Era astuta, pero su generosidad y su buen corazón podían ser un obstáculo a su ambición ilimitada. Esperaba que el paso del tiempo se encargara de endurecerle el carácter. Despidió a su sobrina y se reclinó en su sillón sintiéndose satisfecho por el trabajo realizado.

Había aupado a una Howard al trono de Inglaterra. Si hubiera sido una muchacha sensata y obediente habría conservado aquella posición privilegiada, pero Ana había resultado ser demasiado cabezota para aceptar consejos de nadie. Y ahora el destino le ofrecía una segunda oportunidad de ganarse el favor de su majestad convirtiéndose en la sombra de la reina. Catherine no le fallaría y le ayudaría a llevar a su familia a lo más alto. ¡Los Howard pronto serían los más poderosos de Inglaterra y los Seymour volverían a la oscuridad de la que habían salido! Y si Catherine da al rey esos hijos tan deseados, pensó, ¿quién sabe hasta dónde podemos llegar?

Aunque seguía manteniendo las apariencias delante de la reina, Enrique Tudor había empezado a hacer la corte a dos de sus damas de honor. Mientras Catherine Howard reía las gracias que.el rey le dedicaba y le miraba con ojos tiernos, Nyssa Wyndham se mostraba reservada y distante. La joven estaba desconcertada y se preguntaba a qué venían tantas atenciones para con ella. Estaba segura de que se mostraba cariñoso con ella debido al afecto que sentía por su madre pero sabía que los cortesanos murmuraban a sus espaldas y había advertido que hasta su tía empezaba a dar muestras de inquietud.

– ¡Mira eso, Owen! -se lamentó Bliss una tarde mientras ambos observaban cómo el rey enseñaba a Nyssa a tirar con arco-. ¿Crees que se ha enamorado de ella? ¡Sólo es una niña!

– ¡Vaya! -replicó su marido sonriendo divertido-. Veo que tu ambición tiene límites.

– ¡Owen, no me mires así! Con Blaze fue diferente, pero esto…

– Tienes razón. Con Blaze fue diferente: el rey estaba casado y sólo la quería como amante. Ahora también está casado, aunque con otra mujer, pero quiere a Nyssa como la próxima reina de Inglaterra. Te recuerdo que a Tony no le pareció una buena idea traer a la niña a la corte y, si tú no te hubieras ofrecido a cuidar de ella, ahora no se encontraría en una situación tan delicada -regañó el conde de Marwood a su esposa. Los caballeros de la corte comentaban que el comportamiento reservado de Nyssa atraía a su majestad más que las carantoñas de Cat Howard y había decidido no hablar a su esposa de esas habladurías hasta haber averiguado cuánta verdad había en ellas.

– ¿Qué vamos a hacer, Owen?

– No podemos hacer nada, querida -suspiró el conde, resignado-. La decisión final está en manos del rey y me temo que esas manos se mueren por tocar carne joven. ¿Quién sabe? Quizá acabe decidiéndose por Cat Howard.

– ¡Pero nuestra Nyssa es mucho más bonita!

– protestó Bliss provocando las carcajadas de su marido.

– Señora, me temo que estáis loca de remate -dijo él entre risas.

Oyeron la voz del rey a sus espaldas y se volvieron justo a tiempo para verle dar un beso en la mejilla a la desconcertada joven.

– ¡Bien hecho, mi rosa salvaje! ¡Señores, esta niña es una excelente arquera, una verdadera Diana, la reina del tiro con arco!

Los presentes asintieron e intercambiaron sonrisas maliciosas y miradas cómplices.

– Yo nunca seré tan buena tiradora como Nyssa

– suspiró Cat Howard acercándose al rey-. Su majestad sabe que no soy una mujer inteligente.

– ¡No digáis tonterías! -protestó Enrique Tudor-. Yo os enseñaré a tirar, Cat. No hay nada que no se pueda conseguir con un poco de voluntad, mi rosa sin espinas. ¡Traed un arco y flechas para Catherine Howard!

Aquella reacción alimentó las habladurías de la corte, que volvió a murmurar sobre a quién escogería como esposa. Saltaba a la vista que el rey estaba disfrutando con el juego. En cuanto a la anulación de su matrimonio, estaba a punto de ser obtenida y todos sabían que el rey esperaba impaciente la llegada del verano para disfrutar de una nueva esposa.

El obispo de Winchester se acercó al duque de Norfolk con disimulo.

– ¿Y si su majestad escoge a Nyssa Wyndham? -preguntó, inquieto-. En cuanto se deshaga de lady Ana cualquier advenediza puede aprovechar la oportunidad. Debemos asegurar el puesto a vuestra sobrina.

– Tenéis razón -asintió Thomas Howard-. El rey se siente como un semental rodeado de yeguas jóvenes. Debemos dejar el campo libre a nuestra Cathe-rine.

– ¿Y qué vamos a hacer? -se preguntó el obispo.

– Arruinar la reputación de Nyssa Wyndham.

– Pero ¿cómo? Por lo que he oído, lady Nyssa es una muchacha de reputación intachable. No se le conocen amistades indeseables ni se la ha visto en compañía de ningún hombre. Sus modales son excelentes y es la dama más fiel a la reina. La joven es un cúmulo de virtudes.