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Lady Rochford se instaló en una silla junto al fuego y trató de mantenerse despierta. Una hora después, se acercó a las camas y comprobó que todas las damas dormían profundamente. Se dirigió a la ventana que daba al jardín y levantó un candelabro encendido. Regresó a su silla junto al fuego y esperó hasta que alguien llamó a la puerta débilmente minutos después. Corrió a abrir y señaló la cama de Nyssa.

– ¡Ésa es la muchacha! -siseó-. ¡Deprisa, deprisa!

Un robusto mocetón envolvió a Nyssa en el edredón, la tomó en brazos y salió de la habitación a toda prisa. El otro esperaba fuera y vigilaba que nadie les viera. Los dos recorrieron los pasillos oscuros de puntillas y dieron un largo rodeo para evitar a la guardia real. Los captores de Nyssa eran dos de los hombres de confianza del duque de Norfolk a quienes se había ordenado que llevaran a la joven a la habitación del conde March. Aunque hubieran deseado saber qué tramaba el duque, no se habrían atrevido a preguntar. Eran sirvientes y sabían que los sirvientes se limitan a cumplir órdenes sin hacer preguntas comprometedoras. Cuando llegaron a su destino, dejaron a Nyssa sobre la cama del conde y abandonaron la habitación.

Varían de Winter abandonó el rincón oscuro en el que se había refugiado y avanzó hacia la cama. Va a odiarme durante el resto de su vida, se dijo apesadumbrado. Habría preferido cortejarla y ganarse su cariño como hacen los hombres decentes; le habría gustado que su familia le considerara digno de la joven y le aceptara pero eso no iba a poder ser gracias a su turbio pasado. Los Wyndham no iban a tener más remedio que aceptarle a la fuerza. Tendría que ganarse también su confianza. ¡Si por lo menos supiera cómo hacerse perdonar! Sabía que Nyssa nunca le amaría, pero habría dado cualquier cosa por no tener que sufrir su desprecio durante el resto de sus días.

Con mucho cuidado apartó el edredón que la cubría, lo dobló y lo escondió en un armario. Se acercó a la chimenea, echó otro leño al fuego y se despojó de su bata de terciopelo. Las llamas iluminaron su esbelto cuerpo. Algunas de sus amantes habían asegurado que parecía una escultura griega, un cumplido que le sorprendía y le halagaba a la vez.

Regresó a la cama y se dispuso a preparar la escena de manera que resultara inequívoca a ojos de Enrique Tudor. Desabrochó las cintas que cerraban el camisón de Nyssa y empezó a quitárselo. La joven gimió y cambió de postura. La tela del camisón era suave como la seda y se deslizaba con facilidad sobre su piel de melocotón. Varían le apoyó la cabeza en la almohada y luchó por apartar la mirada del cuerpo de la joven pero no pudo resistir la tentación. Nyssa Wyndham era la mujer más hermosa que había visto en su vida: tenía unas piernas largas y delgadas y un torso esbelto rematado por unos pechos pequeños pero bien formados. Su largo cabello oscuro destacaba sobre su piel de alabastro y la hacía parecer frágil y vulnerable. Su conciencia protestaba a gritos pero era demasiado tarde para echarse atrás. ¡Que Dios nos ayude a los tres!, pensó. A ti, Nyssa Wyndham, a mi pobre prima Ca-therine y a mí.

Volvió a tomar a Nyssa entre sus brazos, la metió en la cama y se acostó a su lado. La joven volvió a gemir y Varían se dijo que su abuelo no tardaría en aparecer acompañado por el rey para descubrirla en brazos de su amante. Se incorporó sobre un codo y contempló a su inocente víctima. Ante su sorpresa, Nyssa abrió sus hermosos ojos azules y frunció el ceño mientras miraba de un lado a otro y se preguntaba dónde estaba.

– ¿Es esto un sueño? -preguntó al descubrir al conde de March a su lado.

– Ojalá lo fuera, querida -contestó él.

Nyssa abrió ojos como platos y metió la cabeza bajo el edredón.

– ¿Qué…? -balbuceó al descubrir que estaba desnuda.

En ese momento se oyeron voces en el exterior de la habitación y Varían de Winter sujetó a Nyssa por la nuca.

– ¡Perdonadme, Nyssa Wyndham! -siseó antes de besarla en la boca. Mientras lo hacía, oyó que alguien abría la puerta de la habitación y la voz de su abuelo:

– ¿Veis como tenía razón, majestad?

Enrique Tudor no daba crédito a sus ojos. Allí estaba Nyssa Wyndham sentada sobre la cama, mostrando su cuerpo desnudo y las huellas de los besos de Varían de Winter en su boca. ¡Nyssa Wyndham, la hija de su fiel amiga Blaze, no era una muchacha buena y decente como su madre, sino una viciosa y una perdida!

– ¿Qué significa esto? -rugió-. ¡Quiero una explicación!

– Majestad, yo… -balbuceó Nyssa, desconcertada. ¿Dónde demonios estaba y cómo había llegado hasta allí? El roce de la pierna de Varían sobre la suya le hacía cosquillas pero no era el momento de pensar en tonterías.

– ¡Silencio, muchacha! -la interrumpió el duque de Norfolk volviéndose hacia su nieto-. Varían, me has defraudado. ¿Cómo has osado seducir a una niña inocente y de buena familia como lady Nyssa? Esta vez has ido demasiado lejos. Sólo se me ocurre una solución para evitar el escándalo y salvar la reputación de la muchacha.

– ¡Eso es, a la Torre con ellos! -gritó Enrique Tudor.

– Tranquilizaos, majestad -intervino el obispo Gardiner, que había permanecido detrás del duque y había observado la escena sin despegar los labios-. No os conviene organizar un escándalo, sobre todo ahora que se rumorea que lady Nyssa es una de vuestras preferidas.

– ¡Naturalmente que es una de mis preferidas! -replicó el rey-. ¡Es la hija de mi amiga Blaze Wyndham! Prometí a sus padres que cuidaría de ella como si fuera mi propia hija. ¡Por el amor de Dios, Gardiner!

¿De verdad creíais que deseaba…? ¡Si es así, es que sois tonto de remate!

– No, majestad, yo os aseguro que no… -se apresuró a contestar el obispo. Una vez más, la reacción del rey había sorprendido a todo el mundo.

– ¡No sé cómo he llegado hasta aquí! -sollozó Nyssa, pero nadie excepto el arzobispo de Canterbury prestó atención a sus palabras.

Thomas Cranmer creía que la joven decía la verdad. Parecía realmente desconcertada y el conde tenía una expresión tan preocupada que inmediatamente sospechó que se trataba de una conspiración. Sin embargo, no imaginaba de qué se trataba y por prudencia decidió no expresar en voz alta sus pensamientos. Lo más importante era proteger la reputación de lady Nyssa. Saltaba a la vista que la muchacha era inocente pero no iba a resultar fácil convencer a Enrique Tudor, un hombre que sólo creía lo que veía.

– Majestad, sólo se me ocurre una solución -dijo con voz suave. El rey le dirigió una mirada inquisitiva-. Lady Wyndham y lord De Winter deben casarse esta misma noche, antes de que se sepa lo ocurrido. Estoy seguro de que el duque y el obispo Gardiner estarán de acuerdo conmigo, ¿verdad, señores?

– Así es -asintió el obispo.

– Aunque no suelo coincidir con el arzobispo, creo que esta vez tiene razón -añadió Thomas Howard-. Es una buena forma de acallar los rumores. Diremos que el conde se enamoró de la muchacha, que su majestad dio permiso para que se casaran y que, debido a las dificultades que atraviesa el matrimonio de su majestad, los jóvenes decidieron casarse en secreto para no tener que abandonar a sus majestades en estos tiempos tan difíciles.

– Si pudierais convertiros en un animal, apuesto a que escogeríais ser un zorro, Tom -gruñó Enrique Tudor. Se volvió hacia la joven pareja y preguntó al conde-: ¿Cuánto tiempo hace que dura esto?

– Es la primera vez que me encuentro con lady Nyssa a medianoche, señor -contestó Varían de Winter.

– ¿Y habéis llegado hasta el final o aún estamos a tiempo de salvar la reputación de la muchacha? -añadió, rabioso. No sabía con quién estaba más enfadado. Era cierto que Nyssa Wyndham era una de sus favoritas pero le había decepcionado comprobar que las nuevas generaciones no sabían estar a la altura de sus padres.

– ¡Soy virgen! -gritó Nyssa mirándoles desafiante-. ¡No sé qué hago aquí ni cómo he llegado hasta la habitación del conde! ¡Tenéis que creerme, majestad!