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Nyssa guardó silencio y dejó que su tía se desahogara. Sabía que, una vez empezaba a hablar, era imposible detenerla. Toda mi vida he soñado con el día de mi boda, pensó, apesadumbrada. Pero nunca imaginé que sería así. ¿Estoy soñando? Pero no era un sueño y el llanto de su tía la devolvió a la realidad.

– ¡Lord De Winter! -exclamó Bliss Fitzhugh-. No pensaréis bajar a la capilla con esa facha, ¿verdad?

– No deseo llamar la atención más que mi bella esposa -replicó Varían de Winter sin perder la calma-. No me lo perdonaría nunca. A menos que Nyssa diga lo contrario, asistiré a mi boda vestido así. ¿Qué decís vos, lady Nyssa?

Por primera vez desde que se había iniciado aquella pesadilla, Nyssa admitió que Varían de Winter le gustaba. Por muy malvado que fuera, tenía sentido del humor y sabía hacerla reír. Observó a su prometido, quien, vestido con un camisón de seda y una bata de terciopelo verde y descalzo, esperaba su veredicto.

– Yo os encuentro muy atractivo, señor -contestó ahogando una risita mientras Bliss Fitzhugh ponía los ojos en blanco y negaba con la cabeza-. Vuestra vestimenta va de acuerdo con la situación.

– ¡Qué le vamos a hacer! -suspiró su tía, resignada-. Será mejor que bajemos a la capilla. Si hacemos esperar a su majestad un minuto más, nos cortará la cabeza a todos. ¡Oh, Nyssa, no quiero ni pensar qué dirán tus padres cuando se enteren! -volvió a lamentarse-. ¡Deprisa, deprisa! Tu tío nos espera fuera. No ha querido entrar para no avergonzarte pero no me parece que estés avergonzada en absoluto.

– ¿Es toda vuestra familia así? -susurró Varían de Winter al oído de Nyssa.

– No tardaréis en descubrirlo -contestó ella-. Aunque no nos guste, me temo que vamos a tener que casarnos en contra de nuestra voluntad. Y cuando la ceremonia haya terminado espero una explicación.

– Deseo confesar a lady Nyssa antes de la ceremonia -dijo el arzobispo de Canterbury-. Obispo Gar-diner, vos podéis ocuparos del conde.

– Preferiría acabar con esto de una vez -gruñó Enrique Tudor. La capilla estaba helada a aquellas horas de la madrugada y le dolía la pierna enferma.

– Vuestra majestad no querrá que una a esta joven pareja en matrimonio sin llevar a cabo todas las formalidades, ¿verdad? -le reprendió Thomas Cranmer con suavidad-. Hemos prescindido de las amonestaciones y dadas las circunstancias en que les hemos encontrado creo que…

– Está bien, está bien -le interrumpió el rey-. ¡Pero daos prisa! Y vos, señora -añadió volviéndose hacia Nyssa-, recordad que habéis ofendido a Dios gravemente. Cuando os confeséis, no sólo tendréis que contarle a este sacerdote que envidiáis los vestidos de las otras damas y que a veces os dirigís a ellas de malas maneras.

Bliss se aferró al brazo de su esposo. ¿Por qué no había escuchado las protestas de su hermana y su marido? Si no se hubiera ofrecido a llevar a Nyssa a palacio y a cuidar de ella, nada habría ocurrido. Su familia no se lo perdonaría nunca. Se prometió que a partir de ahora escucharía los sabios consejos de su marido y le obedecería en todo. Le miró de reojo y trató de escudriñar su rostro serio, pero su atractivo marido permanecía impasible.

El conde de Marwood, que sabía que su esposa estaba inquieta y preocupada, tuvo que esforzarse para no sonreír. Te está bien empleado, Bliss Fitzhugh, se dijo. A su testaruda mujercita le encantaba salirse con la suya y confiaba en que este pequeño susto le hiciera volverse más razonable. Él mantenía la calma porque había estado haciendo averiguaciones sobre el conde de March durante las últimas semanas; el interés de Varían de Winter por su sobrina no le había pasado desapercibido. A juzgar por los informes que había recibido, el conde no era el sinvergüenza que todos creían. Sólo se le conocía el escándalo relacionado con la hija del granjero y se decía que su abuelo, el poderoso duque de Norfolk, le adoraba. Pagaba sus deudas de juego religiosamente y los pocos encuentros amorosos que se le conocían los había tenido con mujeres que se prestan a ese tipo de aventuras. Todo el mundo aseguraba que Varían de Winter no se había casado todavía porque las damas de la corte seguían empeñadas en no olvidar el desgraciado episodio de su juventud que había arruinado su reputación.

Owen Fitzhugh sospechaba que había gato encerrado en el descubrimiento de su sobrina en brazos del conde y la precipitada boda de los, jóvenes. ¿Cómo había ido a parar su sobrina a aquella cama? Nyssa no era una de esas cabezas de chorlito que se dejan seducir por cualquiera. ¿Qué hacía el rey vagando por los pasillos a medianoche y qué le había hecho pensar que encontraría a Nyssa en la habitación de Varían de Winter?

El arzobispo de Canterbury acompañó a la novia a una pequeña habitación y se dispuso a escuchar su confesión. Nyssa se arrodilló frente a él.

– El secreto de confesión te protege, pequeña -dijo Thomas Cranmer tomando las manos heladas de la joven entre las suyas-. Nada de lo que digas esta noche saldrá de esta habitación pero, por el bien de tu alma, debes decirme la verdad. ¿Cómo has llegado a la cama del conde de March y qué hacías allí? -preguntó clavando su penetrante mirada gris en los ojos de

Nyssa.

– Juro que no lo sé -contestó Nyssa sin apartar la mirada-. Me acosté en mi cama y me he despertado allí. Es la verdad. ¡Lo juro por mi difunto padre, que en paz descanse!

– ¿Lo juras por la salvación de tu alma? -insistió el arzobispo. Nyssa asintió sin vacilar-. Cuéntame todo lo que hiciste desde que llegaste a palacio anoche hasta que despertaste en la habitación de lord De

Winter.

– Anoche sólo había cuatro damas de honor en el dormitorio: Cat, Bessie, Kate y yo. Hablamos un rato y jugamos a las cartas. Poco después, lady Rochford entró trayendo un licor de cereza y nos pidió que no dijéramos a nadie que habíamos bebido antes de acostarnos. Sólo nos dejó beber un poquito porque se trataba de un licor fuerte y podíamos terminar borrachas. Bessie quería tomar otra copa pero lady Rochford fue inflexible. A mí no me gustan los licores demasiado dulces y apenas había probado el mío, así que se lo di a Bessie aprovechand9 un descuido de lady Rochford. Luego nos desnudamos y nos acostamos. No recuerdo nada más.

– Haz un esfuerzo, pequeña -insistió el arzobispo.

– Me quedé dormida enseguida y sentí como si estuviera flotando en el agua. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fueron unas colgaduras de terciopelo. En el dormitorio de las damas no hay colgaduras de terciopelo, así que me incorporé de golpe. Había un hombre tendido a mi lado y le pregunté si estaba soñando. Él negó con la cabeza y dijo: «Perdonadme, lady Nyssa.» Luego me besó en la boca y en ese momento entró el rey hecho una furia -concluyó-. Eso es todo, señor. Debéis creerme. ¡Yo no soy una perdida de esas que se meten en la cama de cualquiera!

– Te creo, pequeña -aseguró Thomas Cranmer. Lady Rochford y lord De Winter tenían un conocido común: Tom Howard, duque de Norfolk. ¿Qué tramaba y qué pretendía arruinando la reputación de una niña inocente? Necesito tiempo para encajar todas las piezas pero acabaré averiguando la verdad, se prometió-. Arrodillaos, Nyssa Wyndham -añadió-; voy a absolveros de vuestros pecados. -Mi pobre niña, ¿cómo han podido hacerte algo así?, se dijo mientras rezaba sus oraciones.

Cuando hubo terminado, acompañó a Nyssa a la capilla y allí celebró la ceremonia ayudado por el obispo Gardiner. Owen Fitzhugh hizo de padrino y entregó a su sobrina a Varían de Winter. Bliss lloraba desconsolada y el duque de Norfolk apenas podía contener una sonrisa de satisfacción mientras Enrique Tudor conservaba su gesto enfurruñado.

El rey esperó a que terminara la ceremonia para dirigirse a Nyssa en tono severo: