– Cerrad los ojos -dijo.
– ¿Por qué? -preguntó ella.
– Porque… -titubeó Varían de Winter-. Porque se hace así. Vamos, cerrad los ojos.
Nyssa obedeció y le ofreció sus labios. Varían de Winter se echó a reír y la joven volvió a abrir los ojos.
– ¿De qué os reís? -preguntó, enojada-. ¡Como si no estuviera bastante nerviosa! Supongo que os sentís superior, ¿verdad?
– No me río de vos, lady Nyssa -aseguró el conde-. Es que os encuentro deliciosa y me siento muy feliz. Volved a cerrar los ojos.
Cuando lo hizo, él la besó con suavidad y la estrechó contra su pecho mientras trataba de no ir demasiado deprisa. Saltaba a la vista que estaba desconcertada y asustada.
Nyssa sintió que la cabeza, le daba vueltas y se aferró a su marido para no caer al suelo mientras emitía un suave suspiro. Varían tenía razón: era más agradable cuando cerraba los ojos, aunque tampoco habría sabido decir por qué. Entrelazó las manos en la nuca del conde y, tomando su rostro entre sus manos, lo cubrió de besos. Varían de Winter rozó con sus labios los párpados de Nyssa, su frente, sus mejillas, la punta de la nariz y por último los labios. Sus besos había aumentado de intensidad pero a Nyssa parecía gustarle y se puso de puntillas para prolongar aquel beso. Un hormigueo recorrió su cuerpo y se dijo que nunca se había sentido tan… tan… No encontraba palabras para describir las sensaciones que se habían apoderado de ella.
Varian de Winter la enlazó por la cintura y la levan tó en el aire para aumentar la presión sobre los labios de Nyssa. Segundos después, la depositó en el suelo con suavidad.
– Es la primera vez que un hombre os besa así, ¿verdad? -preguntó a su azorada esposa-. Aprendéis muy deprisa.
– ¿Lo he hecho bien, señor? -preguntó ella, expectante.
– Lo habéis hecho muy bien -aseguró-. Salta a la vista que mis besos os gustan y apenas se nota que os falta experiencia. Sin embargo, hay algo que no me gusta -añadió provocando la alarma de la joven-. Somos marido y mujer y todavía no habéis pronunciado mi nombre ni una sola vez. Nyssa es un nombre precioso. Es de origen griego, ¿verdad?
– Así es -contestó. Varían de Winter parecía un hombre imprevisible y peligroso y Nyssa se preguntaba si era un desalmado o simplemente un joven travieso. Eso sí, sus besos expertos eran lo más delicioso que había probado en su vida.
– Mi madre escogió mi nombre antes de morir ^-dijo él-. Pidió a mi padre que si tenía un niño le pusiera el nombre de Varían. Ella siempre decía que los hombres somos criaturas tan variables como el viento.
– Varían… -murmuró Nyssa-. Me gusta. Me habría gustado conocer a vuestra madre. Siento que muriera al nacer vos.
– Vuelve a decir mi nombre -pidió el conde.
– Varían… Varían… -repitió Nyssa-. ¡No, Varían, por favor! -gritó cuando él hizo ademán de quitarle el camisón.
– No olvides que ya te he desnudado una vez esta noche -contestó el conde mientras tomaba las manos temblorosas de la joven entre las suyas y se las llevaba a los labios-. Eres preciosa -añadió empezando a besarle las muñecas.
Nyssa se ruborizó y susurró algo que Varían no entendió. Acercó el oído a su boca y le pidió que repitiera sus palabras.
– He dicho que no sé qué hacer. Despertáis mis sentidos, pero desconozco la técnica del amor y tengo miedo.
– De momento limítate a disfrutar del homenaje que tu devoto marido va a dedicar a tu maravilloso cuerpo -contestó Varían de Winter bajándole el camisón hasta la cintura y besándole un hombro desnudo.
Sus labios cálidos recorrieron su garganta y la piel sedosa de sus hombros. Nyssa protestó débilmente cuando el conde apoyó una mano en uno de sus pechos y jugueteó con el pezón hasta que se endureció bajo sus dedos.
– Varían… -gimió a punto de desmayarse. ¿Era pasión lo que sentía? Si aquél era el principio del galanteo, ¿cómo debía ser el resto? Seguramente, maravilloso e inquietante. Varían le sonrió y las piernas volvieron a temblarle mientras se perdía en sus besos.
Casi sin darse cuenta, empezó a acariciarle la nuca. Varían se dijo que nunca había deseado tanto.a una mujer. Sin embargo, no podía obligarla a hacer nada que no quisiera hacer. ¡Si el rey no se hubiera empeñado en que el matrimonio debía ser consumado aquella misma noche! Hubiera preferido esperar hasta que ella le deseara tanto como él la deseaba pero apenas les quedaban unas horas. Estaba dispuesto a procurar que su primera experiencia resultara satisfactoria… si no moría de deseo contenido antes de llevar a cabo su propósito.
Se separó unos centímetros y, apoyando las manos en las caderas de Nyssa, acabó de bajarle el camisón. La prenda resbaló hasta el suelo y cayó sobre la camisa de dormir que Varían de Winter se había arrancado con un brusco movimiento. Tomó a Nyssa en sus brazos y hundió el rostro entre sus pechos mientras sentía los acelerados latidos del corazón de la joven bajo sus labios, Nyssa había cerrado los ojos, avergonzada de encontrarse junto a un hombre desnudo, pero había clavado las uñas en sus hombros y su respiración entrecortada junto a su oído le hacía cosquillas. Volvió a depositarla en el suelo y se inclinó para besar mejor aquella boca tentadora.
– ¡Me voy a desmayar! -exclamó Nyssa apartándose de él. Estaba pálida y desencajada, respiraba con dificultad y no sabía si deseaba que aquello continuara hasta el final. Las emociones que se habían apoderado de ella eran tan intensas que sentía que empezaba a perder el control de sus actos. ¿Por qué no le había explicado nadie que se podía morir de pasión?
Varían de Winter la llevó hasta la cama y se tumbó a su lado.
– ¿Te apetece un poco de vino? -ofreció apoyándose en un codo y mirándola a los ojos-. Te ayudará a calmarte.
– No tengo miedo -mintió Nyssa-. Lo que pasa es que no estaba preparada para algo así. ¿Es siempre tan intensa la pasión entre los esposos? -preguntó atreviéndose a contemplar el cuerpo desnudo de su marido por primera vez.
– Cuando se ama de verdad, es todavía más intensa
– contestó él-. Sospecho que lo que sientes en estos momentos es una mezcla de deseo y fascinación por lo desconocido, algo normal en una muchacha virgen atrapada en un matrimonio de conveniencia. Aunque no te amara, podría encender tu pasión fácilmente con mis besos y mis caricias -confesó.
– He oído que habéis tenido muchas mujeres
– dijo Nyssa-. ¿Sois un buen amante, señor?
– Eso dicen algunas -contestó Varían de Winter, desconcertado por la inesperada pregunta. Es la conversación más curiosa que he mantenido con una mujer desnuda, se dijo divertido-. ¿Siempre eres tan charlatana? -preguntó rozándole los labios con la punta de un dedo-. Te recuerdo que ésta es nuestra noche de bodas.
– Primero tengo que saber algunas cosas… -empezó Nyssa antes de que su marido interrumpiera sus palabras con un beso.
– Si te asustas, dímelo, ¿de acuerdo? -murmuró él tomando de nuevo las riendas de la situación y besándole el lóbulo de la oreja-. Ahora estamos en la cama, así que no hay peligro de que te caigas. Y no te preocupes si te sientes mareada; es normal -añadió mordiéndole un hombro desnudo con suavidad-. ¡Dios mío, eres deliciosa!
Aunque empezaba a sentirse mareada, Nyssa no estaba asustada. Varían estaba siendo muy paciente y considerado con ella. Algo le decía que era un mujer afortunada y que otro en su lugar no se habría andado con tantas contemplaciones. Guardó silencio y dejó que él explorara su cuerpo a placer. Es curioso, se dijo mientras contemplaba cómo su marido acariciaba sus hombros, sus brazos, las yemas de sus dedos y su cuello. Cuando sus labios se detuvieron en su pecho, Nyssa contuvo la respiración. Sabía que los bebés succionaban el pecho de sus madres pero no tenía ni idea de que los maridos también lo hicieran. Gimió y cambió de postura para ofrecer mejor su cuerpo a aquellas manos y aquellos labios ávidos. ¿Era un comportamiento propio de una muchacha decente? Pero eso había dejado de importarle.