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A Varían también le daba vueltas la cabeza. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto haciendo el amor a una mujer. Nunca había estado con una muchacha virgen porque había preferido ahorrarse la responsabilidad de iniciar a nadie en las artes del amor, pero no estaba seguro de que fuera la inocencia de Nyssa lo que le encendía. ¡Amaba a aquella mujer! Acarició la suave piel perfumada de su nueva esposa y trató de controlar sus impulsos. Estaba seguro de que no iba a poder soportar aquella tortura durante mucho más tiempo pero no deseaba lastimar a Nyssa y había oído decir que la primera vez era menos doloroso para una mujer si se la excitaba bien. Cada vez que apoyaba los labios sobre su torso o su vientre liso sentía los latidos acelerados del corazón de la joven.

Con razón algunas muchachas pierden la cabeza y arruinan su reputación, se dijo Nyssa. Con razón las madres asustan a sus hijas. Si las doncellas supieran lo maravillosa que es la pasión, sus padres no podrían quitarles ojo en todo el día. Ésta debe ser la sensación más excitante y placentera que una mujer puede experimentar. Está reservada a las mujeres casadas… y ahora soy una mujer casada. Ronroneó satisfecha y dejó que las manos de su marido se deslizaran a lo largo de su espalda. Tímidamente al principio y más osadamente después le devolvió las caricias y entrelazó las manos en su cabello oscuro. Varían de Winter buscó su boca y sus besos se hicieron más insistentes.

– Abre la boca -ordenó.

Nyssa obedeció y dio un respingo cuando él le introdujo la lengua en la boca y buscó la suya. El cuerpo de la joven se había convertido en una sedosa lengua de fuego y Varían apenas podía contener su deseo.

– Yo también deseo acariciaros, señor -murmuró Nyssa rozándole una mejilla con un dedo.

– Eres una jovencita muy descarada -contestó él mientras se preguntaba hasta dónde estaba dispuesta a llegar.

– ¿Está mal que una esposa sea atrevida con su marido? -replicó la muchacha-. Me gusta que me acariciéis y yo también deseo hacerlo. ¿Qué hay de malo en eso? -preguntó mientras deslizaba sus manos a lo largo de la espalda de su marido y le acariciaba las nalgas-. Nunca había imaginado que la piel de un hombre pudiera ser suave como la de un bebé.

– ¿Y qué sabes tú del cuerpo de un hombre? -preguntó Varian con la voz quebrada por la excitación.

– Nada -confesó Nyssa-. Pero veo que estáis tan excitado como yo y deseo acariciaros. ¡Dejadme hacerlo, por favor! -suplicó tomando entre sus manos el rostro del conde y cubriéndolo de besos-. ¡Por favor!

Varian de Winter emitió un gruñido y se preguntó si todas las vírgenes eran tan atrevidas como Nyssa.

– Está bien -accedió echándose de espaldas-. Haz conmigo lo que quieras pero te advierto que se me está acabando la paciencia.

– ¿Y qué ocurrirá cuando se os acabe del todo? -preguntó Nyssa, que se había apoyado en un codo y le contemplaba desde aquella posición privilegiada. Los ojos verdes de Varian estaban clavados en los suyos color violeta y parecían echar chispas. Ella sólo había querido ganar tiempo pero todo cuanto había conseguido era excitarle todavía más. Sin embargo, el miedo que había sentido aquella noche se desvaneció cuando descubrió el poder de seducción que poseía y que nunca había utilizado.

– Cuando se me acabe del todo os montaré como el semental monta a sus yeguas y os haré una mujer de verdad -contestó Varian antes de sujetarla por la nuca y obligarla a besar su boca ardiente.

Aquel beso pareció renovar las fuerzas de Nyssa, quien se aplicó con entusiasmo a besarle una oreja. Instintivamente le introdujo la lengua y se vio recompensada con el efecto deseado. Varian luchaba por volver la cabeza pero ella le sujetó con firmeza y recorrió con la punta de la lengua su cuello y el pecho de su marido, deteniéndose en los pezones como él había hecho. Su piel sabía a sal pero era un sabor muy agradable. Cuan do inclinó la cabeza para posar los labios en su estómago y su vientre lo vio.

– ¿Qué es esto? -preguntó fascinada-. ¿Y por qué es tan grande?

– Creía que teníais hermanos -contestó él.

– Son pequeños y nunca se muestran desnudos delante de las mujeres. ¿Es esto lo que las damas llaman la herramienta de los hombres? -añadió alargando una mano y rozando el rígido miembro que sobresalía de su vientre.

– Lo siento, jovencita, pero has terminado con mi paciencia -murmuró Varian entre dientes.

– Todavía no estoy lista -protestó Nyssa, consciente de que el juego estaba tocando a su fin. Sospechaba que aquello no era sólo un juego y empezaba a pensar si no sería una buena idea saltar de la cama y huir.

– ¿Cómo lo sabes? -replicó él obligándola a echarse de espaldas y apoyándose en un codo-. Enseguida lo veremos -añadió tratando de separarle las piernas firmemente cruzadas-. Abre las piernas, Nyssa. No me niegues ahora el placer de tu cuerpo -ordenó mientras le separaba las rodillas y apoyaba una mano en un lugar donde ella no se había atrevido a hacerlo nunca-. ¿Sientes el calor que desprende tu cuerpo?

Incapaz de articular palabra, Nyssa asintió. Había perdido el control de la situación pero no sentía ningún miedo. Varian introdujo un dedo entre los pliegues de su cuerpo y lo movió entre la carne húmeda y resbaladiza.

– Los humores del amor han empezado a fluir -murmuró mientras le besaba una oreja-. Ya estás lista para recibirme -añadió mientras su dedo encontraba su clítoris y lo frotaba con suavidad.

Nyssa ahogó un grito. ¿Qué le estaba ocurriendo?

Las caricias de su marido se habían hecho muy atrevidas y cada vez le proporcionaban más placer. Gimió y sus ojos se llenaron de lágrimas.

– Ya no puedo más, señor -sollozó.

– Yo tampoco -contestó Varían tumbándose sobre ella.

Nyssa volvió a sentir miedo y luchó por librarse de su abrazo pero el conde sujetó sus manos con firmeza y la obligó a separar las piernas.

– No te resistas ahora, cariño.

– ¡No! -gritó Nyssa apartando el rostro para esquivar los besos de su marido-. ¡Quiero casarme con el hombre a quien yo ame!

– ¡Entonces ámame! Somos marido y mujer, Nyssa, y el rey ha ordenado que nuestro matrimonio sea consumado esta misma noche. ¡No te resistas ahora, maldita sea!

Nyssa sintió algo penetrando en su cuerpo y de repente comprendió la utilidad de la llamada herramienta de los hombres. ¡Las mujeres tenían un pasadizo escondido entre las piernas y cuando un hombre lo atravesaba se creaba una nueva vida! Aunque se sentía engañada y ultrajada, advirtió que Varian estaba tratando de ser delicado por lo que trató de dominar el miedo que la poseía y se abrió para él como una flor.

Varian cerró los ojos mientras penetraba a Nyssa con toda la suavidad que podía. El rey había ordenado que hiciera de Nyssa una mujer aquella misma noche pero habría dado cualquier cosa por que la muchacha le amara tanto como él. De repente tropezó con un obstáculo que detuvo su avance. Cuando Nyssa protestó y arqueó la espalda Varian supo que el himen estaba tan firmemente sujeto que no había forma de atravesarlo con delicadeza.

– ¡Me haces daño! -gimió Nyssa-. ¡Suéltame, por favor!

Como toda respuesta, Varian la penetró con fuerza. Nyssa gritó y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. El conde de March se sentía como un monstruo pero era demasiado tarde para echarse atrás. Sus embestidas se hicieron más rápidas y fuertes hasta que creyó morir de placer.

¿Cómo puede ser tan cruel?, se preguntó Nyssa sin dejar de sollozar. El vientre y la parte superior de los muslos le ardían y le dolían por lo forzado de la postura. Durante unos minutos se debatió entre los brazos de su marido tratando de huir de aquella tortura pero el dolor desapareció de repente tal y como había aparecido. En su lugar sintió la sensación del cuerpo de Varian dentro del suyo y, volvió a llorar, esta vez de placer. Permanecieron abrazados hasta que, exhausto y casi sin respiración, Varian de Winter se separó de Nyssa y se tendió a su lado. Ninguno de los dos podía hablar pero él le apoyó la cabeza en su pecho y le acarició el cabello para recordarle que la amaba más que al principio de la noche.